Emigrar es aceptar que no se puede tener todo. Reirse y llorar. Como la vida misma.
3 de Enero.- Ir es lo que tiene, que alguna vez tienes que volver. Llega el taxi que llevará a la familia al aeropuerto. Al abuelo, a la abuela, a la niña y al tito Paco, que vuelve a casa después de pasar diez días en España.
Conduce el vehículo un señor de unos cincuenta años, natural de El Tiemblo, provincia de Ávila. La niña se sienta entre la abuela y su tío. El abuelo va delante. Bien enseñada, la niña le recuerda a su abuela que se tiene que abrochar el cinturón.
El coche se pone en marcha. Hace una mañana soleada y el cielo, de ese azul austero y profundísimo que sólo se ve en la meseta, parece un enorme pañuelo de seda tendido sobre el mundo. La niña, con su conversación, rompe el educado silencio de los adultos. Ese silencio que es tan parecido al que, en la edad adulta, se alcanza en las peluquerías de caballeros, y que pone tan nerviosa a cierta gente.
La niña, no se sabe si dirigiéndose al taxista o al aire, dice:
-Mi papá y mi mamá no están casados.
Los adultos se echan a reir. Algo avergonzado, el abuelo dice: “como para tener un secreto con esta”. El tío intenta reconducir la situación:
-Bueno, Ainara, es que hay personas que quieren estar casadas y otras que no.
-Ya, pero yo quiero que mi papá y mi mamá se casen para poder vestirme de princesa.
El tío intenta cortar por lo sano:
-Y tú, Ainara ¿Quieres casarte?
La niña responde con una seguridad desarmante:
-Claro. Contigo.
-No puede ser, Ainara.
La niña mira a su tío con los ojos como platos:
-¿Porque te vas a morir?
El tío se echa a reir, un poco nervioso:
-¡Espero que no! ¿Cómo se te ocurre decirme eso cuando estoy a punto de montarme en un avión?
-¿Entonces?
-Pues porque soy tu tío y, además, soy muy mayor.
Haciendo tiempo en la T-4 de Barajas, Ainara, subida en un carrito de maletas con las piernas cruzadas, como una estrella de Hollywood, va pidiendo que su abuelo la pare delante de todos los letreros, para ir leyendo lo que pone. Resulta de ello un catálogo de eslóganes publicitarios. Vuela sin IVA con tu tarjeta. Las tiendas del Aeropuerto. De pronto, descubre la pantalla donde anuncian los mostradores del Check-in, y se lanza a la tarea de descifrar destinos insólitos. En los diez días de las vacaciones, ha hecho espectaculares progresos en el arte de juntar signos y la novedad la tiene absolutamente fascinada.
-¿Qué pone aquí, Ainara?
-Vi-e-na.
-¿Y aquí?
-Ve-ne-ci-a.
-¿Y sabes dónde está Venecia?
-Um-um.
-Venecia está en Italia. ¿Y sabes por qué es famosa Venecia?
-No, tío Paco.
-Porque las calles son de agua. Y la gente, en vez de en coche, va a los sitios en barco ¿Y sabes cómo se llaman los barcos de Venecia? Se llaman Góndolas.
Ainara piensa en ir al colegio en barco y se muere de risa.
Llega el momento de pasar los controles de seguridad. El tío Paco tiene un nudo en el estómago, pero intenta disimular. Se abraza a su madre, se abraza a su padre.
-Bueno, venga ¿Me das un beso?
La niña hunde la barbilla en el pecho y se echa a llorar muy bajito.
-¿Qué te pasa, Ainara?
-No quiero que te vayas.
-Pero me tengo que ir, cariño. Venga, dame un beso.
La niña se abraza a su tío llorando como solo se llora a los cinco años. Con desconsuelo. Al tío se le empañan los ojos también.
-No llores, Ainara, que si no voy a llorar yo también.
Se oye la voz del abuelo: “Venga, que las despedidas, si son largas, son peores”.
El tío dice: “Venga, Ainara, antes de que te des cuenta, estoy otra vez aquí”.
La niña sigue diciendo adiós incluso cuando su tío ha desaparecido detrás de los arcos de seguridad. El tío, también.
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