Diez películas para entender el cine austriaco (3): Hoy, Hundstage

Verde y negro
Seidl interpreta como nadie la poesía del extrarradio

 

5 de Diciembre.- Creo que, Hundstage, la película de la que hablaré hoy, es la primera austriaca que vi (las de Sissi no cuentan, porque no son, en puridad, películas, sino obras de teatro filmadas). Recuerdo perfectamente, que ver Hundstage (en versión original, con subtítulos en inglés) fue para mí una experiencia muy, pero que muy perturbadora. Como si alguien hubiera abierto la puerta de una habitación llena de objetos extraños en la que reinase un ambiente cargado y un olor muy fuerte, de esos sobre los que uno no es capaz de decidir si le gusta o no. Cuando llegaron los créditos –la puerta de la habitación se cerró de un portazo- tuve la sensación inconfundible de haber visto una obra maestra de lo terrible y de lo bizarro. Un peliculón.

Después de eso, Hundstage durmió en el fondo de mi mente durante mucho tiempo, hasta que pude enlazarla con el nombre de su director, Ulrich Seidl –en mi opinión, el mejor realizador austriaco de su generación, el más personal, el que sabe encontrar la poesía en la dureza cotidiana-; busqué entonces todas las obras de Seidl que pude encontrar, y me las vi –con tiento, eso sí, porque Ulrich Seidl, en dosis prolongadas, puede impulsarte a tirarte a las vías del tranvía más cercano-.

Pero antes de seguir con Hundstage, detengámonos un poco en la biografía de Ulrich Seidl.

Herr Seidl nació en Viena en Noviembre de 1952, pero creció en Horn, un pueblo de la baja Austria que, según datos del censo de 2011, tiene menos de sietemil habitantes.

Ulrich era el hijo de una familia de profundas convicciones religiosas (católicas) y él mismo pensó en ser sacerdote. Por suerte, la Iglesia perdió un cura, aunque, si algo se puede decir del cine de Seidl es que es poderosa, distintamente moral (que no moralizante). A lo largo de todo el cine del austriaco se puede detectar una preocupación constante por reflejar cómo los seres humanos nos utilizamos, nos herimos, por la culpa e, incluso, podría considerarse Hundstage como un catálogo medianamente extenso de las consecuencias que el “pecado” (entendido como conducta antisocial) o la ausencia de la ética tienen, no sólo para la sociedad, sino, sobre todo, para el “pecador” que, a causa de su incapacidad para distinguir el bien del mal u orientarse por unos valores determiandos, acaba cósmicamente solo, aislado en medio de la gente, abandonado. Damnificado.

Otra de las preocupaciones de Seidl es la autenticidad, por eso, no es casualidad que sus primeros éxitos los lograse en el campo del documental. Por ejemplo con el espléndido Good News, que retrataba la vida de unas personas que todos los vieneses vemos pero a los que pocos prestamos atención: los vendedores indios de periódicos, ataviados con su anorak fluorescente en donde puede leerse “Kronen Zeitung”.

Hundstage es un exponente clarísimo de esta preocupación de Seidl por crear “verdad”. La película cuenta seis historias más o menos independendientes que se desarrollan en los suburbios de Viena, durante los días más calurosos del verano (que en alemán se llaman Hundstage, días perros, y en español, de la misma forma, canícula). Las seis historias desgarradoras, crueles, divertidísimas en algunos casos (aunque con ese tipo de humor que luego te deja un sabor de boca amargo, por haberte reido de según qué cosas) están interpretadas por actores no profesionales y filmadas de una manera limpísima, distante, con un concepto personalísimo de la estética que no hace sino volverlas muchísimo más eficaces para el espectador que no puede evitar pensar que, lo que está viendo, es verdad a veinticuatro fotogramas por segundo.

Uno de los personajes de la película que más hondo calan es el interpretado por Maria Hofstätter, que hace de una mujer desequilibrada que recita listas, listas y más listas, durante toda la película.

En resumen: un trozo del alma austriaca.

Después de su estreno en 2001, la calidad de Hundstage fue reconocida por varios importantísimos premios. Entre ellos, el Gran Premio del Jurado del festival de Venecia y el Premio Especial del Público en la Seminci, de Valladolid.


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