Nosotros, que vivimos fuera, utilicemos toda nuestra capacidad de perspectiva.
21 de Mayo.- Querida Ainara (*) : después de veinte días en España, no resulta fácil ordenar la catarata de impresiones que me ha causado el país en que nací.
Como sucedió con los tiempos de la Segunda República, el Madrid de la crisis es una ciudad moderna, efervescente,guapa y arriesgada en la forma y en el fondo, laboratorio de todas las ideas que quieren tocar la vertical de los cielos; un sitio hirviente en el que conviven la imaginación sin límites y una precariedad a la que los españoles se han tenido que acostumbrar a su pesar después de un periodo de prosperidad que quizá no fue tan hermoso, pero que cobra unos tintes rosados si se mira desde la distancia de los más de cinco años que ya dura la crisis.
Crónica del crepúsculo
Sin embargo, también es una ciudad, un orden, en el que se adivina una doble ansiedad: por un lado, la de vivir a tope porque se tiene la sensación de que el estado actual de las cosas tiene que acabarse en un momento no muy lejano y, por otro lado, una ansiedad, algo contradictoria, de que el estado de cosas actual acabe por fin, a ver si se ve un resquicio de futuro al final del túnel del desencanto.
Los españoles con los que he hablado tienen la sensación de vivir en una realidad cuajada, quieta, declinante y amarga que no les ofrece tregua ni vacaciones.
No es raro que así sea, si uno pone la televisión y se da cuenta del divorcio en el que viven los medios de comunicación y los políticos de la realidad del país.
Viendo estos días atrás los informativos cada vez más superficiales y cada vez menos rigurosos, no dejaba de pensar que un sistema, un orden de cosas, se mantiene mientras aquellos que hablan sobre él e interpretan lo que sucede, son capaces de trabar un contacto sano y objetivo con la realidad. En el momento en el que ese vínculo con lo real se rompe y el mero interés en mantenerse en el poder de una casta dirigente es un árbol que impide ver el bosque de los sucesos cotidianos, el sistema que sea está herido de muerte.
Pasó con el último franquismo, está pasando con los últimos años del “Juancarlismo”.
Unas palabras que llegan demasiado tarde
Las personas más inteligentes de la clase política española –parece imposible creer que en España existan aún políticos inteligentes, pero el hecho es que es así- son perfectamente conscientes de que el orden surgido de la constitución de 1978 se está descomponiendo al mismo ritmo en que declina la vida de su principal artífice, el rey Don Juan Carlos.
En mi opinión, en los despachos desde los que se pilota el país, no se tiene todavía una idea demasiado precisa de lo que puede suceder cuando el telón de la Historia se cierre sobre la vida de un monarca que, como personaje político, está casi completamente amortizado, pero es obvio que,en los pasillos del Poder, en ese lugar al que ni tú ni yo tenemos acceso, alguien está muy preocupado y está buscando alternativas para perpetuar si no el statu quo actual (algo, en mi opinión, tan insalubre como imposible) sí por lo menos tratar de evitar una implosión total del sistema que sería, no hace falta decirlo, catastrófica.
En ese sentido habría que interpretar las declaraciones de Felipe González, sin duda uno de los políticos más brillantes, más zorros y más astutos del siglo XX español, en el sentido de que quizá a España le vendría bien una coalición entre los dos grandes partidos que la han gobernado desde los años ochenta del siglo pasado.
Y es que la hora de España, la prueba de estrés definitiva para el sistema, serán los alrededores del 11 de Septiembre próximo. Quizá, el mismo día 12.
No hay que ser muy listo para calibrar el inmenso peligro que va a suponer para la estabilidad española el pulso separatista de Artur Más, político catalán que se encuentra ahogado por una crisis económica a la que no ha sabido (o no ha podido) hacer frente, y al que la tozuda realidad no le ha dejado otra alternativa que la de una huida hacia delante cumpliendo unas promesas (o amenazas, según el cristal con que se miren) que, al principio, cuando aún era posible la vuelta atrás, eran meros fuegos de artificio pero que ahora –es un mecanismo inscrito en el cerebro de todos los primates- no va a tener más remedio que hacer realidad para mantener a salvo ante la manada su prestigio de macho alfa.
Durante estos días, se ha escrito mucho en España sobre las palabras de Felipe González, las cuales, a pesar de la buena voluntad (o del sentido político que revelan) llegan demasiado tarde. No se puede tirar una locomotora a toda velocidad y cuesta abajo y luego tratar de pararla.
En otras palabras: es demasiado larga la historia de desencuentros y es demasiado grande el lastre que la lista de agravios mútuos supone como para que pueda haber un entendimiento.
A pesar de lo cual, el momento es peligrosísimo y el diagnóstico desolador. España está, en este momento, sujeta por el sistema de poder de “los dos grandes partidos”. Un sistema que impregna los altos cargos de la administración y el sistema de concesión de favores y prebendas que termina decidiendo qué personas acaban ganando unas elecciones o sentándose en una poltrona. En tanto que la oposición, esas tímidas alternativas surgidas casi de los extramuros del sistema, no tiene de momento ninguna posibilidad real de tocar poder efectivo, porque no tiene acceso a los resortes que mueven la maquinaria del Estado.
Ni la izquierda medio utópica, ni la ultraderecha desquiciada, ni pequeñas formaciones políticas cuyo potencial de crecimiento sufre por la progresiva depauperación de las clases medias del país debido a la crisis económica.
Esta es, Ainara, la hora actual de España.
Es peligroso asomarse al interior.
Besos de tu tío.
(*)Ainara es la sobrina del autor
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