El destino del príncipe heredero de cualquier dinastía destronada ha sido, en todo tiempo, el vagar de corte en corte, buscando el abrigo de las casas reales reinantes. Tal fue el de el hijo de Isabel II, el futuro Alfonso XII el cual pasó varios años de su formación en Viena, cuando era un adolescente.
En el siguiente artículo, Luis nos desvela alguno de los lugares de Viena ligados a este episodio tan poco conocido de la historia de España, así como algo del carácter del joven príncipe a quien el destino guardaba una historia de amor desgraciada y una muerte precoz.
Alfonso XII en Viena
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El Marqués de Covadonga
Como cada tarde de sábado, el marqués de Covadonga había seguido su costumbre de asistir a alguna representación en la Ópera o en el Teatro Imperial de la Corte. Esta vez se había decidido por acudir al segundo, ya que aquella noche iba a ser especial. El joven extranjero no tardaría en quedarse obnubilado por la función, que tanto le recordaba a su país. Se trataba de La vida es sueño, del mundialmente célebre Calderón de La Barca. El solitario marqués ansiaba retornar a su patria y recuperar por legítimo derecho la corona que le había sido arrebatada a su familia –tras la expulsión en 1868 de su madre, la reina Isabel II– y que a su juicio ostentaba ahora un rey “impostor”, el efímero Amadeo I de Saboya. Sin embargo, aquel joven, que se ocultaba bajo un título tan poco llamativo, poco podía imaginar que escasos años después sería llamado a reinar.
Por aquel entonces, la “real e imperial” academia del Theresianum, fundada en 1746 por la soberana María Teresa para la educación de la nobleza, gozaba de un gran prestigio por toda la geografía continental debido a las excelencias de la exquisita instrucción que ofrecía. Según las recomendaciones dadas a la exiliada Isabel para su hijo, el local era “inmenso y bien decorado, sus clases y gabinetes científicos, así como sus escuelas de equitación, gimnasia, esgrima y natación nada dejan que desear, constituyendo en su conjunto uno de los establecimientos de educación más completos y notables de Europa”. Esta fundación se hallaba además en el corazón político del vasto imperio austrohúngaro, refugio de coronas depuestas y centinela del “legitimismo europeo”. Parecía ser el destino perfecto para la instrucción del heredero de una dinastía destronada, un lugar donde Alfonso debía imbuirse del espíritu de deber que todo soberano debía poseer.
Por indicación de su madre, el joven infante, que contaba entonces 14 años, había llegado en 1872 a Viena para estudiar en la reputada academia teresiana. Su formación allí quedaría asimismo bien asegurada por los oficios sucesivos de sus dos preceptores, el español Guillermo Morphy y el austriaco Johann Fetter. Alojado durante sus primeros días en un hotel de la central calle de la Kärntnerstrasse (el ya desaparecido “Hotel zum Erzherzog Karl”), pudo admirar el brillo y belleza de una ciudad que se hallaba regida con mano de hierro por la autoritaria corte del emperador Francisco José. Los edificios recién levantados en la avenida del Ring, abierta a expensas de la demolición en 1857 de las antiguas murallas de la ciudad, debieron deslumbrarle por su elegancia y sobre todo a merced del manifiesto que proyectaban acerca de la creciente pujanza comercial y financiera austriaca, bonanza que se vería momentáneamente frenada el 9 de mayo de 1873 a raíz del crack de la bolsa vienesa.
España en Viena
Alfonso, desde la lejanía de su lugar de residencia, no descuidó jamás el contacto con su tierra natal. De ello da fe su visita al pabellón de España en la Exposición Universal celebrada en Viena durante 1873 y con cuyo director, el archiduque Rainer, llegaría a entablar una relación de amistad. El extenso parque del Prater, lugar donde se había organizado la exposición, no era otro que el escenario a donde los miembros de la aristocracia y la nobleza se dirigían para practicar una costumbre tan adorada en aquella época como era el “ver y dejarse ver”. El joven heredero no se mostró indiferente a esa costumbre, y asimismo, imitando aquellos usos, gustaba de pasear en carroza por la frondosa arboleda en compañía de sus instructores. Otros parques como el de Schönbrunn llamaron la atención del infante, donde se divertía observando a las ardillas brincar de un árbol a otro. A estos actos sociales, se sumaban también las ya mencionadas visitas al teatro o a la ópera. A pesar del relativo anonimato del joven en estos actos, los medios locales como el Wiener Tagblatt se habían hecho eco de la presencia del príncipe, resaltando de su carácter la inteligencia de éste (“sehr intelligent”). Por lo que respecta a las funciones musicales, el heredero de Isabel II carecía, al igual que Francisco José, de sensibilidad hacia la música en general. No era raro oír al joven despotricar en sus círculos privados sobre la música de Wagner, la cual tachaba de “insoportable” ignorando el hecho de que era considerado un genio en toda Europa y sobre todo un “héroe” musical del creciente pangermanismo. Pese a ello, los estruendosos aplausos del público vienés no desviaban a Alfonso de la opinión de que su música constituía tan sólo un “ruido estrepitoso desde el principio hasta el final” y que atribuía a la creación de un “farsante”.
Pero la vida extraescolar del joven en la ciudad no se rigió únicamente por eventos sociales o culturales, sino que estuvo también jalonada por visitas a fábricas del extrarradio –para conocer de cerca la realidad de la clase obrera–, o por algunos actos oficiales con miembros de la corte de los Habsburgo. En este sentido, a pesar de mantener una relación cordial con los dirigentes del Estado anfitrión, la relación del príncipe con la corte no pasó jamás de la mera cortesía. Ello se debía a la política austriaca de denegar el apoyo a la “restauración” borbónica en España. El gobierno de Francisco José había preferido mostrar su simpatía a la causa de la rama rebelde borbónica de los carlistas, varios de cuyos miembros se hallaban residiendo en Austria desde hacía varias décadas. La razón tras este apoyo se fundamentaba en la afinidad ideológica de los Habsburgo con este movimiento tradicionalista y que se alejaba de los postulados más liberales de los Borbones. Por ello, no era de extrañar que esta coyuntura política generase no pocos desplantes de la casa imperial a la reina Isabel II con motivo de su visita en 1873 a su hijo en Viena.
A pesar de todo, la estancia del heredero borbónico en la corte vienesa no fue del todo baldía políticamente. Un hecho que marcaría la vida del futuro rey tuvo lugar durante su primer año como estudiante en Viena, ya que tuvo ocasión de conocer a la que sería su futura esposa y regente de España, María Cristina de Habsburgo. El alemán, lengua que al parecer había llegado a dominar Alfonso al final de dicha estancia, serviría como idioma de comunicación para la pareja en sus primeros días como matrimonio. Ligado al recuerdo de esta resignada esposa, perdura un lugar, cuyo vínculo resulta para muchos desconocido, situado en el mismo centro de Viena: los apartamentos “españoles” del museo del Albertina. Restaurados recientemente, en parte con dinero del Estado español, habían sido cedidos por la corte imperial en 1895 a la casa real española, pasando a constar por entonces como única residencia oficial de los Borbones fuera del territorio peninsular.
En 1874 se daba por acabada la estancia formativa de Alfonso en Viena, por lo que el joven fue enviado a Inglaterra para proseguir sus estudios en la célebre academia militar de Sandhurst. A finales de ese mismo año, el general Martínez Campos derrocaba en Sagunto a la breve I República, lo que abría la puerta a la restauración anhelada por los Borbones. Un año después, tras trascurrir largos años fuera de su patria, subía al trono el joven príncipe bajo el nombre de Alfonso XII.
Nota: hoy en día el Theresianum ha visto sus funciones reconvertidas en las propias de una academia diplomática y colegio privado. Este sigue gozando del prestigio de antaño y es considerada una de las instituciones educativas más exclusivas del país. Por lo que respecta a los apartamentos “españoles” del Albertina, actualmente se pueden visitar dos de los once originales que comprendía el domicilio de los Borbones españoles.
Luis es historiador, vive y trabaja en Viena y en la actualidad investiga las relaciones entre la corte madrileña y la vienesa durante el siglo XVII.
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