Hay determinadas expresiones que, sobre todo, puestas en boca de personas de cierta edad, remiten a la arqueología del lenguaje.
16 de Junio.- Mi amigo A., que es un hombre que se ha traido con él toda la frescura del mejor habla popular de España, cuenta que su abuelo siempre le advertía medio de coña medio en serio sobre “las mujeres que fuman y te hablan de tú”.
Esta expresión, puesta en boca de una persona de una cierta edad, remite a los tiempos en los que solo fumaban en el cine (y casi en la vida real) este tipo de mujeres de rompe y rasga –y un poquito putorcio, las cosas como son- que interpretaba la gran Maria Asquerino recientemente fallecida.
La muerte de una costumbre
También esta expresión dicha por un abuelo a su nieto, remite a cierta arqueología del lenguaje, a ciertos usos desaparecidos en España que, sin embargo (¡Y cuidado!), están de plena actualidad en Austria.
Todavía cuando yo era chico, en España se hablaba de usted por defecto a todos los desconocidos y, aún se decía utilizando esta expresión de gran regusto franquista, “a las personas de respeto”. Se habla de usted a los profesores, a los curas si ellos se dejaban tratar, a las taquilleras de los cines, a las vendedoras de chuches, a los funcionarios de correos, se hablaba de usted a los ancianos que uno se topaba (aunque, en aquel tiempo, todo el mundo que hubiera superado la pubertad nos parecía ancianísimo y quizá lo era). Los dependientes hablaban de usted a los clientes, los personajes de los sainetes de Arniches también se hablaban de “usté” (ese usted plebeyo de la Casta y la Susana cuando se dirigían a Don Hilarión cuando iban del bracete camino de la verbena de La Paloma) y el usted era obligado, naturalmente, siempre que se establecía una relación profesional entre adultos.
Los tales, siempre se dirigían a los niños y a los jóvenes hablándoles de tú y, mira tú por dónde, por ahí empezó a morir en España el “usteo”. Porque los adultos, las adultas sobre todo, crecían y de pronto se veían privadas del tuteo sistemático de la jovencita y se les caía encima, como una losa de la edad, el tratamiento de usted de la señora.
Todos hemos oido (algunos y algunas, pecadores, hasta la hemos dicho) esa frase tan idiota de :
–Ay, tonto/a, trátame de tú, que me haces viejo/a.
Arañazos en el alma
Una de las señales más evidentes de que la cultura austriaca ha calado en uno, sin embargo, es que un día descubres que, cuando alguien desconocido (por muy bueno/a que esté) se dirige a ti tuteándote de pronto sientes, primero, una alarma cuya procedencia no sabrías bien explicarte y, después, una especie de indignación que no tienes más remedio que disimular. Un impulso reprimido de soltarle una fresca al tuteador o la tuteadora, del tipo “oye, mono/a, y tú y yo ¿Cuándo nos hemos acostado juntos? Ah, pues eso”.
En Austria el usted es casi tan ineludible o más como era en la España de mi infancia para las personas que querían pasar por educadas. Y resulta muy útil, no me cansaré de repetirlo, para marcar la distancia que es casi higiénico que exista entre personas que no se tratan (y en el caso, por ejemplo, de los empleados de funeraria y banca con los que uno no quisiera tener que tratarse nunca). Los niños tratan a los profesores de Frau o Herr (señor o señora), todos los dependientes (quizá la excepción sean los que venden trapos para la juventud inquieta) tratan a los clientes con un Sie bien sonoro. Porque lo contrario da impresión de descuido, de ser poco competentes. Igualmente, el usted es obligado y el tratamiento también, si se va al médico, de modo, por ejemplo, que yo conozco a una médico, más jovencita que yo y un encanto de persona en su vida personal que ha visto cómo su superior regañaba a los pacientes más llanos cuando, al verla tan moza, la trataban de tú.”Para usted frau Doktor” (y claro, los pacientes querían que se los tragase la tierra).
Estos españoles están locos
Yo solo me dejo llamar de tú (en alemán, se entiende) por una persona que me ve el tuteo dibujado en la perilla. El dependiente de la tienda de mi barrio, turco él, ser pensado por Dios (o por Alá, en este caso) para vender géneros al detalle, al verme entrar en su tienda y verme la barba (ya entrecana, ay) me toma por un paisano o, en cualquier caso, por uno de los seguidores de El Profeta y, sonriendo con dos filas de dientes que harían morir de envida a cualquier piano Stenway, me dice:
–Hallo Bruder, was kriegst du? –Hola, hermano, ¿Qué te pongo?
Cada vez que cuento esto, mi familia austriaca se despipota de risa y consideran que me deje tratar así como una muestra más de la conocida excentricidad hispánica.
PS: ¿He dicho ya que las fotos de ayer del Orgullo Gay me han quedado- modestia aparte- fenomenal y que pueden verse aquí?
Deja una respuesta