Siempre supe que, más tarde o más temprano escribir Viena Directo terminaría por agriarme el carácter. Este post es la prueba.
28 de Agosto.- Querida Ainara (*): tu madre me ha mandado por whatsapp una foto tuya en el chupinazo de las fiestas de Sanse. Estás preciosa, qué te voy a contar, pero lo mejor de la foto es que debe de ser la primera con sonido porque, es mirarla, y se te escucha reirte.
Lo estupendo de los niños es que todo lo hacen sin reservas, entregándose, y son felices a tumba abierta de una manera que luego, por suerte para unas cosas y por desgracia para otras, los años te hacen perder.
Hacerse mayor supone perder en intensidad de los propios sentimientos lo que se gana en control de ellos y, aunque en cierto modo se añora la borrachera (particularmente en los casos de la euforia o el deseo) la verdad es que es un alivio poder tener algo de mano en lo que te pasa por dentro.
A nivel colectivo, sin embargo, es otro cantar.
Últimamente, cada vez estoy más convencido de que en España está fallando algo más que la economía. Creo que en amplias capas de la población, el duelo por haber perdido un determinado estilo de vida (que siempre fue artificial, porque se alimentaba del crédito barato que daban los bancos) se ha convertido en una depresión crónica tan destructiva y tan paralizante (o peor) como la propia crisis.
A esto se ha aliado, en mi opinión, una actitud general de los medios de comunicación e, incluso,de diferentes instancias académicas que perpetúan innecesariamente un estado anímico que no favorece a nadie.
Ojo: no digo que la penuria no exista, sino que, insistiendo sobre determinados aspectos de ella, los periódicos venden más y las teles tienen más audiencia.
Y es lógico: en los escritores, por ejemplo, se aúnan dos circunstacias que pueden resultar muy peligrosas. Por un lado, buscamos la máxima repercusión de lo que escribimos (una repercusión que se multiplica en el caso de que tratemos algo que implique emocionalmente al lector) por otro somos, como todo el mundo, hombres vagos por naturaleza.
El caso paradigmático de esto que digo es cierta escritora a la que no mencionaré por su nombre porque, lo digo desde ya, lo que hace me parece tóxico y moralmente muy dudoso y, por lo tanto, lo último que quiero es hacerle publicidad.
Esta buena mujer era, antes de la crisis, una señora de clase media que pensaba que siempre viviría como una pija (o, quizá, es el personaje que ella se ha fabricado para que el contraste con su “caida” actual resulte más eficaz). Cuando la crisis llegó, ella intentó seguir llevando el nivel de vida al que estaba acostumbrada (hipotecón, viaje anual a Nueva York, teatro, cenas en restaurantes, etc) pero se quedó en paro. A partir de ahí, lista ella, empezó a sacar tajada de sus aventuras. En cómodos plazos, contó por platós y periódicos su triste situación e, incluso, publicó un libro (exprés) contando cómo la habían desahuciado. Grano a grano, gota a gota, golpe a golpe, verso a verso, ha ido relatando sus penurias para llegar a fin de mes (como por la boca muere el pez, quien hiciera cuentas con las cifras que daba esta señora de lo que ganaba por colaboración era evidente que esos problemas para llegar a fin de mes eran, en el mejor de los casos “una licencia poética”).
Ainara, creo firmemente que, quienes nos ponemos delante de un teclado tenemos una gran responsabilidad y debemos ejercerla decidiamente. El poco o el mucho talento que tengamos, no debemos malbaratarlo, sino utilizarlo en servicio de la gente. Lo que hacía esta señora ¿Ayudaba a alguien más que a sí misma? ¿Es constructivo? ¿Sirve para algo más que para un regodeo morboso? No. Y, francamente, me pone de bastante mala leche que esta señora y otros como ella, se aprovechen de determinadas situaciones para construir relatos de morbo y sentimentalismo barato.
No es necesario. No ayuda a nadie. No sirve para nada.
Otro tanto me sucede (y seguro que es culpa mía) cuando aparecen mensajes del tipo “estoy haciendo una tesina sobre los españoles que han emigrado al exterior en busca de un futuro, por favor ayudadme”. Me corto, pero me dan ganas de escribir “Y el tema este tan original y que, por supuesto, aún no ha tratado nadie ¿Se te ha ocurrido a ti solito/a?” o cuando en la tele austriaca o alemana, a estas alturas, se sigue haciendo el mismo programa de siempre con el español (o el griego, o el italiano) de siempre que ha estudiado las sopotocientas carreras de siempre, que habla chino cantonés y que, sin embargo, en España (o en Grecia, o en Italia) no tenía trabajo.
Me agota y me crispa y ya me agrede el abuso del estereotipo del español desesperado que se va “a probar suerte” (que es una frase que a mí siempre me ha sonado a eso de “aquí hemos venido a jugar” que decían los concursantes en la subasta del un,dos,tres; o sea, decir algo para no decir nada).
Creo Ainara, que es porque llevo ya mucho tiempo en Austria y porque los austriacos no son propensos a estas …Digo, a estos excesos del sentimiento.
(alguien me dirá “sí, pero es que su situación no es como la nuestra” y entonces la tendremos liada otra vez con el llanto y el crujir de dientes en el círculo vicioso).
Creo Ainara que ha llegado la hora de pasar página, de dejar de ser niños que lloran y piden como si se les debiera, y pasar a ser adultos que hacen, que se convierten en dueños de su propio destino, que abandonan el ombliguismo y se ponen las pilas y hacen cosas.
La crisis, Ainara, va más allá de lo económico: es una crisis de ideas, de culturas y de ideales.
El tiempo de llorar ha pasado y ahora hay que mirar al frente.
Besos de tu tío
(*) Ainara es la sobrina del autor
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