La ignorancia, el miedo y la fantasía de la gente

padreTres gigantes, solo en apariencia invencibles, que están haciendo de las suyas en Austria durante los últimos meses.

7 de Julio.- Ayer hablábamos de ese momento en que las dos realidades en las que se desarrolla nuestra vida, la virtual y la física, se entrecruzan con consecuencias indeseables.

Desde que empezaron a llegar refugiados a Europa en general y Austria en particular, pronto hará un año, internet se ha llenado de basura de diversas procedencias y fabricada con distintos propósitos, intentando crear (y consiguiendo, por desgracia, crear) un clima de aversión hacia estas personas las cuales, generalmente, vienen indefensas y son igual de inofensivas que todos nosotros.

El abanico de motivos de producción de estos detritus informativos es amplio: desde los medios sensacionalistas que tratan de atraer atención sobre sus webs en un mundo, el de internet, en donde la competencia es tan salvaje, hasta indeseables que, desde posiciones políticas extremas y xenófobas, o fundamentalismos religiosos, tratan de llevar el agua a su molino. Ejemplos, por desgracia, no faltan.

Este tipo de propaganda, cuya meta es el desprestigio de colectivos al por mayor, es de honda raíz Goebelsiana (por el ministro nazi de propaganda, Goebels) y ha adoptado incluso los mismos sesgos morbosos que adoptó la propaganda antisemita durante los salvajes tiempos del nazismo; por ejemplo, atribuyendo a los refugiados (y a la población de religión musulmana en general) una voracidad sexual de carácter bestial y lo que podríamos llamar “un apetito irrefrenable por la mujer cristiana”.

Esta propaganda, aunque muy grosera en sus formas y en sus contenidos (dirigida, sobre todo, a los convencidos) ha calado también en la población en general. Esto, unido a casos aislados de violencia sexual protagonizada por hombres musulmanes o solicitantes de asilo (por ejemplo, el de la estudiante violada en Praterstern) ha motivado que en la población se difundan unos estereotipos tan falsos como contraproducentes a la hora de buscar la integración de las personas pertenecientes a estos grupos sociales y, en algunos casos, como el que refiero hoy, han motivado una reacción histérica parecida a la que describía Arthur Miller en su obra Las Brujas de Salem.

Activistas por los refugiados

(El otro día, personalmente, estuve a punto de llamarle la atención a un conductor de autobús que trató a dos hombres, obviamente refugiados, como si fueran retrasados mentales (peor: porque les suponía a los dos hombres una malicia que rara vez se les supone a las personas que tienen una discapacidad mental). Y todo porque se habían equivocado al sacar un billete. Me contuve porque algo me dijo que el de la malicia y el de la falta de inteligencia era el conductor (desgraciadamente) y ya se sabe que, si hay que ir, se va, pero que ir pa ná es tontería).

En fin.

Hace unas semanas, saltó a los periódicos la denuncia de una chica joven que decía haber sido objeto de abusos sexuales en la piscina pública de la localidad austriaca de Mistelbach, en Baja Austria, a unos cincuenta kilómetros de Viena. Decía también que los hombres que habían abusado de ella eran extranjeros, morenos (en Austriaco, claro, musulmanes, “moros” que hubiera dicho en España) y, dado que en Mistelbach hay cobijados refugiados, todo el mundo supuso que los abusadores habían sido ellos.

La indignación y, por qué no, la histeria, se desataron en la pequeña ciudad de algo más de diez mil habitantes. Muchas mujeres confesaban no atreverse a salir solas a la calle y cambiarse de acera en cuanto veían a alguna persona con aspecto que les pareciera sospechoso. Incluso, la municipalidad de Mistelbach decidió prohibir a los refugiados, de manera temporal, el acceso a la piscina pública.

Hace unos días se ha sabido que la muchacha, por cualquiera sabe qué motivos, había inventado la agresión, pero los proverbiales ríos de tinta (de bits, en este caso) habían ya corrido en forma de “pues yo tengo una amiga, que tiene una hija y a la hija le…”). O sea, que el daño o sea, la injusticia, estaban ya hechos.

A pesar de la insistente propaganda xenófoba y de medios que, la verdad, ni siquiera valen para ser utilizados de papel higiénico y que han publicado todo tipo de infamias, la policía austriaca no se cansa de repetir que, de un año a esta parte, los delitos sexuales protagonizados por refugiados o solicitantes de asilo NO han subido y que fuera de las precauciones normales y lógicas, nadie debería temer nada que no temiese ya en enero de 2015. Y también admite, y es triste, que se ha instalado en la población austriaca una cierta propensión a “colgarles” delitos a estos pobres.

Como decía Agustín Penón, estudioso de Lorca, hay que luchar contra tres gigantes: la ignorancia, el miedo y la fantasía de la gente.


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