Según las autoridades sanitarias austriacas, un millón de austriacos (sobre una población total que no llega a los nueve millones) tiene problemas con el alcohol.
16 de Mayo.- Artemio Cifuentes Gamero, de 31 años, lleva casi dos viviendo en Viena. Es un chico guapo y deportista, al que le gusta cuidarse. En el gimnasio que frecuenta, sito en una céntrica arteria de la capital del Danubio, conoció a Brigitta Dankwart, una austriaca de Voralberg. Especímen de la raza local al que la naturaleza dotó de piernas interminables, larga melena rubia y unos ojos azules en los que se podría batir sin problemas cualquier record de submarinismo en apnea.
Alberto y la señorita Dankwart llevan unos tres meses de feliz noviazgo y a pesar de que la austriaca está sumamente feliz con las prestaciones sexuales de su novio (que hacen honor a la fama que de nosotros, los españoles, corre por estos pagos) un nosequé y un qué sé yo corroe las germánicas entretelas de su alma. Cada vez que va a casa de sus suegros, por ejemplo, el español pide zumos de manzana aguados según la costumbre local y rechaza, con gesto algo avergonzado, los alcoholes de alta graduación (45 grados) que le ofrece el abuelo de Brigitta, el cual la mira a ella con cara reprobatoria, como diciéndole “a saber el pelo en el pecho que tiene este pollo: los ausländer estos no son de fiar, nena, y lo mismo te salen frosch”.
Una noche, Brigitta decide dejar zanjado para siempre el comecome que no la deja vivir y le propone a Artemio salir a cenar a un restaurante. Guapetona, con un favorecedor vestido negro, Brigitta se sienta en la mesa de un local italiano y, antes de que Artemio pueda abrir la boca para decir “estos antipasti son míos”, le pide al camarieri una botella de vino.
Artemio encarca las cejas y no dice nada. Luego, proceden a encargar los respectivos condumios.
Cuando la botella viene, Brigitta llena demostrativamente las dos copas (echándole bastante más vino a nuestro Artemio) y luego brinda por los dos.
Una vez consumida la botella (tres cuartas partes Artemio, que empieza a ver doble por la falta de costumbre, un par de chatines Brigitta) la austriaca comenta feliz.
-Ay, Liebling. Menos mal que mi abuelo no tenía razón.
Entre las tinieblas etílicas, Artemio pone cara de ¿? Y Briggitta se siente en la obligación de aclarar:
-No sólo “estás” un hombre, sino que bebes como un hombre. Ich liebe dich.
Artemio se queda a cuadros, porque no entiende bien a santo de qué tiene que demostrar, a estas alturas que, efectivamente, “está un hombre”.
El ejemplo anterior, basado,como todas las historias que cuento (y las películas de los sábados a mediodía en Antena 3) en hechos reales, remite a la tolerancia social que los austriacos tienen para con el alcohol y que amenaza, si no lo es ya, con convertirse en un auténtico problema de salud pública.
Según informaba la ORF en su página web, el Ministerio de Sanidad austriaco calcula que, en EPR hay un millón de personas (un uno y seis ceros, sí) que tienen un problema con la botella. De los cuales, alrededor de las tres cuartas partes tienen un problema con la bebida que, además de problema, es severo.
Y eso, en un país que no llega a los nueve millones de habitantes.
Los costes directos para la seguridad social de Austria se cifran en 375 millones de Eurazos. Los costes indirectos son incalculables.
Los factores que propician este estado de cosas son, principalmente, culturales. En Austria se combinan dos ingredientes para formar la tormenta perfecta: por un lado, la enorme tolerancia que existe para el uso del alcohol, el consumo del cual se considera, como hace nuestra Brigitta, una parte indispensable de la virilidad de un hombre (los adolescentes empiezan a empinar el codo a los trece, como media). Por otro lado, también existe, por lo mismo, un tabú profundo y denso al respecto. Para los austriacos, el alcoholismo no existe porque no se habla de él porque, en el imaginario colectivo, es inconcebible que el alcohol sea malo para la salud (una de las cosas que más le flipan al extranjero es la mitología que existe alrededor de los presuntos usos curativos del aguardiente o schnaps) y el solo hecho de amagar una crítica al respecto hace que tu entorno tenga visiones de ti cantando desmelenado I will Survive en una discoteca de Sitges.
La adicción a la priva es transversal. Llega a todos los sectores sociales y económicos y a los dos sexos. Y, más grave aún, muchas personas que no pueden vivir sin beber realizan todos los días trabajos de responsabilidad en estado de sobriedad solamente aparente. Hasta que un día, o bien el hígado les peta o bien cometen un error fatal que hace el problema insoslayable.
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