Mi hermosa “Barbershop” turca

PeluqueríaMirar y observar no es lo mismo. La observación es un deporte neuronal. Y ya se sabe lo importante que es estar en forma.

14 de Marzo.- Yo creo que lo que más me gusta en el mundo es observar, que no es lo mismo que mirar. La observación es la mirada más un cierto ingrediente de inteligencia. Uno puede mirar cosas durante horas, sin pararse a considerarlas, pero bservar es un deporte neuronal.

A partir de pasado mañana, este blog va a pasarse quince días en servicios mínimos. Esto es: habrá su entrada de todos los días, pero yo no estaré para responder los comentarios que hipotéticamente surjan o para contestar la correspondencia que este blog genera ¿Y por qué? Me voy de viaje. Muy lejos. Quisiera decir que a un lugar sin internet, pero eso ya no existe, así que diré que me voy de viaje pero no me voy a llevar el ordenador, y el telefonino me lo voy a llevar porsiaca, pero con la diferencia horaria del sitio al que voy espero que ni me llame nadie (me pillaría en los siete sueños) ni que a nadie se le ocurra (ni tenga la necesidad) de llamarme.

Voy a la boda de un amigo, que se casa al otro lado del mar y, después, viajaré por el país que acoge a mi amigo y a su mujer. Quizá, cuando vuelva, cuente como Frodo Bolsón la Historia de esa ida y esa vuelta.

Naturalmente, como vienés que soy, cuando uno va a una boda, pues toca acicalarse un poquito. A pesar de que sigo estando buenísimo, aunque esté mal que yo lo diga, las rozaduras y pequeños desperfectos que ya me han provocado los años con su roce ya no tienen arreglo, así que a uno no le queda otra estrategia de belleza que ir al peluquero a que le poden. El pelo, que ya va siendo escaso y la barba, que ya va siendo cana, pero que crece con mucho vigor (los españoles, a diferencia de los austriacos, tenemos barbas y vellos supérfluos que atestiguan la calidad de nuestra testosterona).

Como es costumbre he estado en mi peluquería turca favorita (si alguno de mis lectores quiere, yo le paso la dirección, que es muy buena y, por lo que parece, irá a mejor).

Allí, he estado practicando mi deporte favorito (ver primer párrafo de este artículo).
Y es que, señora, si ya mi peluquería era fascinante en cuanto a tal, desde que fui la última vez, hará cosa de un mes, gracias a su avispado propietario, que debe de ser un águila (me ha pelado hoy) el negocio ha ido introduciendo cambios que lo han hecho subir a otro nivel.

Sigue habiendo luces led (rojas, un poco puti, la verdad) alrededor de los espejos; se sigue escuchando, a un volumen que no está hecho para orejas que hayan nacido lejos de Anatolia, coplas de rap en donde los negros de América del norte siguen lanzando denuestos contra la policía, sigue estando la plaqueta blanca límpia como un jaspe (uno no la ve, pero juraría que en esa casa, como en todas las decentes, hay fregona) siguen estando los lavabos limpios, sigue apareciendo el tonto que aparecía pidiendo cigarrillos pero ahora, en vez de peluquería, el sitio en donde me aligero de las estructuras proteínicas que segrega mi cuero cabelludo se llama „Barbershop“. No se me ocurre palabra más hipster, qué quieren mis lectores que les diga.

Pues bien, hoy he entrado en mi Barbershop vienesa y he preguntado, educadamente, quién era el último. Había un hombre sentado, barba entrecana, como yo. Y le he dicho „supongo que será usted, verdad“. Pues no me ha contestado. Bueno, miento: con un movimiento de barbilla (ni siquiera de la cabeza entera) ha señalado al jefe de la Barbershop y dicho jefe me ha señalado a su vez un asiento contíguo en un gesto que yo he interpretado como „ya le diré yo cuándo le toca“.

Así descrito parece borde, pero no. Es que los hombres machotes ahorran en saliva innecesaria.

Ante mí, aliñado con música de rap, el espectáculo prodigioso que relataré a continuación: un hombre tapado con el consabido mandil de color corinto, estaba siendo untado por otro barbero con un mejunje gris, que yo no he reconocido hasta que ha empezado a secarse. Y es que en mi peluquería turca-barbershop TAMBIÉN PONEN MASCARILLAS!!!!. Yo no daba crédito (aunque me he guardado mucho de demostrarlo). Tras terminar el unte, el untado, que debía de ser habitual del local y lucía un vistoso peinado mohicano (yo, señora, ya tengo una edad para esas audacias) se ha levantado y se ha quitado él solito el mandil, dejando al descubierto un pantalón de peto de los que aquí usan los electricistas y gentes de oficios semejantes. Acto seguido, se ha salido a la puerta de la peluquería a echarse un cigarrito, sin que le importase que la gente le viera la cara como al modisto alemán Glööckler.

Mientras a mí me cortaban el pelo y me aseaban las barbas, ha hecho efecto la mascarilla. El del cigarro ha vuelto y se ha sentado en el sillón. El otro barbero, con la mirada experta, ha calibrado el grado de penetración de los barros en la piel del cliente y luego le ha lavado la cara con cuidado (por cierto, en el tercer puesto, un tercer peluquero le masajeaba los hombros al cliente que había sentado, el cual, a juzgar por la cara que tenía, debía de estar en el séptimo cielo o en ese paraiso lleno de vírgenes que Alá promete a sus fieles).

El de los barros, después de limpiarse y comprobar que tenía el cutis como el porompompero de un infante ha duplicado, como lo estoy contando, los mismos movimientos que los hombres españoles de los años cuarenta (ala pueblos de la Castilla profunda) hacían cuando, endomingados, con el último botón de la camisa abrochados, iban al baile a ver si se arrimaban un poco a las mozas. O sea, se ha puesto delante del espejo y se ha alisado el pelo con la mano abierta. Era muy curioso y muy bonito de ver, porque los movimientos hablaban de un lenguaje corporal que ya solo parece vivir entre los hombres turcos, como las moscas antediluvianas viven prisioneras en el ámbar.

Cuando el jefe ha terminado conmigo (peluquerilmente hablando, se entiende) hemos ido a la caja a pagar, y hete aquí que el hombre ha abierto la caja y se ha dado cuenta de que no tenía cambio para darme la vuelta de los veinte euros que le he dado en pago. Ha dado un par de golpecitos con unas monedas en el mostrador y aquello ha sido un rápido concurrir de aprendices de peluquero de Barbershop queriendo hacer méritos con el jefe. Yo me he despedido hasta la próxima. A ver con qué novedad me sorprenden entonces.


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Comentarios

6 respuestas a «Mi hermosa “Barbershop” turca»

  1. Avatar de David
    David

    Hola Paco, a mí me interesa mucho saber qué barbería es esa que dices. He probado ya unas cuantas aquí en Viena y las que me han convencido un poco se van casi a los 30€ por corte. Qué tal ésta por precio/calidad? Muchas gracias

    1. Avatar de Paco Bernal
      Paco Bernal

      Hola David,
      No es nada lujoso pero, si no quieres florituras, te cortan bien el pelo por 12 euros.
      Te mando un mail con la dirección.
      Saludos,
      Paco

      1. Avatar de Edu
        Edu

        Hola Paco,

        A mi también me interesa la dirección de esta super barbershop.

        Saludos!

  2. Avatar de marta
    marta

    Cariño,

    para Barbershop, la de Düsseldorf: http://www.hagisbarbershop.de/
    No habrán estado de turismo, en casa de mis vecinos alemanes…
    Ya sabes que es la ciudad más pija de Alemania …

    Besos,
    Marta

    1. Avatar de Paco Bernal
      Paco Bernal

      Joé, cómo mola! Y además tienen una web alucinante. Un besote 🙂

  3. Avatar de Armando
    Armando

    Hola Paco, felicidades por tu post. Muy interesante la experiencia que cuentas. En Düsseldorf el mejor barbero y peluquero como le dicen aquí Barber & Herrenfriseur es https://captainsbarbershop.de. Yo voy siempre dos veces al mes para dejarme rasurar.

    La location esta super chevere!

    Saludos desde Düsseldorf

    Armando

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