¿Sabías que los españoles del siglo XVII ya tenían el alemán atravesado? ¿O que consideraban a los austriacos unos borrachuzos? ¿O que, ya entonces, no había manera de encontrar en toda Viena una habitación?
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Españoles en la Viena del XVII
A modo de contrapunto y habiendo trazado anteriormente un rápido recorrido por el devenir de la emigración española en Viena a través de los siglos, quisiera aproximar al lector a aquella comunidad hispana de mediados del siglo XVII, época donde la Monarquía Hispánica ostentaba un protagonismo de primer orden y aún dominaba la política europea. No resultaba extraño teniendo en cuenta que las posesiones de Felipe IV (1605-1665) se extendían por medio orbe. Los españoles de entonces, ignorando aquella otra incipiente “crisis” doméstica –llamada por algunos historiadores “decadencia”– que engendraría un nuevo orden mundial, se pavoneaban por el continente europeo alardeando del poder de su señor, el Rey Católico. A este respecto, Viena, la sede del emperador no supuso una excepción, ya que se trataba de una corte de importancia clave para los monarcas de Madrid a tenor de la alianza dinástica forjada con sus parientes. Pero, ¿tenían aquellos peninsulares preocupaciones similares a las de los actuales? ¿Cuáles eran sus valores y sus pautas de comportamiento? ¿Consiguieron integrarse en la sociedad vienesa del momento? A estas y otras cuestiones se intentará dar respuesta a continuación.
En primer lugar, nos interesa saber cuales eran las condiciones de establecimiento de este grupo. Por entonces, Viena se hallaba circunscrita a unas murallas flanqueadas por imponentes bastiones defensivos debido al acechante peligro de asedios turcos, por lo que la ciudad estaba condenada a crecer “hacia arriba”. Debido a la alta concentración demográfica, se daba un agudo problema de falta de alojamiento con las consecuentes incomodidades para los forasteros. Los mismos diplomáticos españoles rehuían, por esta entre otras razones, el verse destinados a la ciudad imperial a sabiendas de la carencia de un espacio apropiado para fines representativos. En cualquier caso, sabemos que, además del palacio imperial del Hofburg, donde residía gran parte del séquito de las emperatrices, el lugar preferente para vivir era el barrio de Herrenviertel, situado a lo largo de la Herrengasse. Era comprensible, pues en la cercana Bankgasse se situaba la residencia del embajador español, la figura más importante e influyente de la corte imperial tras el primer ministro del soberano.
Por otro lado, las inclemencias del tiempo, habida cuenta de los fríos y largos inviernos, constituían otro recurrente motivo de queja entre la comunidad hispana. Pero estos no eran los únicos factores que provocaban desagrado a sus integrantes. Iniciado el s. XVII, la introducción de la Contrarreforma –movimiento dirigido a extirpar la “herejía” protestante de las tierras del emperador– comenzó a abrirse paso en Austria. Estas medidas soprendieron a los ciudadanos vieneses, los cuales en su mayoría, al igual que el resto de los austriacos, eran luteranos. Pese a la represión de los Habsburgo, garantes de la “recatolización” en su propio territorio, las prácticas criptoprotestantes debieron perdurar durante varias generaciones dada la entusiasta acogida que las prédicas de la Reforma habían tenido.
En este contexto, los españoles debieron inspirar cierta desconfianza debido a su reputación de católicos acérrimos, lo que debió redundar en su aislamiento social. Por ello, el aspecto religioso también actuó como elemento aglutinador entre los miembros de esta comunidad. En una época donde no existían asociaciones, la congregación en torno a una hermandad reforzaba la cohesión de los miembros a través de su devoción. La “Cofradía del Santísimo Sacramento”, fundada en 1631, tenía su sede en la iglesia de San Miguel (Michaelerkirche) y mantenía sus juntas en la misma embajada. Al igual que en la Península, era habitual ver a los feligreses hispanos en procesión por el centro de Viena durante el día del Corpus, precedidos, siempre, por el embajador del Rey Católico, figura central de la comunidad.
Alcohol, idioma y otros desencuentros
Pero si el clima, la limitación de espacio y las diferencias religiosas no bastaban para incidir en el desarraigo de los españoles, las costumbres presentaban otro muro de separación. A diferencia de la percepción actual, los españoles, sobre todo la clase nobiliaria, eran en aquella época generalmente reacios al abuso del alcohol, un vicio muy extendido en el norte y centro de Europa. Sin embargo, al igual que hoy en día, la generalización de esta costumbre ayudaba a fraguar amistades con los conciudadanos austriacos. Teniendo este factor en cuenta, no es de extrañar que este hecho diferencial contribuyese a un mayor agrandamiento del abismo cultural entre ambas comunidades. Otro peliagudo punto de fricción lo presentaban los usos horarios: el emperador Leopoldo I (1640-1705) se quejaba amargamente de que las damas de su consorte española quisieran imponer en la corte cesárea los hábitos de cenar y levantarse tarde, al “estilo de España”.
No debe olvidarse tampoco el rechazo que los españoles mantenían hacia una lengua “extraña”, actitud muy contraria a la manifestada por los habitantes germanoparlantes de Madrid por entonces. Pero no todos siguieron el mismo patrón de conducta. Algunos españoles llegaron a mostrar un alto grado de integración como lo demuestra un afectuoso enunciado donde un caballero intercala vocablos de la nueva lengua aprendida; éste pide a un conocido austriaco que de a su familia las “buenas pascuas, en particular a mi liebe Sabina y a mi querida Mariana”, “no olvidándome de enviarlas a mi herzige condesa”. Aún así, esta actitud figuró como una de las pocas excepciones. El rechazo general de los españoles a aprender una lengua difícil venía alentada por su altivez de miembros pertenecientes a una monarquía preponderante. Se trataba de un modo de ver el mundo que distaba poco de la actitud actual de muchos estadounidenses conscientes de la posición de su país en el orden mundial.
A propósito de esta conducta, el vasco Juan Ángel Zumarán, instructor de castellano de la nobleza local vienesa y precursor de su enseñanza especializada en el extranjero, se lamentaba hacia 1626 de este desprecio: “[…] principalmente nuestra nación española, poca curiosa de saber lenguas estranjeras, cosa muy indigna de una nación tan nombrada en estos siglos, teniendo a tantas naciones debajo de su dominio, cuyas lenguas deberían saber perfectamente por muchos respetos […]”. No obstante, el mismo Zumarán se esforzó en inculcar en sus connacionales el amor a la “lengua tudesca”, si bien era consciente de las limitaciones que éstos albergaban. Unas dificultades que indudablemente han trascendido hasta nuestros días: “[…] está a saber que ellos [los germanoparlantes] tienen tres suertes de v: la primera es esta v, la cual se prononcia como f. La otra es esta ü con puntillos que se pronuncia como i. La tercera es w, doblada, la cual se ha de prononciar como ve, y no como be, como suelen pecar en esto los españoles […]”. Por otra parte, la imposición del castellano como lengua de la línea dominante de los Austrias se dejó sentir asimismo en el entretenimiento de la corte. Al igual que hoy, los súbditos españoles, añorando su distante patria, participaban ocasionalmente y a instancia de las emperatrices españolas en la representación de obras teatrales en castellano. Algunas comedias del mismo Calderón de la Barca se exhibieron durante la segunda mitad del XVII en los jardines del palacio de la Favorita, actuales terrenos deportivos de la escuela del Theresianum.
Obviamente, la exposición de todas estas características inherentes a las comunidades españolas en la Edad Moderna dice mucho de aquella mentalidad moldeada por los valores existentes en dicha época. Hoy en día, afortunadamente, la globalización ha hallanado mucho el camino hacia una venturosa estancia de los españoles en Viena. Los medios a disposición de los ciudanos, entre ellos Internet –con sus plataformas sociales y blogs–, así como las posibilidades que ofrecen tanto el gobierno municipal como los Estados, brindan un amplio abanico de oportunidades y posibilidades con los que integrarse de manera fácil y labrarse un feliz futuro en esta bella ciudad.
Aun así, en lo que respecta a algunas características profundamente enraizadas en la idiosincrasia hispana, resulta chocante observar cómo determinados rasgos y reacciones de nuestro carácter siguen perdurando al tener lugar un contacto con otras culturas. En vista de ello, dejo al juicio del lector el siguiente interrogante: ¿es el pasado, de verdad, otro país?
Luis es historiador, vive y trabaja en Viena y en la actualidad investiga las relaciones entre la corte madrileña y la vienesa durante el siglo XVII.
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