El exquisito placer de ver gente gorda en bolas

KHMHasta dentro de muy poco el Kunsthistorisches Museum de Viena tiene un huesped de excepción cuya visita ningún vienamita de pro puede perderse.

Bacante

CLÁSICOS CONTEMPORÁNEOS

9 de Diciembre.- Una de las cosas que yo me pregunto con frecuencia es esta (friki que es uno, señora): de todos mis contemporáneos, de esas personas a las que leo todos los días en los periódicos o veo en las pantallas de cine ¿Cuáles seleccionará la posteridad para guardarlos en ese archivo de los que unanimemente consideramos “clásicos”?

¿Quién será, por ejemplo, el Benito Pérez Galdós del siglo XXI? ¿En qué se equivocará el jucio moderno y qué obras perdurarán? Por ejemplo, yo creo que, de los escritores españoles a los que tenemos oportunidad de leer en los periódicos, perdurarán, sin duda, Pérez Reverte y Muñoz Molina. Sin duda también Eduardo Mendoza. Creo que los dos primeros representan una manera muy sólida y muy perdurable de hacer literatura. También porque los dos representan al literato puro, al profesional en el mejor sentido del término.

En cambio creo que Antonio Gala, como le sucedió a Jose María Gironella o a Alfonso Paso en el teatro, dormirá el sueño de los justos en las estanterías de las librerías de viejo. Quizá porque uno tiene la sensación de que, en los dos casos, sus obras son un pálido reflejo de la persona. No conocí a Gironella en carne mortal (mis referencias son solo de oido) pero a Antonio Gala sí que le he visto un par de veces y puedo asegurar que es una persona que, aún en su ancianidad, tiene una rapidez mental, una mala leche y una precisión que no se podrán intuir cuando no quede de él más que La Pasión Turca.

Cesar Augusto

UN GENIO DEL SIGLO XX

Pues bien: ayer, tuve la sensación de estar ante la obra de un genio del siglo XX. Alguien que, hasta 2011, fecha en que murió, era un clásico vivo. Una persona con la que tuve el honor y la suerte de compartir el mundo.

Ayer por la tarde, entre la una y media y las tres, mi vida sufrió un terremoto. El epicentro estuvo en algún punto de un lugar muy querido para mí y para todos los vieneses que amen el arte en esta ciudad que está tan llena de él: la segunda planta del Kunsthistorisches Museum.

El Prado viení.

Actualmente, parte de los tesoros de esa institución que tantos guarda están en Madrid (tengo, en este momento, el corazón partío) formando parte de la magna exposición de Velázquez (si alguien pasa, que le dé recuerdos a Don Diego de mi parte)  pero, para compensar, los vienamitas tenemos una exposición que no desmerece en nada a la del maestro sevillano: Lucien Freud, nieto del famoso farlopero del siglo XIX, ha decorado con sus obras un par de salas de la augusta casa a la vera de la Ringstrasse.

En las primeras salas, están las obras pequeñitas (algunas, no más grandes que una cuartilla) pero, entre la sala en donde están los dos retratos de corte de Maria Antonieta y su marido (dos despropósitos que resultan tan decadentes como el régimen que presidieron los dos) y la sala en donde está la pintura renacentista, estaban los cuadros de Freud de gran formato ¡Qué carnalidad! ¡Qué mirada más humana sobre sus modelos! ¡Qué fluidez del color empastado que corre a chorros por el lienzo, modelando tetas, culos, pitos, vaginas, pezones, michelines, labios sobre los que la vida se posa! Es todo tan hermoso, tan fuerte la bofetada de sensaciones que uno no puede evitar pararse delante de cada cuadro con una sonrisa feliz de oreja a oreja.

Muchos son famosos por reproducciones, como por ejemplo el retrato que Freud le hizo al barón Thysen o los célebres autorretratos. No se conformen mis lectores con ellas: vayan, vayan, vayan. Antes de que cierre. Porque no hay experiencia comparable para el aficionado como la de poder observar la pincelada de Freud a los cincuenta centímetros de distancia que permite el tener los cuadros originales colgados de una pared.

Cuando uno mira y es mirado por esos cuerpos desnudos que no esconden nada, que no se obligan a ser nada, que son hermosos solamente por lo que son uno tiene la sensación de que Velázquez hubiera dado su aprobación a Freud y piensa uno también que no se puede pintar así sin haber bebido de lo que otros han hecho antes, para mejorarlo para poner cosas encima, para procesarlo con los propios jugos y producir una cosa diferente.

No hay separación entre los cuadros clásicos y los de Freud y, así, la exposición se integra con el resto del museo de una manera encantadora y muy simbólica.

Freud es uno de mis pintores favoritos, conozco bien su obra y, por eso, he echado de menos algún que otro cuadro, como el retrato que le hizo a su majestad la reina de Inglaterra, Isabel II en donde la retrata como probablemente es en las distancias cortas: o sea, una señora ancianísima con mostacho.

Por cierto, no se sabe que the Queen se quejara. La que sí lo hizo fue una hermana de Freud. El pintor la retrató y le sacó papada, así que ella se cargó el lienzo. Así, de buenro.

NOTA: Por cierto, en este post no hay fotos de los cuadros de la exposición porque dentro no se puede hacer fotos y uno solo publica imágenes de uno mismo, para que luego nadie se le queje de los derechos y eso.


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Comentarios

Una respuesta a «El exquisito placer de ver gente gorda en bolas»

  1. […] todos los tiempos (con permiso de los Habsburgo) y que, además, es uno de mis pintores favoritos (en la retrospectiva que le dedicó el Kunshistorisches disfruté como un gorrino en una charca). Me estoy refiriendo, naturalmente, a Lucien Freud. El bueno de Luciano era nieto de Don Sigmundo el […]

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