De cómo a veces, tener un blog, te coloca en posiciones moralmente incómodas.
7 de Agosto.- Querida sobrina: hacer todos los días un blog como Viena Directo te pone a veces en bretes en los que no hubieras querido verte nunca. Porque bloguear, aunque no lo parezca, puede ser un deporte de riesgo.
El día del desfile vienés del Orgullo Gay, estuve de servicio para este blog por dos veces: la primera pasándomelo bien (pese al calor) y haciendo fotos.
Después, con la cámara llena de imagenes de gente disfrutando y pidiendo un mundo más libre y más feliz, en el que nadie tenga que pedir perdón ni esconderse por lo que es, me dirigí en compañía de otros dos compañeros a hacerle una entrevista a una personalidad religiosa (católica) de Viena. A ti te lo digo y en este espacio que es público lo digo también: a pesar de ser yo una persona con unos niveles de tolerancia que probablemente batirían records mundiales en el caso de que hubiese campeonatos olímpicos de la especialidad, tengo que decir que aún no sé qué hacer con aquella entrevista.
La tengo ahí, de vez en cuando la escucho y, de verdad, no sé qué porras hacer.
Por abreviar el cuento: fuimos a buscar a nuestro entrevistado, que es sacerdote, a una iglesia vienesa. Le esperamos en la sacristía hasta que salió. Resultó ser un hombre de mi edad exacta, con gafas, de aspecto afable y voluntarioso. Al salir del templo, la tarde veraniega, los vencejos surcando como flechas el cielo vienés, nuestro sacerdote se topó con tres personas conocidas suyas. Un hombre de imponentes bigotes, una mujer de mediana edad y una chica más joven.
Los saludó el cura y empezaron a hablar de los lugares a donde se irían de vacaciones. De pronto, aterrizó la conversación en la marcha del orgullo gay que acababa de cerrarse. Brillaron los ojos de la mujer de mediana edad:
–Padre ¡No sabe cómo nos han insultado! –deduje que la señora había estado en la contramanifestación que grupos fundamentalistas católicos había convocado en el distrito 1– ahora, que yo no me he callado y les he dicho –y remedando los gritos que había dado- ¡Lo que vosotros queréis es imposible! ¡Sois el diablo! ¡Sois como Satán!
A mí, me sorprendieron dos cosas: en primer lugar, la fiereza fanática de la mujer la cual, obviamente, se sentía una heroina de no sé qué causa (bueno, sí que lo sé, otra cosa es que me guste). En segundo lugar, que el sacerdote se quedara callado y no dijera ni mú. En su mano hubiera estado limitar los excesos de aquella feligresa pasada de vueltas porque estaba claro que él gozaba de ascendiente sobre ella. No lo hizo.
Y yo sentí, primero, una gran incomodidad y luego una gran decepción. Ninguna de las dos sensaciones me gustaron.
Pasó el tiempo.
Hace unos días, volviendo de Rio de Janeiro, el Papa Paquirri hizo unas declaraciones que periódicos de todo el mundo han reproducido hasta la saciedad (el verano y su falta de noticias también han ayudado) “Si un homosexual busca a Dios y tiene buena voluntad ¿Quién soy yo para juzgarle?” , dijo. Cuando las leí, pensé inmediatamente en la señora aquella que quizá, a estas horas, estará surcando el cielo de Viena montada en su escoba.
Las declaraciones del Papa Paquirri, en esto como en otras cosas que mencionó (la situación de la mujer en la Iglesia católica, por ejemplo) demuestran que el Papa es, al fin y al cabo, jesuita (ver link).Porque el Papa dijo ante los periodistas una cosa que sabía que ellos reproducirían, y no hizo énfasis en lo que sabía que, para una persona joven de hoy, es lo menos comprable de su mensaje: esto es, que los homosexuales siguen siendo para la Iglesia, en el mejor de los casos, personas a los que perdonar la vida mientras no ejerzan de tales (lo cual es lo mismo que decir de alguien que tenga hepatitis que da igual que la tenga mientras no se le ponga la piel amarilla) y, en el peor, personas enfermas a las que hay que curar. En cuanto a las mujeres, en este siglo XXI resulta muy difícil para una persona normal tragarse que alguien pueda hacer unas cosas y otras no solo por su sexo.
Yo quiero vivir en una sociedad, y para eso trabajo, en donde tú, Ainara, puedas ser lo que te pete: pintora, pilota de fórmula uno, astronauta (te encanta la astronomía) o albañila o bombera o camionera, o modelo de alta costura, o enfermera o maestra de niños. Pero que lo elijas tú. Porque los hombres y las mujeres debemos tener las mismas oportunidades a igualdad de méritos y no puede haber dos varas de medir dependiendo de lo que tengas entre las piernas.
Pero el Papa debe de saber que, si quiere que la Iglesia sobreviva, tiene que hacer su mensaje lo que aquí se llama “salonsfähig” o sea, presentable en sociedad. Y que eso solo se puede hacer escamoteando aquellas partes que huelen más a rancio. Precisamente lo que no supo hacer el Paparazzi(nger).
Él mismo, Paquirri, lo dio a entender implícitamente. Cuando los periodistas le preguntaron por qué no había hablado en Brasil del matrimonio igualitario ni del aborto. Entonces, al Santo Padre le salió el Maradona que lleva dentro: “Vos sabés, he querido hablar solo de cosas positivas, para darle chance a los chicos” y además “la posición de la Iglesia es de sobra conocida”.
Ad maiorem dei gloriam.
O sea: todo por la empresa.
Besos de tu tío
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