Analizábamos ayer la relación entre Marine Le Pen y Strache. Hoy, nos ocuparemos de otro fenómeno surgido de las elecciones europeas: Pablo Iglesias, cabeza de lista de Podemos.
27 de Mayo.- Una de las señales principales de que uno lleva viviendo mucho tiempo fuera de España es que, de pronto, determinados aspectos de la realidad de su país empiezan a resultarle extraños. Pero extraños no en el sentido de raros –que también- sino en el sentido que, en alemán, tiene la palabra Fremdt, algo así como ajeno.
Al rojo vivo
Por ejemplo, uno se pone delante de la televisión y tiene la sensación de que todo el rato está viendo el mismo programa. No importa el canal.
Y suele ser así: una mesa, unas sillas y gente vociferando y hablando en círculos al mismo tiempo. Es la tertulia-espectáculo en la que a los tertuliantes les importa un huevo de pato llegar a alguna conclusión, tan diferente de la tertulia de la escuela centroeuropea, en donde aún se guardan ciertas apariencias a la hora de distinguir la información y la opinión.
En España, las cadenas de televisión, espejo del país, están fuertemente escoradas ideológicamente. Esto quiere quiere decir, por lo tanto, que las llamadas “tertulias” son, en realidad, editoriales interpretados a varias voces.
Funcionan así: hay un presentador –no me atrevo a llamarle moderador porque más que moderar, azuza– y hay cuatro o cinco tertulianos.
El setenta y cinco por ciento de los presentes tiene una opinión que coincide con la línea editorial de la cadena. El otro veinticinco por ciento de los tertulianos hace, como yo digo, “de liebre”.
Tomemos un ejemplo práctico, para que se entienda mejor lo que quiero decir. Todos los días, antes de la hora española de la comida, se emite la Sexta, cadena de línea editorial notoriamente izquierdista, una de estas “tertulias” llamada “Al Rojo Vivo”. En ella se suele analizar la actualidad (corrupciones, sobresueldos, declaraciones polémicas, etc).
El setenta y cinco por ciento de los tertuliantes mantiene una línea progresista y, para que la unanimidad se rompa y haya el tomate necesario, hay alguien opuestísimo, generalmente el Sr. D. Francisco Marhuenda, “director” de ese “periódico” llamado La Razón, que dice disparates con el único objetivo aparente de provocar la escandalizada indignación de los otros (que, por su lado, tampoco se quedan cortos en la tarea de disparatar).
Por ejemplo, si la noticia del día es que un alto cargo del PP ha recibido sobres reventones de billetes lilas, dirán los tres izquierdistas que no es extraño, que todos los cargos del Partido Popular son unos chorizos congénitos cuyo principal objetivo es el de inventar triquiñuelas, como Pierre Nodoiuna, al objeto de fastidiar al honrado trabajador.
Interrumpirá las indignadas soflamas Francisco Marhuenda, conocido por el entrañable apocorístico de “Paco”, para decir que él tiene pruebas concluyentes de que lo de los sobres con dinero chusco es un montaje promovido desde la izquierda marxista y revolucionaria, vendida al oro de Moscú.
Dichas manifestaciones serán la señal que los otros esperaban para ponerse a hiperventilar y para llamarle “facha” con más o menos salero.
Salta la liebre
Todas estas tertulias, hasta un niño de cinco años lo vería, están guionizadas hasta el más mínimo detalle y son tan auténticas como el folleteo de Supervivientes, el edredoning de Gran Hermano, las peleas de Sálvame, los titánicos golpes del Pressing Catch de mi infancia o los mamporros de “Empeños a lo bestia”.
Cualquier guionista (y el que escribe lo ha sido) sabe que, en cualquier función, tener un buen malo es la mejor garantía de éxito.
En las tertulias de la Sexta, el malo oficial es “Paco” Marhuenda, con su españolismo trasnochado, su conservadurismo intentando borrar las fronteras de cualquier rastro de sensatez y sus fantásticas ideas que ya eran viejas en el Neolítico.
En las tertulias de Intereconomía, el malo oficial, el comunista con cuernos y rabo que permitía a los otros tertulianos decir barbaridades era Pablo Iglesias. El cabeza de lista de Podemos, estrella revelación de la política nacional española.
Después de pasarme la tarde mirando en youtube vídeos de Pablo Iglesias, la verdad es que cada vez sé menos a qué atenerme.
Hay una cosa, sin embargo, que sí que me ha quedado clara. Pablo Iglesias, si no se quema antes, probablemente tenga todas las cartas para ser el Felipe Suárez del siglo XXI –y no es una errata-.
Como Felipe González, Pablo Iglesias domina la cámara. Es un comunicador nato, no hay más que verle. Que además ha hecho más platós que Belén Esteban y se conoce todos los trucos. Y a eso se debe que, a su lado, todos los demás tertulianos –en España puede ser tertuliano casi cualquiera- parezcan unos aficionados, piltrafas sin estudios. Unos entes tartamudos y viejunos que, contra él, no tienen nada que hacer (para mi gusto, a su oratoria le sobra un poquito de almíbar sentimental en algunos tramos, pero Pasionaria también hablaba de las madres que tenían hijos y resultaba enormemente eficaz).
Como Suárez, Pablo Iglesias conoce el sistema desde dentro, y sabe, porque tiene ese instinto, que ahora mismo, el “régimen del 78” como lo llama él, está en un estado de tal fragilidad que no hace falta más que una cosa tan frágil y tan encantadoramente cutre como su Podemos para que el castillo de naipes se vaya a hacer gárgaras sin que nadie lo eche de menos.
(Lo cual no significa, por supuesto, que “el régimen” vaya a ser sustituido por otra cosa mejor).
De momento, Pablo Iglesias ha levantado ya las suficienes ampollas dentro del stablishment para que empiecen a criticarle. Son unas críticas que, como sucedió con Suárez, como después sucedió con Felipe González, en esta fase inicial no van a hacer más que fortalecerle.
Porque no hay nada que le ponga más a la gente que la vieja imagen de San Jorge luchando con el dragón.
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