3 de Febrero.- Hace hoy una semana, el día 29, se vivieron momentos tensos en los alrededores del Hofburg, el complejo que agrupa los antiguos palacios de la monarquía de los Habsburgo.
Aquella parte que no se usa para espacio museístico, se usa hoy en día como exclusiva localización para acoger eventos de la más variada índole, como el que motiva estas líneas.
El viernes pasado se celebró en el complejo palaciego el controvertido WKR Ball (o Wiener Korporationsball, baile de las Corporaciones Vienesas, también Wiener Korporationsring Ball, de ahí las siglas).
Los organizadores del baile son los llamados Burschenschaften y las asociaciones de antiguos estudiantes llamadas Studienverbindungen, grupos cuya existencia se remonta al siglo XIX y cuyo inocente fin, al menos de manera oficial, es el cuidado y mimo de las tradiciones.
No me extenderé sobre este tema porque tengo un docto amigo con el que tengo apalabrado un artículo en el que explicará, para los lectores de Viena Directo, por qué es inexacto decir que todos los asistentes al baile del WKR eran unos neonazis (aunque haberlos, como pueden suponerse mis lectores, húbolos, y a cascoporro).
El caso es que tradicionalmente, este baile, como el de la Ópera, suele ser motivo para que organizaciones de izquierda convoquen manifestaciones en las que reivindican un mundo más justo y mejor. Tales manifesaciones forman parte del folklore urbano de Viena, al igual que la manifa que, un par de veces al año, organizan por Mariahilferstrasse los vegetarianos en contra del holocausto animal (como cantaba Manolo Kabezabolo ¿Y usted qué opina, del aborto de la gallina?) o los defensores a ultranza de los pobres visones, que dan su piel, malgré eux, para que las ricachonas de este mundo se defiendan de los fríos polares.
Por otro lado, la presencia en este baile de conspícuos líderes ultraderechistas (este año, la invitada estelar, que no debía de estar muy enterada de lo que iba el tema, era la jefa francesa del Frente Nacional, Marine Le Pen) así como la fecha elegida para la celebración del baile –29 de Enero, día en que se conmemora todos los años la liberación de una de las fábricas de muertos más siniestras de la historia, el campo de concentración de Auschwitz- motivó que, este año, el ambiente se fuera calentando con bastante tiempo de antelación.
El día de autos, desde bastante temprano, se empezó a arracimar gente en la Heldenplatz (la explanada frente a la entrada del complejo del Hofburg), la ciudad implementó también el correspondiente dispositivo policial (para separar a un bando de otro y que no terminara la cosa en batalla campal, se hace también con los hooligans de distintas aficiones) y, como era previsible (y hasta sano) se montó un bonito pitote en el que los de las organizaciones de izquierdas llamaron facha a todo lo que se movió (aunque sólo fueran ancianos ex estudiantes con bastón y sonotone) y los fachas, y aquí voy, sintieron rugir la adrenalina en sus venas, igual que el zar Nicolás minutos antes de ser enviado a jugar a las cartas con San Pedro en el frondoso bosque de Ekaterimburgo.
De madrugada, la plaza de los héroes quedó como la Puerta del Sol madrileña después de cada nochevieja; los ultras volvieron a su casa algo resacosos, convencidos de que ya no se respeta a la gente de orden, y todo hubiera terminado sin mayor novedad si no hubiera sido porque un periodista del periódico Standard escuchó al lider de la ultraderecha austriaca, Heinz Christian Strache, hacer unas declaraciones que, a buen seguro, le han costado un alipori.
Como Strache sabe que tiene que trabajarse a ciertos sectores ultranacionalistas y ultraderechistas, entre los que tiene muchos seguidores, seguro de que le iban a escuchar, se atrevió a decir que los asistentes al baile son “los nuevos judíos” y comparó el pitote acaecido en la Heldenplatz con “la noche de los cristales rotos”. A pesar de que no lo dijo, la cita no era tampoco suya, sino de su mentor y padre político, el malogrado Jörg Haider (ya saben mis lectores, el lebensmensch del otro). El del Standard lo publicó y el Jefe del Estado Austriaco, Sr. Heinz Fischer, previa petición del Gobierno Austriaco, decidió quitarle a Strache la condecoración que le tenía concedida alegando lo inaceptable de la comparación.
Desde entonces, la estrategia de Strache ha pasado por diferentes fases. Desde acusar al periodista del Standard de haber obtenido el titular con métodos típicos de la Stasi (Policía Política de la Alemania Comunista) hasta argumentar que todo se debe a una maniobra destinada a desprestigiarle (como si hiciera falta). Lo que no ha hecho ha sido desmentir que dijera lo que dijo. Y ahí nos duele. A todos.
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