Hacia una relación sensata con internet

insectos en una florParece como si los gobernantes no supieran bien qué hacer con internet (aparte de espiarnos). Por suerte, empiezan a surgir algunas ideas.

24 de Julio.- Querida Ainara (*): eres lo que, en un lenguaje que pronto dejará de tener sentido, se llama una “nativa digital”. Esto es, que a tus casi seis años (te queda poco menos de un mes para cumplirlos) no has conocido un mundo sin internet y sin esa tecnología que, en mi caso, llegó lentamente. Para ti, es normal llegar a una pantalla (pronto, a cualquier pantalla) y, con un gesto de los dedos, ampliar una foto. Tu abuela te baja dibujos para pintar y tú, diestra, los rellenas de colores utilizando el ratón. Me pides –y sí, te los debo- los cuentos que dije que te escribiría, pero me los pides “para poder imprimirlos”. Porque asumes, aunque no te des cuenta, que te los mandaré por correo electrónico y saldrán obedientes por la impresora en cuanto tu abuela pulse el ratón dos veces sobre el sitio correspondiente.

Un día, también te tendrás que enfrentar (y el verbo está escogido a propósito) a internet. Será muchísimo más pronto de lo que yo lo hice y, por lo tanto, el enfrentamiento tendrá más potencial peligroso. En casa de tus abuelos hubo internet cuando yo tuve mi primer trabajo más o menos fijo. Fue en el verano de 1999, algún tiempo después de empezar a trabajar en la tele. Yo tenía 24 años. En aquellos momentos, internet era carísimo y era lento. Para mis condiciones económicas de entonces, un lujo casi asiático. Los proveedores te daban un volumen de datos determinado y tú podías navegar y bajarte cosas hasta que llegaba ese límite. A partir de ahí, pagabas extra. Todo se hacía con un aparato conectado a la línea telefónica. Un engorro.

Las ideas sobre internet de las personas que nos gobiernan (o sea, los que no se dedican a espiarnos) parecen datar más o menos de esa época. Y así nos va. Se legisla como si internet fuera aún cosa de informáticos y de frikis, como si fuera un juego para adolescentes con acné algo, en fin, que pertenece a ese mundo de fatigas inútiles que constituye el juego de los niños. Y, sin embargo, internet se ha convertido, a nadie se le oculta, en algo mucho más importante y más omnipresente que eso hasta el punto en que, si hoy, Dios no lo quiera, sucediera una desgracia e internet dejara de funcionar, el mundo se pararía con ella. Con consecuencias catastróficas.

De todas maneras, como siempre que los gobernantes no saben qué hacer con un fenómeno, o se pasan o no llegan. En las estrategias que pecan por exceso está la voluntad (totalmente estéril) de intentar parar el reloj o, peor, hacerlo retroceder para que todo sea como antes. En las estrategias por defecto está el intento de pensar que si no miramos, ese factor de caos que internet significa para aquellos que quieren tenerlo todo controladito, desaparecerá.

A los gobernantes, internet les da miedo porque, al ser anónima (cada vez menos y con permiso de Obama) les devuelve un espejo de lo que son, o de lo que es el ser humano. Y eso es muy intranquilizador. Esta semana, por ejemplo, el Gobierno británico ha anunciado que, para recibir pornografía en casa (¿Quién dice lo que es pornografía? Porque yo ya tengo alguna experiencia al respecto) el usuario deberá estar identificado. La medida es claramente disuasoria: a nadie le gusta que le consideren un pajillero. Y, no solo eso, sino que abre la puerta a que los datos obtenidos, nombres, direcciones, se utilicen para cosas que pueden estar muy, pero que muy lejos de la finalidad oficial, que es “evitar la explotación de menores”.

La otra cara de la moneda, la sensata, es la propuesta de los verdes austriacos de crear una secretaría de estado para los asuntos de internet; al igual que se hace con otras cuestiones importantes para la nación. Por ejemplo, la inmigración. Se trata de empezar a tratar internet como un fenómeno con el que el Estado tiene que relacionarse. Y no solo para defender al ciudadano de los potenciales peligros de la red (y los ciudadanos que se relacionan con internet son de todas las edades, desde niños a personas mayores no necesariamente versadas en la tecnología). La red plantea otras cuestiones como el derecho al olvido (¿Debe permanecer cualquier dato introducido por nosotros para siempre en los registros?) o la privacidad.

Esperemos que, como está sucediendo en Alemania (la iniciativa de los verdes austriacos está copiada de nuestros vecinos del norte) se vaya imponiendo poco a poco la sensatez.

Besos de tu tío

(*)Ainara es la sobrina del autor


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