8 de Abril.- La sangre de la economía, ahora como siempre, es el dinero.
Para entendernos, el dinero es como la plastilina. Si tienes el suficiente, puedes modelarlo hasta convertirlo en lo que tú quieras. Pensiones, puentes, carreteras, programas de investigación e I+D, hospitales, semanas del cine o una exposición universal. Puedes gastártelo en darle dos años de excedencia a las mujeres de tu país que se queden embarazadas o puedes construir un pepino nuclear con el que aterrorizar a los vecinos. En fin: como dice la muletilla famosa, un largo etcétera.
Afortunadamente, el dinero es un bien circulante. O sea, que su propiedad no está concentrada en una sola mano (aunque, en honor a la verdad hay que decir que, en comparación con la población mundial, el dinero está concentrado en un número bastante reducido de manos). Para reunir las mayores cantidades de dinero posible, a la altura del siglo XV los seres humanos inventaron unos grandes embalses para recoger dinero: se llaman bancos.
Los bancos: esa útil invención
En realidad, los bancos son una versión perfeccionada de algo que ya había inventado el pueblo más listo de la antigüedad: los fenicios.
En su versión más primitiva que, con los lógicos perfeccionamientos, sigue funcionando hoy, un banco era lo siguiente: di que yo, un armador fenicio, quería fletar un barco al fin del mundo (Andalucía, en aquella época). A la ida, lo llenaría de productos que solo se producían en Asia Menor y los vendería a los honrados (y algo salvajes) aborígenes del campo de Gibraltar.
A la vuelta, utilizaría los beneficios obtenidos para forrar mis bodegas de productos que solo se producían en la feraz Península Ibérica y que vendería en Asia Menor. Para poder hacer frente a los gastos de la expedición, yo me iría a la plaza y, a voces, pregonaría mi intención en busca de señores fenicios que tuvieran un capitalito para hacer una inversión. A cambio, yo les ofrecería por ejemplo una moneda de plata por cada dos de oro que ellos hubieran invertido.
Cuando este proceso se repetía con cierta frecuencia, los hábiles señores fenicios inversores no estaban pasándose todo el rato por la casa del armador a recoger sus beneficios. O bien los reinvertían en nuevas expediciones o bien los dejaban guardados en la casa de contratación de su confianza. Si esta casa de contratación tenía diferentes sucursales a lo largo de la costa de Asia Menor, uno podía ir a donde tenía depositado su dinero y pedirle al “protocajero” un documento por el cual la entidad se comprometía a pagar una cantidad de dinero en otra sucursal de la misma casa situada en otra localidad. Esto resultaba muy conveniente porque, en aquella época, viajar con dinero encima era bastante arriesgado. Si te asaltaban los ladrones en mitad de un camino, lo más que podían llevarse eran unos papeles que no tenían valor.
Con las oportunas variaciones propiciadas por la informática, los bancos siguen funcionando igual. Si eres un pequeño ahorrador, en vez de las monedillas de plata, a cambio de tu dinero te ofrecen una sandwichera, un reproductor de DVDs, la vajilla de La Cartuja o un colchón de agua. Tú dejas tu dinero en el banco y el banco opera con él. Si eres un gran ahorrador…En algunos países te ofrecen algo que puede ser mucho más útil: el secreto de tus cuentas.
Secreto bancario e impuestos
Porque, naturalmente, los Estados Nacionales, en su labor redistribuidora del parné (aunque mucho se pierda en corruptelas varias) pronto quisieron hincarle el diente al pastel del dinero de los bancos, en forma de impuestos o alcabalas. Para ello, las agencias tributarias necesitaban, claro está, saber quién tenía qué en qué banco. Algunos países pequeños (como Austria, Luxemburgo o las islas Caimán) vieron en esto una manera de atraer dinero en grandes cantidades que luego podían convertir en eso tan volátil que se llama Prosperidad. Y se convirtieron en paraísos fiscales más o menos opacos.
Hoy en día, si tú eres un oligarca ruso, o un político poco escrupuloso o un futbolista que quiera asegurarse un puente seguro para su jubilación, no tienes más que venir a Austria con un maletín, entrar en un banco, abrir una cuenta, dejar la pasta y volverte a tu país.
La agencia tributaria –pongamos la Española- que quisiera obtener datos de tu patrimonio se encontrará con una rotunda negativa por parte de las autoridades bancarias austriacas, que se acogerían a la “tradición” del secreto bancario para no soltar prenda de los caudales que tú tengas depositados en este país. Tus millones no servirán para construir carreteras o para darle asistencia sanitaria a niños comidos por la miseria en tierra natal pero, en cambio, el país en donde tu banco se asienta y opera podrá pagarle al Estado que le acoge para que todos sus nacionales puedan vivir a todo tren y no se acuerden de la crisis.
Pues bien: cuando casi todos en Europa estamos caninos y furiosos (cuanto más al sur, más caninos y más furiosos) y se busca dinero hasta debajo de las piedras, resulta cada vez menos sosentenible el mantenimiento de la “tradición” del secreto bancario. Hasta este fin de semana, solo había dos países en Europa que se negaban a ceder sus datos bancarios para que se cruzaran con el gran registro europeo creado para perseguir a las personas que sacaban su dinero de los países de residencia para que el fisco no les hincase los piños. Estos países eran Austria y Luxemburgo (qué casualidad: dos países pequeños, dos países muy prósperos). Pues bien: ahora solo queda uno: Austria.
El mantenimiento o la petición de derogación del secreto bancario por parte de la UE ha levantado un enorme debate en Austria y en el extranjero. La Ministra de Economía austriaca, María Fekter, del Partido Popular, por razones obvias, se niega a derogar el secreto bancario. Dice que es “una tradición” austriaca. Pero en realidad lo que teme es que pase como en Chipre antes de la intervención de la troika y que se produzca una fuga de capitales que debilite la posición del sector bancario austriaco.
La cosa está peliaguda y plantea muchas preguntas ¿Ética o ecoconomía? ¿Persecución del fraude o mantenimiento de la prosperidad del propio país? Si usted fuera ministro de economía ¿Cuál sería su decisión?
¿Te ha gustado este post? ¿Quieres enterarte antes que nadie de lo que pasa en Viena Directo?¡Síguenos en Facebook!
Deja una respuesta