A mi hermano, que es un guasón, le gustaba irle con el cuento:
-Qué, hijo.
-Mira lo que dicen, que el hombre ha llegao a la luna.
Mi abuela seguramente no vio las imágenes hasta mucho tiempo después. No tenía tele. Hacía cosa de un año que se había quedado viuda. Eran tiempos duros. Mi padre acababa de volver también del servicio militar y se estaba planteando emigrar a Madrid. En el pueblo no había futuro. La industria local se reducía a una fábrica de fideos (hoy un bonito hotel, que visité años más tarde) y, fuera de eso, quedaba el campo; lo cual, para quien no era dueño de las tierras, sólo significaba una vida al límite de la subsistencia para morir viejo, gastado, y con unos ahorros míseros en una cartilla.
Probablemente, mi abuela escuchó la transmisión del acontecimiento en una radio con coraza de bakelita color vainilla y negra (el dial es rojo escarlata) que yo tengo en Madrid. A la luz de una bombilla cubierta por una pantalla de tela, rodeada por el denso silencio de la noche veraniega, sólo roto por el canto de los grillos (unos animalitos que están presentes en la literatura desde Homero).
¿Qué pensó? Con el miedo que tenía a todo lo que se moviese a más de diez kilómetros por hora, debió de estremecerse. Sin el fondo visual que tenemos nosotros, ¿Cómo se imaginó el cohete? ¿Estaría mi padre con ella? Es un periodo de su vida que conozco mal. Sé que, antes de asentarse en Madrid definitivamente (en 1970, lo sé porque estuvo presente en el nacimiento de su sobrina mayor, mi prima Y.) hizo un primer intento, durante el cual trabajó, en condiciones inhumanas, en una fábrica de productos de caucho. Debió de ser por aquella época.
Hoy, rememorando estas cosas, he pensado que, si mi padre no hubiese decidido mudarse a Madrid durante aquel incierto año de 1969, quizá mi vida hubiera sido totalmente distinta. En cualquier caso, hubiera sido mucho menos probable que yo, su hijo, hubiera terminado viviendo en Viena. Así es: somos rehenes y producto de decisiones tomadas en nuestro nombre cuando ni siquiera somos un proyecto (mis padres no se conocieron hasta 1973).
Así visto, quizá mi viaje a Viena comenzó al mismo tiempo que la conquista del espacio.
Deja una respuesta