¿Por qué los españoles se empeñan en vivir con unos horarios demenciales que les alejan del resto de los europeos? ¿Será porque así se disfruta más y mejor de las relaxing cups de café con leche? Puede ser que esta situación esté llegando a su fin.
18 de Septiembre.- Querida Ainara (*): en estos momentos, mientras te escribo esto, se está gestando en el Congreso de los Diputados el informe final de una comisión que, por una vez, está pensando sobre algo que resultará muy útil a los ciudadanos, haciendo su vida mucho más razonable y cómoda.
(¿En el Congreso? ¿Pero qué me estás contando? Sip, sip, sip: como lo lees, en el Congreso).
Se trataría de volver al huso horario que a España le corresponde por posición geográfica y que se abandonó después de la guerra civil para que la Península (por lo menos) se rigiera por el horario de Alemania e Italia, países y Gobiernos a los que, en aquella época de “gestas bizarras” perpetradas con el estómago vacío –o lleno de boniatos-, aspirábamos a parecernos.
La entrada en vigor de aquel atraso (horario, de los otros teníamos un viaje), la tibetanización de España que el franquismo nefasto produjo y el deseo de aquellos ricos de distinguirse (resaltando que, a diferencia de los demás mortales, ellos no tenían que madrugar para ganarse el pan con el sudor del de enfrente) fueron modificando lo que, hasta entonces, había sido un uso del tiempo parecido al de otras naciones vecinas y que aún sigue en vigor en el resto de una Europa que, tradicionalmente, en esto, ha sido más civilizada que España.
Los ricos, los “señoritos” se decía entonces con retranca, se levantaban tarde y desayunaban a las nueve o las diez. Por lo tanto, no tenían ganas de almorzar hasta las tres y, entre pitos y flautas, les daban las siete de la tarde, momento en que salían a hacer sus cosas, terminando su jornada en los restaurantes, locales de espectáculos y entretenimientos a los que nadie acudía antes de las diez (naturalmente, después de cenar, cuando, antes de la guerra, el orden era exactamente el contrario: se cenaba, a eso de las siete y media-ocho y luego, cenados, los espectadores entraban al teatro que, como muy tarde terminaba a media noche).
En principio por imitar a las clases pudientes y, después, no lo olvidemos, porque de esas clases pudientes comían muchos pobres que tenían que servirles, el horario español se fue convirtiendo en esa piedra de escándalo que hoy es para la mayoría de los europeos; los cuales no entienden que para comprar un botón en El Corte Inglés haya que esperar a las diez de la mañana (un poner). Alturas del día en que ya, la mayoría de los austriacos, tiene el desayuno en los talones y está pensando en el sandwich que comerán, muchas veces en su sitio de trabajo.
Este es otro elemento salvaje de los horarios españoles y que hace inútil cualquier intento de conciliación de la vida laboral y familiar: las demenciales paradas para “comer” en mitad de la jornada laboral.
Recuerdo que, cuando yo trabajaba en Antena 3, parábamos a las dos y media de la tarde y vovíamos al tajo ¡A las cuatro y media! En comer, a mucho tirar, tardabas cuarenta minutos. El resto había que ingeniárselas para no morir de tedio.
Total, que entre estate quieta y ponte bien, salíamos de trabajar a las siete. Yo tenía suerte, porque vivía cerca de la tele, pero había gente que, después de que se le cayera el boli tenía por delante otra hora de carretera antes de llegar a casa (eso, contando con que no hubiera nada extraordinario que hacer).
La comisión del Congreso sugerirá también que estas paradas demenciales para comer se limiten a una razonable media hora (a lo sumo tres cuartos). Algún que otro gilidoors ya ha argumentado por ahí que, con esto, se limitará nuestra conocida capacidad de disfrutar de la vida y de ingerir relaxing cups of café con leche pero yo te puedo garantizar que salir a las cinco y media en vez de a las siete redunda enormemente en la calidad de vida de los seres humanos normales. Yo, por ejemplo, puedo ir al gimnasio casi todos los días sin que aquello parezca un after –bueno, a veces, ve uno cada tiparraca que aquello parece un after y hasta un puti, como decíamos ayer-.
Por otro lado, yo estoy convencido de que, de entrar en vigor estas necesarias reformas, el Prime Time de la tele también recuperaría una forma medio normal. Matías Prats se podría ir a su casa tranquilamente a las ocho y media después de haber dejado al personal informadico de todo lo que ha pasado en el mundo e,incluso si echaran Lo Que el Viento se Llevó, la gente podría ir a la cama a una hora razonable para rendir en su curro o en su aula como Dios manda.
¿Queremos ser europeos? Pues empecemos a imitar lo bueno.
A ver si esta vez por lo menos, es “la refinitiva”.
Besos de tu tío
(*) Ainara es la sobrina del autor
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