6 de abril.- Hace unas semanas recreábamos el choque cultural que supone para un español pasar la primera noche en casa de sus suegros austriacos. Aquel post llevaba un número uno entre paréntesis. Con ello se quería significar que el post en cuestión era el partido de ida. Hoy, jugamos la vuelta. No menos interesante.
Y aquí tenemos a Leonie, en compañía de su novio Manuel, que aterriza procedente de Viena en el aeropuerto de Barajas. Leonie ha viajado por el mundo –su viaje de Matura fue en Croacia y se pasó una semana en cuyo recuerdo, por causa de la abundante ingesta de alcohol, le quedaron varias lagunas-, también se considera moderna y pertenece a esa minoría ilustrada que vota a los verdes. Se defiende en español y, aleccionada por su Manuel, ha aprendido varias frases de uso diario del tipo “estoy pedo como Alfredo” o “no puedorrrr”.
Espera compensar estas carencias porque, como todos los austriacos de su generación, habla inglés fluidamente, a pesar de que, como a todos los austriacos de su generación, le sea imposible pronunciar la v inicial de las palabras (una v que, en su idioma, no tiene ningún problema en decir, por cierto). Hablando en alemán, dirá Leonie sin mayor embarazo que el Vizekanzler de EPR se llama Spindelegger. Sin embargo, cuando conoció a su Manuel y los dos entablaron conversación en la lengua de Mick Jagger, ella le dijo que sí, que había nacido en “Uienna” ¿Por qué? Chi lo sá. Misterios del subconsciente germánico.
Después de recuperar las maletas, Leonie y Manuel salen del complejo aeroportuario. Los suegros de la austriaca están esperando a su hijo y, nada más verlo, se abrazan a él como si, en vez de volver de Austria, hubiera escapado de un campo de concentración custodiado por Rottweilers.
Leonie está perpleja, pero la cosa no ha hecho más que empezar.
Madre, padre e hijo se ponen a hablar durante diez minutos en un tono de voz que hace que a Leonie se le encojan los esfínteres. Por el tiempo utilizado y el volumen de la conversación, empieza a sospechar que su Manuel está siendo desheredado. No hay tal, sin embargo, porque Manuel le está contando a sus padres el escándalo que ha montado en el aeropuerto una señora a la que no le dejaban embarcar con una botella de agua.
Pasado este momento, los padres de Manuel caen en que ha venido con su futura nuera y la saludan sonriendo de oreja a oreja. Leonie, la mujer, cree conjurado el peligro y les tiende la mano esbozando a su vez una sonrisa. El padre de Manuel le estrecha la mano a la muchacha pero la madre, sonriente pero sin mediar palabra, la abraza fuertemente y le planta sendos y sonoros besos en las mejillas. Despues, le aclara en español, gesticulando mucho con las manos y la cara que, en España, estos formalismos de dar la mano son considerados “una gilipollez” (Leonie levanta las cejas, pero apunta la palabra mentalmente). Luego, la familia parte hacia el utilitario que les llevará a la casa en donde el niño Manuel dio los primeros vagidos.
Llegan a las nueve de la noche, oscurece sobre una casa familiar de la periferia de Madrid. La austriaca está “esmallaíta perdía” y empieza a preocuparse porque, en su cabeza, resuenan las voces que, en su infancia, la conminaban a cenar a la hora en que, en España, los niños meriendan viendo a Belén Esteban despotricar en Sálvame o se informan de lo dura que es la vida, recibiendo, sin adulterar, los relatos de la violencia de género por medio del educativo programa Gente.
La cena, sin embargo, aún tarda un poco en llegar, y lo hace en forma de todas las delicias con las que la gastronomía cañí deleita a un paladar remiso. Jamón en lonchas milagrosamente transparentes, chorizo, queso manchego cortado en triángulos o taquitos. Leonie no sabe por dónde atacar. Entonces llega su suegro, le pega un par de palmadas en el hombro a su cachorro y, para que lo escuche la vecindad, dice:
–Dile a tu chica que coma sin miedo, que hay de sobra de todo.
Luego, coge una trozo de chorizo y, dirigiéndose a la austriaca, dice:
-¡Come, muchacha, que en tu tierra no hay de esto!
Y, acto seguido, le mete un muerdo al embutido. Para dar ejemplo, mayormente.
Tímidamente, Leonie, “con dos deditos muy finitos” (que decía la mítica Maria Luisa Ponte en aquella escena de un film memorable) empieza a ingerir el alimento. En la tele, de fondo, tertulias. Los españoles se ponen al día de lo que ha sucedido a todas las amistades de Manuel y de sus padres en últimos meses (tu tía Encarna se operó del quiste aquel que le salió en los ovarios, falleció el señor Eusebio el del bajo –se rememora el chiste que los niños contaban en la infancia de Manuel “’¿Dónde vive el señor Eusebio? En el Bajo-dé; ah, pues entonces espero”). Manuel le va traduciendo a su santa cosas al vuelo, pero, en conjunto, la austriaca se queda en ayunas de la conversación.
Llega la hora de acostarse y a la austriaca le enseñan la casa. Aquí el baño, aquí la habitación de Manuel (para escándalo de Leonie y a pesar de que Manuel lleva viviendo tres años en Austria, el cuarto ha permanecido aproximadamente igual al estado que alcanzó en 2005, fotos de Elsa Pataky incluidas). La cama, unipersonal, está hecha.
-Aquí duermes tú, hija.
Manuel, que escucha pensar a su chica, le dice en alemán.
-Yo duermo en el sofá.
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