2 de Marzo.- Cuando era niño aprendí que, a veces, no conviene contar las cosas que a uno le vienen a la cabeza porque los demás te miran con cara de (?) o peor de (!).
Una cosa que, en según qué circunstancias (en el recreo de un colegio, particularmente, rodeado de torvos rostros infantiles) puede llegar a ser peligrosa.
Por eso, desde mi tierna infancia, cuando me viene a la cabeza algo que sé que se le ocurriría a poca gente, me corto de decirlo. Por lo que pueda pasar.
Sin embargo, las reglas están para romperlas, así que hoy voy a contarles a mis lectores el pensamiento de ciencia ficción que ha motivado este post.
Mientras esperaba a que se calentara la máquina del café (Nespresso, what else?), momento que, cada mañana, aprovecho para decidir cuál será el tema del primer texto del día, me he imaginado a mis lectores del futuro remoto.
No de dentro de cinco, ni de diez, ni de cincuenta años. Sino de un futuro más lejano aún.
Sin duda influido por una noticia nada tranquilizadora que leí ayer (decía que, como esto siga así, en unas cuantas décadas no vamos a poder hacernos bocatas de boquerones en vinagre, porque la vida marina se habrá terminado) pensé en un mundo como el de El Planeta de Los Simios o The Road, en el que la civilización, a causa de un cataclismo, no fuera la que conocemos.
Pensé en un grupo de arqueólogos del futuro que, de pronto, tras el sensacional hallazgo de una copia en buen estado del DVD porno de Paris Hilton (instrumento imprescindible para estudiar los rituales de apareamiento de esta época) se toparan con el servidor en el que está almacenado este blog (que no sé dónde se encuentra, por cierto: quizá en algún búnker de Estados Unidos o Canadá).
Pensé (la máquina del café empezó a hacer ruiditos) que quzá, con sus instrumentos superpoderosos, podrían revivir la herrumbrosa circuitería de esa máquina que supera todas las fronteras de mi comprensión y recuperar, después de siglos, los datos almacenados con el propósito de estudiarlos y conocer más profundamente la vida en este 2012 en el que dicen los aztecas que el mundo va a hacer chimpún.
Pensé –y me perdonarán mis lectores por haber pensado una cosa tan rara- que tengo una responsabilidad hacia esos lectores remotos que se enfrentarán a los humildes textos de Viena Directo como yo me enfrento a las obras de Santa Teresa o de Quevedo, o sea, haciendo un esfuerzo por asemejar las experiencias de una mujer y un hombre del siglo XVII a mis propias experiencias, armado solo de cantidades industriales de paciencia y con el convencimiento de que por encima del lenguaje, con o sin Google de por medio, con agua corriente o sin ella, la naturaleza humana y los sentimientos humanos no cambian.
Aún con las luces de la máquina del café parpadeando, Viena, Austria, principios del siglo veintiuno, me he dicho: “Paco, tienes una responsabilidad con los lectores del futuro” –la que tengo con los lectores de hoy en día, por otra parte, la tengo presentísima en todo momento- ¿Qué imagen de Viena, de Austria, estás dando? ¿Se ajusta a la realidad? ¿Podría alguien hacerse una idea precisa de cómo la vida en Austria en esta hora si leyera tu blog? Es más, Paco: para entender a Austria ¿Era estrictamente imprescindible que publicases un post sobre una canción que conmina a mover el culo? (un post que, por otra parte, me divirtió un montón escribir) ¿Cómo distinguir los acontecimientos importantes, aquellos que tendrán una transcendencia para esos hipotéticos lectores del futuro de aquellos que forman la ganga de los días?
La máquina del café, ya caliente, ha recibido la correspondiente cápsula de aluminio (azulita: me gusta el café azul claro) y yo he pensado que, quizá, en vez de sobre las aventuras de Lukas Plöchl, quizá debería de haber escrito sobre la millonada que el Gobierno austriaco ha tenido que inyectar en una de las entidades bancarias más importantes del país (el Volksbank, que te da alas, como el Red Bull) para que no le sobrevenga el Holocausto Caníbal.
Por suerte o por desgracia, sin embargo, los lectores del futuro no pueden pronunciarse (aún), y a nosotros siempre nos faltará una parte del enunciado del problema para poder leer los textos completos. En una palabra: la llave del porvenir.
Deja una respuesta