
Rápido. Cómodo. Económico. Efectividad garantizada al cien por cien. Tanto si quieres venir a trabajar a Austria como si solo quieres pasar aquí unas vacaciones. Al alcance de cualquiera.
Querida Ainara (*): una de las estrategias que utilizo desde hace años para mantener el equilibrio es realizar, siempre que puedo, trabajos en los que el dinero no sea el componente fundamental del placer.
Sólo en las cosas que uno hace simplemente porque le gustan, pone uno ese cariño por el trabajo bien hecho en el que reside la auténtica satisfacción.
Muchas veces me pregunto, por ejemplo si, de hacer Viena Directo como trabajo remunerado, le dedicaría tantas horas a darle vueltas al blog para intentar mejorarlo. Si cuidaría con tanto mimo el contenido diario de los artículos que ofrezco a mis lectores, si sentiría (como la siento) la responsabilidad de buscar contenidos amenos, interesantes e informativos, si me quebraría tanto la cabeza para hacer un texto más legible o para intentar explicar de una forma aparentemente ligera cosas importantes. Quizá no.
Otra de las cosas que hago desde bien jovencito (catorce años tenía cuando empecé) es dar clases.
Y no te miento si te digo que, de todos los disfraces que he llevado en esta vida (el de escritor, el de periodista, el de actor, el de administrativo) el que más satisfacciones me ha proporcionado es el de maestro.
Siento un enorme placer cuando consigo hacer un concepto más transparente para mis alumnos, cuando, con la herramienta imprescindible del humor, les relajo y les pongo en condiciones de aprender. Cuando veo que van cogiendo seguridad, que se van soltando. Y, naturalmente (y este quizá es el mayor gusto) cuando aprendo de aquellos a los que se supone que tengo que enseñarles cosas.
¡Qué sería de mí sin las cosas que me han enseñado mis alumnos! (o sin las cosas que yo sabía y que ellos me han confirmado).
Ayer fue uno de esos momentos.
Estuve tomandome unos vinos con B., J. y E.; amigos que empezaron (y siguen) siendo alumnos.
B. y J. acaban de volver de un viaje por América y contaban sus experiencias. B., que es una chica muy perspicaz, explicaba que ella había desarrollado un método casi infalible para que la trataran bien en todas partes y era mostrarse amigable y sonreir, por ejemplo, antes de pedir algo en una tienda.
Es el mismo método que utilizo yo en Austria.
Como extranjero, sobre todo al principio, hay que ser consciente de que la persona que tienes delante va a tener siempre un problema contigo (aunque sea sin querer). Para un dependiente, por ejemplo, vas a suponer siempre un trabajo extra. El de intentar comprenderte, el de intentar rellenar los huecos que hay en el mensaje que tú le transmites (huecos que se producen por falta de vocabulario o por desconocimiento de alguna de las realidades del país). Dado que el ser humano es vago por naturaleza, este tipo de cosas siempre generan fastidio.
Sin embargo nadie es inmune al poder relajante de una actitud amigable. Si quien tienes delante ve en ti una actitud cooperativa, si ve que te esfuerzas, tienes la mitad del negocio hecho. En el médico, en una entrevista de trabajo, en la oficina del paro, en una tienda. Donde sea.
Así, puedo decir que, a pesar de que haya gente que haya convertido el “racismo” de los austriacos o su mal carácter casi en un género literario (un género literario que encubre, en la mayoría de los casos, la propia incapacidad del escritor para relacionarse eficientemente con la población aborígen) yo, hasta la fecha, no he tenido ni un solo problema con ningún ciudadano austriaco por el hecho de ser extranjero.
(Toquemos madera)
La actitud, para esto, como para todo, es fundamental.
Besos de tu tío
(*) Ainara es la sobrina del autor
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