23 de Agosto.- Parece mentira pero pronto hará cinco años que empecé a escribir mi entrada diaria de Viena Directo.
Desde octubre de 2006 ha pasado mucha agua bajo los puentes del Danubio y se puede decir sin temor a equivocarse que ni yo ni el mundo tenemos hoy nada que ver con los de entonces.
Cuando empecé a escribir llevaba alrededor de un año aquí. Es una época que, a veces, echo de menos. Todo seguía siendo muy difícil (por ejemplo, seguía entendiendo más o menos un treinta por ciento de lo que me decían los aborígenes) pero, por lo menos, ya tenía un trabajo y, por lo menos en ese aspecto, mi permanencia en el país quedaba justificada. Se empezaba a ver la luz al final del túnel del proceso de adaptación.
Los españoles éramos entonces pocos.
En España el paro se acercaba a la situación gozosa del pleno empleo y aunque, en el horizonte, se veían los primeros nubarrones, la orquesta del Titanic seguía tocando como si la fiesta del consumo no se fuera a terminar nunca. La gente seguía pidiendo créditos personales para ponerle al coche llantas de aleación o para marcharse de crucero por las islas griegas y, obviamente, a nadie le apetecía enfrentarse a la pobreza que conllevan siempre los principios en cualquier país y a un idioma y una cultura tan cercana pero, a la vez, tan alejada de la española.
Cuando volvías a la Madre Patria, la gente te miraba raro (en mi caso me chupaba un pie, porque siempre he tenido fama de excéntrico y la gente tomó mi decisión de marcharme a Austria como una rareza más). Te preguntaban si comías muchas salchichas, si hacía frío (que lo hizo, y mucho, en aquel invierno de 2006); te preguntaban si los nativos eran hermosos y rubios como la cerveza y si las nativas eran complacientes con los extranjeros mediterráneos de pelo en pecho. Te preguntaban si todo era tan caro como ellos se lo imaginaban.
Conforme Viena Directo fue creciendo en lectores, empezaron a llegar también los primeros correos de gente que preguntaba sus curiosidades. Generalmente, eran personas que pensaban venir a Austria de vacaciones. Turistas con posibles, por lo general, para qué engañarnos. Viena nunca ha sido Torrevieja ni Marina D´Or. Uno les contestaba lo mejor que podía. Algunos, decidían quedarse como lectores fijos. Los hay que, incluso, se han hecho amigos.
En otoño de 2008, como todo el mundo sabe, estalló la crisis. Al principio, sólo en Estados Unidos.
España, sin embargo, pronto se vio alcanzada por el Tsunami. En un año, la gente empezó a perder su casa, los pocos ahorros que había logrado acumular durante la bonanza, su trabajo.
En los últimos tiempos, los correos que llegan al buzón de Viena Directo se han empezado a hacer más apremiantes, más desesperados. Gente que me manda su currículum, personas que ya no se paran a pensar que, entre ellos y Austria hay un océano idiomático, y me piden ayuda para empezar a trabajar “en lo que sea”; olvidada toda prudencia, abandonado todo atisbo de cautela.
Siguen llegando, como cada año, eso sí, los Erasmus a los que papá les paga el botellón en el Museums Quartier, pero esos, por lo general, no tienen contacto con Viena Directo porque saben que la ciudad de los valses será para ellos solo una parada más. Una estación.
Eso, por lo menos, no ha cambiado. Algo es algo.
Si te ha gustado este artículo, ya sabes: suscríbete
Deja una respuesta