29 de Septiembre.- En la jungla de la ultraderechasólo sobreviven aquellos depredadores que tienen una capacidad superlativa de enganche con el público.
En el ecosistema del neofascismo, importa menos el contenido de lo que se dice que la habilidad del orador para tocar determinados resortes de las vísceras de su auditorio.
Hitler tenía instinto para encontrar esos resortes y hacerlos saltar, Sarah Palin y sus palmeros del Tea Party saben tocar también la fibra sensible de su fanatizado auditorio; Strache hace lo propio en sus feudos de Simmering y Favoriten, si bien a un nivel más provincial, y Thilo Sarrazin, el polemista que visita hoy Austria, ha convertido su instinto para la controversia en una máquina de producir billetes de quinientos.
Sarrazin (1945, Thera, Turingia) ha importado con éxito una figura relativamente normal en los Estados Unidos pero poco frecuente en Europa: la del publicista.Básicamente, el tipo que salta a la arena mediática, lanza unas tesis que sabe controvertidas, y luego se sienta a esperar a que la polvareda audiovisual levantada sirva de publicidad gratuita para sus libros.
Sarrazin, como Hitler, como Palin, como Strache, sabe que uno de los resortes más efectivos para modelar el comportamiento humano es el miedo y, para provocarlo, utiliza una de las fantasías favoritas que reinan en el inconsciente colectivo de este lado de los Alpes: la de un Armaggedon final entre razas. Los rubios contra los morenos. El cristiano ario, tocado por la apolínea energía del sol, contra el torcido y brutal musulmán venido de Oriente Medio.
El escritor alemán es, además, un tipo inteligente y, para darle credibilidad a sus afirmaciones sobre la supuesta islamización de Europa, utiliza una ciencia inventada por él mismo: la demografía creativa. Sarrazin adopta con gusto el papel de ese profeta que avisa a los inconscientes de que el Titanic se hunde mientras la orquesta sigue tocando.
La tesis fundamental de Sarrazin es que la mayor tasa de natalidad entre los turcos y la bajada del número de hijos por mujer entre los sectores más cualificados de la sociedad(para Sarrazin, naturalmente, “arios”), terminará por inclinar la balanza dentro de cincuenta años. Ante sus sobrecogidos espectadores, el polemista alemán pinta un futuro sombrío en el que Berlín se parecerá a Bagdad. Literalmente: “un mundo en el que las mujeres vayan cubiertas y la actividad diaria sea regida por la voz del muhecín”.
Tampoco se corta un pelo en calificar a los inmigrantes (turcos, particularmente) como parásitos que conciben a los hijos como un medio para vivir sin trabajar a costa del Estado; tilda a todos los inmigrantes de obtusos y sostiene que la presencia de niños musulmanes en las escuelas convierte a la alemana en una sociedad más tonta.
La receta Sarrazin para terminar con este supuesto estado de cosas es la de reducir los beneficios estatales para la población inmigrante (haciendo que sean sólo obtenibles tras diez años de residencia en Alemania); asimismo, vincular la percepción de estas ayudas al conocimiento del alemán, para que el emigrante pruebe así su deseo de integrarse en la sociedad de acogida; la concesión de la ciudadanía alemana sólo a aquellos trabajadores de procedencia musulmana que efectúen trabajos altamente cualificados; asimismo, estimular que las “mujeres blancas”, que supuestamente están altamente cualificadas, tengan muchos hijos para compensar la presión demográfica musulmana en general y turca en particular. El mundo, según Sarrazin, necesita que los cristianos se reproduzcan, si se quiere evitar la catástrofe general.
Thilo Sarrazin ha sido invitado hoy por una organización de Graz para hablar de estas y otras de sus tesis y, cómo no, para promocionar su libro. Porque él, en el fondo, siempre está ahí, para hablar de su libro.
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