21 de Febrero.- Uno de los fenómenos más observables de la política austriaca es el hecho de que las clases trabajadoras que, por su ala izquierda formaron la columna vertebral del Partido Socialista Austriaco y, por su ala derecha (católica) eran la cantera del Partido Popular, han dejado de sentirse representadas por estos grandes elefantes grises y migran, de manera masiva, hacia la ultraderecha llamada aquí populista (el FPÖ de nuestro amigo el de los ojos azules).
Se podría argumentar que, de buscar una alternativa progresista, las clases populares de este pequeño gran país país se podrían haber mudado a los verdes; pero lo cierto es que el perfil medio del votante de los verdes se parece mucho al perfil medio de los consumidores de Apple. Son, por así decirlo, los early adopters de todo, la Inteligentsia del país. Jóvenes de clase media-alta que van por la vida preocupadísimos por los pobres negritos que se mueren de hambre o por los vertidos de mercurio a los ríos de China, mientras mordisquean hamburguesas de tofu y teclean displicentes en su MacBook Air, fabricado por pobres taiwaneses en jornadas de quince horas a sueldos de miseria.
Una de las cosas que las clases populares austriacas le reprochan a los dos partidos “ortodoxos” es el no defender a los estratos más sencillos de la población de la competencia laboral inmigrante. Sienten que, ni el SPÖ ni el ÖVP, son lo suficientemente “duros” y claman contra lo que, el otro día, en una reunión con aborígenes, yo escuché llamar la “hipersocialización”. Un concepto perverso que viene a esconder la creencia de muchas personas de que aquí, cualquier extranjero llega con una mano detrás y otra delante y el Gobierno, tonto de él, le pone un piso.
Estas clases populares de, no hace falta decirlo, expediente académico tirando a recortadito, se sienten cómodas (vengadas, diría yo) con el estereotipo a la Sarrazin que la ultraderecha austriaca presenta del inmigrante: a saber, esa persona esencialmente vaga, algo estólida, de religión mahometana, cargada de hijos, que chupa insaciable de la teta del Estado.
Así las cosas, detectado el fenómeno, las mentes no esclerotizadas tanto el Partido Socialista como del Partido Popular Austriaco, no cesan de devanarse los sesos en busca de maneras de levantar un poco la remisa libido electoral de la masa votante y, de paso, arañarle un par de puntos a la ultraderecha.
En este sentido, la gran esperanza blanca del Partido Popular Austriaco se llama Sebastian Kurz, veinteañero Secretario de Integración que, en los periódicos para pobres, posa hoy diciendo que él “tendría por sensato” que se subiesen las multas por absentismo escolar hasta la cantidad de 1500 Euros. Naturalmente, si el Secretario de Estado de Integración dice esto, todo el mundo asume que, mayoritariamente, los niños y jóvenes que faltan a la escuela (o pertenecen a los Ninis que NI estudian NI trabajan) son inmigrantes o hijos de inmigrantes (esas personas chuponas de la teta del Estado, ya se firguran mis lectores). El nativo austriaco del simpático barrio de Favoriten o de los distritos allende el Danubio, lee el periódico en el metro y piensa eso de “!Por fin alguien dice la verdad! Leña al mo(r)o que es de goma”.
Sin embargo, si alguien se para a leer la letra pequeña de la información (bueno, la letra normal, tamaño 11 de Word) se dará cuenta de que, según un estudio de la Universidad de Linz –el mismo que Kurz ha utilizado para sus aseveraciones- la generación NiNi austriaca está compuesta de 75000 jóvenes y jóvenas de entre 16 y 24 años pero que “sólo” un veinte por ciento de estas personas ¡Sólo un 20! Son inmigrantes o tienen lo que aquí se llama “Migrations Hintergrund”(o sea, son hijos de inmigrantes). El resto, si hemos de creer a los sesudos profesores de sociología de Linz, son austriacos de toda la vida.
El Secretario Kurz, que debe de ser de letras, a juzgar por la deficiente interpretación que hace de los datos numéricos, utiliza este estudio para reivindicar la sensatez de su idea de castigar a personas que, ya de por sí, ocupan los estratos más pobres de la sociedad.
Él, por supuesto, no tiene por qué preocuparse. A los veinticuatro años, sin los estudios terminados, ya tenía un coche oficial.
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