La crisis actual de Crimea tiene sorprendentes similitudes con otra, en la que el austriaco más famoso de la Historia (desgraciadamente para todos) jugó un papel tan diabólico como fundamental.
3 de Marzo.- A principios del año 1938, Hitler, probablemente el austriaco más famoso de la Historia estaba que se salía. Las potencias vencedoras de la primera guerra mundial, que le servían de sparrings (Francia e Inglaterra) se mostraban prácticamente impotentes ante su política de hechos consumados en lo exterior y habían asistido con cara de papanatas y sin ofrecer una resistencia digna de ese nombre a su anexión de la pequeña República fascista austriaca que había surgido de la mano del canciller Dolfuss. En la primavera de 1938, la Gestapo había empezado su labor de limpieza en el territorio recién anexionado y había detenido, juzgado (o así), deportado y/o ejecutado a miles de personas con germánica eficacia.
Hitler se fija en Checoslovaquia
Animado por el éxito obtenido, Hitler decidió dar un golpe de mano todavía más espectacular y fijó su atención en Checoslovaquia, un país surgido de las cenizas de la primera guerra mundial como resultado del despiece del antiguo imperio austro-húngaro. En las zonas exteriores de Checoslovaquia existía un porcentaje mayoritario de población germanoparlante y, comprensiblemente, germanófila. En 1933, esta población se agrupó en el recién creado Partido Alemán de los Sudetes el cual, como estaba cantadísimo, pidió su anexión al Reich Alemán y pactó en secreto con el partido nazi para que les ayudaran–los alemanes de los sudetes no eran forzosamente nazis-. En 1935, la mayoría alemana de los sudetes, apoyada en una arrasadora victoria electoral, pidió la creación de una federación checa, posibilidad que el Gobierno central rechazó.
A finales de abril de 1938, Hitler se erige en defensor de los alemanes de los sudetes, y estos proclaman los llamados Decretos de Carlsbad en los que pedían autonomía política y la posibilidad de integrarse en la “familia nazi”. El Gobierno inglés envía a Lord Runciman para mediar entre los alemanes de los sudetes y el estado checo, en un intento desesperado de evitar una guerra. Runciman fracasa porque Henlein, el hombre de paja de Hitler, instigado por el dictador alemán, hace una serie de peticiones imposibles de aceptar por el Estado checo.
El ambiente se hace prebélico
En Septiembre de 1938, Neville Chamberlain, en un intento de aplacar la voracidad territorial de Hitler, le visita en Berchtesgaden y, a regañadientes, traga con la anexión de los territorios checoslovacos de habla alemana al Reich, esto es el 16 de Septiembre. El día 21, Hitler, crecido, añade a sus reivindicaciones algunos trozos de la actual Polonia que entonces pertenecían a Checoslovaquia. Los checoslovacos piden amparo a la Sociedad de Naciones –las Naciones Unidas de entreguerras-.
Por hacer corto un cuento largo, Hitler, ante una actitud occidental más tibia que otra cosa, tensa la cuerda, el clima se vuelve prebélico. El 26 de septiembre de 1938, Hitler pone encima de la mesa un ultimatum. Las potencias occidentales ceden, condenando de facto a Checoslovaquia a ser dividida. Una parte (unos 30.000 kilómetros cuadrados) se incorporan al Reich. Todo el mundo sabe que el resto está condenado. El 15 de Marzo de 1939, lo que queda de Checoslovaquia es invadida por la Alemania nazi y deja de existir como país.
Calma tensa en Austria
He sido tan prolijo en la narración de la crisis de los sudetes para que se vea que los acontecimientos en Ucrania están siguiendo, con una sorprendente exactitud el mismo guión. Putin, como Hitler entonces, aspiran a ampliar su zona de influencia y las potencias occidentales (la Unión Europea) están reaccionando con la suavidad de quien no está acostumbrado a utilizar estos métodos de pistolero (y, por qué no, pensando que quizá una actitud más civilizada termine por atraer a Ucrania hacia la esfera de influencia de la Unión).
Entretanto, Austria está, en términos modernos (y militares) a tiro de piedra de Ucrania. Los gaseoductos que abastecen a las fábricas y los hogares austriacos pasan por Ucrania y el Estado austriaco tiene 75000 millones de euros en deuda ucraniana, por no hablar de que los bancos de EPR tienen un fuerte arraigo en el este de Europa. La crisis, para este país, puede tener un calado extraordinario y unas consecuencias terribles.
El perfil que se le ha dado a los acontecimientos en los grandes periódicos locales (Der Standard y Die Presse) es sorprendentemente bajo y solo a partir de hoy, las ediciones digitales han empezado a recoger los acontecimientos en Crimea en primer término.
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