24 de Mayo.- La noche del martes demostró dos cosas: a) que Lukas Plöchl es un digno hijo de seleccionador nacional de volleyball y b) que Eurovisión viene a ser como un toro.
Lukas Plöchl, lo digo para mis lectores que no estén en la pomada, es la mitad del dúo Trackshittaz, este año representantes de Austria en el festival de Eurovisión. Chino por parte de madre, austriaco por parte de padre, ha colado ya un par de números uno en las listas austriacas. Para aquellos de mis lectores que quieran obtener una información más amplia sobre la vida y milagros del mushasho, pueden pinchar aquí e ir al post en el que conté su biografía. Tras la debacle de su candidatura al máximo galardón del festival, definida ayer por la prensa del ramo como “blamage” (una cosa como “vergüenza” o algo así), Plöchl demostró ser un tipo pragmático y sumamente inteligente al adoptar, para describir la situación, un lenguaje deportivo.
Entrevistado por los plumillas, dijo, sobre poco más o menos: “Hemos perdido y no pasa nada. Después de todo, Eurovisión era una oportunidad que hubiéramos sido tontos en desaprovechar”. Luego, se encogió de hombros, como diciendo “la cosa no ha salido bien: otra vez será”.
Leyendo sus palabras, pensaba uno que este es el discurso sano del inmigrante. Y la actitud más conveniente, aunque no siempre sea fácil mantenerse así de tieso ante los contratiempos de la vida.
Los que venimos aquí debemos orientarnos siempre por lo que podríamos llamar, a partir de ahora, “la doctrina Plöchl”. En esto de vivir en un país que no es el tuyo, el llorica tiene comprado medio billete de vuelta. No hay que desanimarse ante las dificultades y mentalizarse de que hay que probar muchas veces antes de que te de los tuelf points, y ver muchas puertas cerradas y enfrentarse a la granítica evidencia de que ya puedes cantar tú bien, que como haya un putón verbenero enseñando canalillo y cacha, es más que probable que los sms de las repúblicas exoviéticas vayan a su escote y a ti te digan, en el mejor de los casos, que vuelvas mañana y, en el peor, que ya te llamaremos guapo, que aquí sobra mucha gente.
Pero también hay que pensar que, en este juego, el que resiste gana y que los triunfos del zorrón verbenero de turno (o de la novia de Drácula, como la representante albana) son siempre pasajeros y que, más tarde o más temprano, como pasa siempre donde no hay publicidad, resplancede la verdad.
En cuanto al punto b) –ver el primer párrafo- resulta evidente que las reglas del sentido común no valen en Eurovisión. O mejor dicho, en Eurovisión, como en otras cosas de la vida, siempre se tiende a caer en la tentación de creer que el único sentido común válido es el propio de uno y que, si en Lituania no les parece, como a uno, que la canción de Israel merecía mejor suerte es, sin duda, por el lamentable estado del sistema educativo Lituano o por un qué sé yo de daño colectivo que aún persiste después de haber estado esta república bajo la bota soviética.
Lo que a uno no se le ocurre pensar nunca es que, quizá, la canción de Israel no fuera tan buena después de todo. Pero somos humanos ¿A que sí?
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