Hasta aquí han llegado los vítores de la multitud que se congregó ayer en el Santiago Bernabéu para recibir al nuevo número nueve. Una multitud que, con su mera existencia, confirmaba la necesidad de actuar urgentemente sobre el zarrapastroso sistema educativo español.
Hablaban los artículos del nuevo fichaje del “Real” (aquí, curiosamente, el equipo de Florentino no es “el Madrid”; lo de “Real” les parece más molón ¡Ay, este monarquismo soterrado de los austriacos!). Explicaban cada tres párrafos la obscena cifra de dinero muerto que le ha costado al equipo traerse a España a un tipo del que, como se esperaba de Beckam, lo único que se quiere es que pose en gayumbos para la próxima campaña de Armani.
Por suerte, de la capital de España llegan otras cosas hasta Viena. Ayer, vi los primeros carteles de Los Abrazos Rotos. Probablemente la pongan en el Film Casino. Es una pena que, esta vez, por causas de fuerza mayor, se haya roto la tradición de ver los estrenos de Almodóvar con mi amigo M. Estoy deseando ver la peli para confirmar que mi intuici¡on es errónea: conservo ciertas esperanzas de que, esta vez, a Almodóvar le haya salido algo más cerca de Volver que de La Mala Educación.
Mientras tanto, aquí, sigue el monzón (cuando no la nieve -!La nieve!- y el granizo). Ayer por la tarde llovió hasta inundar la estación de Wienmitte y, a la hora de publicar este artículo, una lluvia blanda moja los parques de Viena, reblandece la hierba y nos alivia un poco del bochornazo que el verano trae a estas tierras.
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