El explorador Payer (foto: wikipedia)
30 de Julio.- Como mañana no habrá entrada (me voy de excursión fuera de Viena), hoy le contaré a mis lectores la historia de un curioso lugar del mundo descubierto oficialmente por un par de austriacos en el siglo XIX: la Tierra de Francisco José o, como se llama en lengua vernácula, Franz Josephs Land.
La forman 191 islas de distinto tamaño que, según la wikipedia que todo lo sabe, comprenden un área de algo más de 16 kilómetros cuadrados. Las descubrieron los señores Payer y Weyprecht en 1874 durante su expedición al polo norte pero, al ser esta expedición financiada con fondos privados, las tierras descubiertas nunca fueron parte de Austria. El descubrimiento de la Tierra de Francisco José se produjo cuando el barco con el que Payer y Weyprecht exploraban las tierras de Nueva Zembla quedó atrapado en el hielo y fue derivando lentamente con la banquisa. Durante la lenta deriva, los dos asombrados austrohúngaros avistaron un archipiélago desconocido hasta entonces, se bajaron del barco y, caminando tranquilamente por el hielo llegaron hasta él y plantaron la bandera amarilla y negra de la casa Habsburgo.
Sin embargo, Payer y Weyprecht, que eran files súbditos de su emperador, y quizá, por qué no, adivinando que el pobre Paco Pepe no tendría mucho éxito en el tema colonial, bautizaron a las islas con sonoros nombres monárquicos o de la historia austriaca. Así, en la Tierra de Francisco José existen, entre otras, la isla del Príncipe Rodolfo (por el hijo de Franz Joseph) o la de Hohenlohe (que, por conjeturas, debió de ser el pagano de la expedición).
Curiosamente, estos nombres tan monárquicos no fueron alterados durante la época soviética y, durante la guerra fría –momento en que las islillas polares tuvieron algún papel estratégico- los muy comunistas cargueros Antonov aterrizaron sin mayor problema en las tierras del emperador.
Igual fue porque en la Tierra de Franz Joseph, aparte de nieves perpétuas y fríos hielos, no hay casi nada. Un puñado de casas, una estación meteorológica y lo que debe quedar de los avíos congelados con los que los soviéticos espiaron a los americanos durante casi cuarenta años. Aún hoy, el acceso por barco sólo es posible durante unas pocas semanas al año, y hace falta un permiso especial.
Por lo demás, la principal riqueza de la Franz Josephs Land son las focas que tanto noruegos como rusos han cazado profusamente a lo largo de la historia (de hecho, soviéticos y noruegos protagonizaron un pleito por la soberanía del archipiélago con varios tiras y aflojas que terminaron más o menos a favor de la antigua Unión Soviética).
En la historia de las islas hay anécdotas deliciosas: por ejemplo, en 1931 un dirigible, el Graf Zeppelin viajó desde Berlin a la isla de Hooker pasando por Leningrado (actualmente, San Petersburgo); La nave dejó 300 kilos de correo conmemorativo y luego realizó la cartografía del archipiélago. Piensen mis lectores en la lenta y majestuosa figura del aerostato traspasando las densas nieblas polares.
La última vez que la tierra de Francisco José ha sido noticia fue en 2005, cuando el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa anunció su intención de construir en el archipiélago la iglesia más septentrional del mundo, bajo la advocación de San Nicolás.
La vida de Payer, por cierto, también merece alguna mención, aunque sea breve. No sólo exploró las regiones polares sino que también fue un consumado pintor, especializado, cómo no, en pintar auroras boreales y paisajes nórdicos. Asimismo, fue condecorado por sus hazañas militares e, incluso, fundó en Frankfurt am Main una escuela para señoritas. Murió en 1915 en una ciudad de la actual Eslovenia.
Deja una respuesta