13 de Julio.- A veces, los temas para Viena Directo me llegan por las vías más insospechadas. Este de hoy, se lo tengo que agradecer a mi amigo Rafael Barceló, que me lo sugirió desde el otro lado del Atlántico.
De Facebook, Paquita la del Barrio y un imperio como potencia pop
Como ya voy siendo un caballero de una cierta edad, que conoció el tiempo en que no había móviles ni youtube, tengo un concepto de la amistad (también de la cibernética) más bien chapado a la antigua. Esto quiere decir que, para que yo “me amigue” con alguien en Facebook la persona en cuestión tiene que cumplir dos requisitos fundamentales: a) ser amigo/familia mío en la vida real y/o b) que nos conozcamos personalmente.
Estas dos reglas, en mi caso, presentan solo dos excepciones notables a) la propietaria de cierta casita canadiense y b) Rafael Barceló, diplomático mexicano que, en la actualidad sirve a su país en Costa Rica. Con ambos, la amistad del libro de las caras surgió por vía de sus blogs y, data ya de tan antiguo que, aunque no les he visto nunca en movimiento ni tengo idea de cómo suenan sus voces, les siento tan cercanos como si les conociera de toda la vida.
Pues bien: hace algunos días, Rafa Barceló colgó (ahora la gente dice “posteó” pero, lo siento, mi antigüedad brontosáurica tampoco me permite abusar del spanglish de esa manera) una frasecilla en el libro de las caras en la que hablaba de Paquita la del Barrio y, tirando del hilo, llegamos a esta historia tan interesante que voy a contar hoy.
En el siglo XIX, el Imperio austro-húngaro era una de las potencias mundiales. Una potencia que, como sabemos ahora, llevaba ya en sus entrañas la semilla de su propia destrucción. Sin embargo, en aquel momento, parecía que la monarquía bicéfala iba a durar para siempre y proyectaba sobre el mundo un suave resplandor dorado de talento y creatividad. No es arriesgado decir que, en Austria, se inventó la música pop. Y, sin duda, el Gañán Style de aquellos años era el vals. Por supuesto, el vals era la transcripción culta de la música que se tocaba en los heuriger vieneses y solo era uno de los ritmos que pululaban por la fertil vega del Danubio y que se proponían alzarse con la hegemonía de la época.
De Escocia a Bratislava
En las primeras décadas del siglo XIX, después de un lento macerar por diversas verbenas veraniegas de pueblo, surgió,en los alrededores de Viena (en el triángulo que forma la capital del vals, Bratislava y Puchberg am Schneeberg en Baja Austria, distrito de Neunkirchen, un ritmo nuevo, llamado (¡Tachán!) Schottisch. Venga, venga, díganlo mis lectores y pronúncienlo a la hispana y ¿Qué les sale? Pues ahí le han dado: el chotis o, como dicen los castizos madrileños, “el chotís”.
El Schottisch, se llamaba así porque,para darle prestigio, los avispados músicos vagabundos que iban por los pueblos, lo llamaron “Polca escocesa” y, antes de que me pregunten mis lectores, les diré que no se parecía en nada (salvo en el ritmillo) a lo que bailamos en Madrid. Era mucho más parecido, en realidad, a las danzas tradicionales centroeuropeas, con sus figuras y sus salticos. Y, si nos interesa, es porque se interpretaba con un conjunto de instrumentos que, con muy pocas variaciones, ha hecho un viaje más largo de lo que los inventores primigenios del chotis pudieron pensar nunca: esto es, un acordeón (lo inventó un austriaco, hacia 1835), un contrabajo, una tarola y, a veces (modernamente) un saxofón (quédense mis lectores con este dato porque es interesante.
El chotis se fue refinando y se fue extendiendo por el mundo en un proceso que está perfectamente documentado. El primer chotis madrileño se bailó en el Palacio de Oriente la noche del 3 de Noviembre de 1850 pero no se le llamó así, sino polka alemana. A partir de ese momento, hizo furor. Pero no fue en el único sitio. Y aquí es donde entra la participación de mi amigo Rafael. Pero de eso, nos ocuparemos mañana.
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