Thomas Klestil: el Hollande antes de Hollande

Vuoi essere la mia ragazzaEn los últimos días, hemos sabido que Monsieur Hollande fichaba con su santa y con una actriz, y se ha montado un escandalillo. Hubo un precedente austríaco: Thomas Klestil, presidente que fue de Esta Pequeña República.

23 de Enero.- En estos días hemos sabido que el presidente francés, Monsieur Hollande, ha añadido, a las preocupaciones inherentes a su cargo, una más, que podríamos calificar de “Machiniana” por aquello que cantaba Antonio Machín de “cómo se pueden querer dos mujeres a la vez” (y no estar loco).

El vodevil se ha desarrollado como en una de esas comedias francesas que solo les hacen gracia a los franceses. En el momento en que la primera dama descubrió la procedencia de los dos bultos que le habían salido en la frente y cuyo tamaño le impedía ponerse sombreros (eran dos cuernos que le había puesto su santo, presidente de la República para más INRI) sufrió un colapso nervioso que obligó a ingresarla en una clínica.

Dicho colapso no se sabe si fue A) por el papelón de haber hecho papel tan ingrato o B) porque toda Francia (y el mundo mundial) se hubiera enterado al mismo tiempo de que su marido se la estaba pegando con una cómica en un picadero parisino.

Si hubiera vivido, una mujer, austriaca para más señas, le hubiera mandado un whatsapp de apoyo.

Quizá con las palabras que las amigas de mi madre repetían en la puerta del colegio cuando yo era chico: “hija, el mejor, colgao”. Se referían a los hombres, por supuesto.

La autora del mensaje hubiera sido Edith Klestil. No pudo mandárselo porque la primera señora Klestil murió hace más de dos años, en marzo de 2011.

Thomas Klestil: detrás de cada hombre importante hay una mujer…Con mucha laca

A principios de los noventa del pasado siglo, Thomas Klestil era el niño bonito del partido conservador austriaco (ÖVP).

A sus espaldas, una carrera brillante en el mundo diplomático (en donde las moquetas –aún- son más mullidas que en el resto de los lugares de este perro mundo). Con Bruno Kreisky, Klestil había sido el encargado de organizar lo que hoy es la UNO City (o sea, la sede de las agencias de las Naciones Unidas en Viena) y había sido también embajador en Washington, en donde había estrechado contactos con el gobierno del entonces habitante de la Casa Blanca, Ronald Reagan.

A su lado, durante estos trabajos sin duda agotadores (poniéndose ciega de canapés, acudiendo a cenas oficiales un día sí y otro también, destruyendo la capa de ozono a base de sesiones intensivas de lacado capilar) la señora Klestil, Edith, representando el papel de dama dama de alta cuna y de baja cama.

O sea, una de esas señoras con el pelo cardado a lo Pitita Ridruejo (o a lo madrastra de la Cenicienta de Disney), sus blusas de lazo XXL, sus camafeos, sus puñitos con encajes… En fin. Piensen mis lectores en Barbara Bush o en Nancy Reagan en la época en que estamos hablando y darán con el estilo al que me estoy refiriendo.

En esto, el hombre fuerte del ÖVP, Sr. Bushek, designó a Klestil para que se postulara a presidente de EPR. Klestil lo hizo se supone que con gusto, como coronación de una carrera plagada de éxitos y durante la cual había representado el papel de un señor de su casa, con su Edith Klestil detrás, apoyándole en las duras y en las maduras, yendo a misa con él, defendiendo el modelo “Sagrada Familia del Pajarito” ante la corrosiva propaganda atea y rogelia que dice que todas esas cosas son filfas.

Con él llegó el escándalo

Salió elegido, claro. Pero en 1992, como hubiera dicho Jose María García, “estalló la bomba deportiva”. La prensa descubrió que el matrimonio Klestil era más de pega que un billete de doce euros, porque mientras, de cara a la galería, Thomas le hacía arrumacos a Edith, tenía una relación con la que había sido su directora de campaña, Margot, née Löffler, la cual había acompañado a Klestil durante muchos años en el Ministerio de Asuntos Exteriores.

En un país tan… (pongan aquí mis lectores el adjetivo que les apetezca) como Austria, el affaire Klostil fue un bombazo que terminó en un divorcio sonado y casi estuvo a punto de llevarse por delante la carrera política del Presidente de la República.

Los votantes conservadores de Klestil se echaron las manos a la cabeza. Uno sospecha que no lo hicieron porque el presidente tuviera un lío con una colaboradora, sino porque ese lío se descubrió. Si todo hubiera permanecido “en el economato” y se hubieran conservado las formas, aquí no hubiera pasado nada. Al fin y al cabo, nunca ha de faltar un hombre importante que tenga dos alcobas en las que fichar.

Thomas Klestil se divorció de Edith (con el ruido mediático consiguiente) y se casó con Margot, que se convirtió en la siguiente First Lady de Austria.

No fue la última “anécdota” de su presidencia. Tres días antes de entregar los trastos al siguiente presidente, Klestil sufrió varios infartos y falleció. Al haber muerto en el cargo, se le organizó el correspondiente funeral oficial.

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