¿Qué mecanismos utilizan los medios para intentar burlar nuestro sentido crítico? ¿Cómo se crea la opinión pública? En esta serie analizaremos varios casos, austriacos y españoles.
22 de Junio.- Una serie de televisión, un libro, un blog, son más o menos buenos en la medida en que te ayudan a entender mejor cómo funciona el mundo. El otro día estuve devorando varios episodios de la primera temporada de House of Cards, serie de la que ya hablé en este post.
It´s a great narrative, sir
HoC trata de muchos temas, pero sin duda uno de ellos es los medios que se utilizan para articular una relación fundamental en el proceso de formación de la opinión pública, o sea, la que une dos compartimentos que, de otra manera, permanecerían estancos. Esos compartimentos son, por un lado, los políticos que toman las decisiones. Por otro lado, los ciudadanos que tienen (tenemos) que sufrirlas.
Una de las tramas de la serie cuenta el proceso de convertir a un personaje –quizá el más simpático dentro de la galería de gentes oscuras que la pueblan- de borroso funcionario que trabaja en la tripa de la ballena del Capitolio en gobernador de un estado de los USA.
El protagonista de la serie, el gran Kevin Spacey, peregrina al despacho oval para convecer al presidente de los Estados Unidos -a su vez, jefe del partido- de que apoye la candidatura de este personaje. El presidente se muestra inseguro al respecto y el personaje que interpreta Spacey, que se llama Underwood, le explica que el futuro candidato es la persona idónea, a pesar de tener un pasado que es todo lo contrario a esa resplandeciente –y ficticia- felicidad conyugal que la América profunda parece querer ver en sus políticos.
-Podemos venderlo –le dice Spacey en un momento de la conversación- como una historia de superación personal, señor presidente. A la gente le encantan este tipo de historias de personas que superan sus dificultades y se levantan. It´s a great narrative, sir.
La frase “it´s a great narrative” (es una gran narrativa, es una gran historia) me rebotó muchas veces por la cabeza, produciendo un sonido parecido al de una pelota metálica en un pinball.
Es difícil de explicar, pero de pronto fue como si todo encajase.
Comprendí de pronto que, en realidad, no solo los políticos se relacionan con esa masa informe que nosotros, sus administrados, debemos de parecerles desde lejos, utilizando “narrativas (luego daré varios ejemplos, austriacos y españoles) sino que nosotros mismos nos relacionamos con los demás (esto es, ponemos en comunicación nuestro espacio mental interior con el de nuestros congéneres) utilizando estas historias, especie de “sistemas informativos” con los cuales tratamos de venderle a nuestro entorno lo que a nosotros nos interesa que crean de nosotros.
Bajo este punto de vista, una “narrativa” como aquella a la que se refería Kevin Spacey/Underwood sería un trozo de información dirigido interesadamente a anular el proceso de examen crítico del interlocutor. Sea ese interlocutor una persona, o sea una masa, por ejemplo, la del electorado.
Para que se entienda mejor lo que quiero decir, utilizaré como ejemplo una historia sacada de mi propia observación personal.
Cuando yo era chaval, mi madre cuidaba un niño, al que llamaremos Nicolás. Nicolás (es un nombre inventado) era un chavalín travieso al que, saltaba a la vista, no le gustaban los libros y, como es natural en los chicos de su edad, prefería jugar al fútbol o a las canicas. Nicolás se las arreglaba, sospechosamente, para olvidarse en el colegio los libros y, así, tener la excusa perfecta para no poder hacer los deberes. Nicolás era feliz, hasta que, a eso de las ocho de la tarde, empezaba a notar que se acercaba la hora de que su padre viniera a recogerle y llevarle a casa. Los padres de Nicolás, conscientes como eran de que le dedicaban a su hijo menos tiempo del necesario, en vez de ser permisivos, tendían a ser muy estrictos con el chaval y por eso, el niño les tenía más miedo que una vara verde.
Invariablemente, no bien veía Nicolás aparecer a su padre por la puerta, se lanzaba a contarle una historia destinada a explicarle por qué no había hecho los deberes y así aplacar el enfado que, era previsible, caería sobre él. Un ejemplo perfecto de narrativa, de intento de, anticipándose, crear una realidad destinada a cambiar la percepción de su padre de lo que había pasado, anulando su sentido crítico y tratando de venderle unos hechos dudosos desde el punto de vista que a él le interesaban.
La unidad mínima de la narrativa, es el titular.
Los “brotes verdes”, un caso práctico
O sea, el periodista sirve de correa de transmisión para servir de altavoz a una idea determinada –esto lo hacen todos los periodistas que trabajan en un medio porque, para darles de comer a sus niños, tienen que amoldarse a la línea editorial del medio que les paga-. A veces, esa idea es verdad y a veces no. Ejemplos hay miles, pero pondré uno que mis lectores van a entender perfectamente.
A finales de la última legislatura de Zapatero, la Ministra de Economía, Elena Salgado, lanzó una de estas pequeñas píldoras, al anunciar que en la economía española se podían ver “brotes verdes”. Inmediatamente, la frase, que no era de Elena Salgado, por supuesto, hizo fortuna. El primero en hablar de brotes verdes (green shoots, en inglés) fue el Ministro de Hacienda del Reino Unido, Norman Lamot, que utilizó esta misma metáfora en 1990-1991 para indicar que la economía británica estaba saliendo de la recesión –una recesión, por cierto, que era una coña marinera comparada con la recesión que padecemos nosotros-. Elena Salgado debió de traducir de alguna parte pero lo cierto es que, utilizada en aquel contexto, “los brotes verdes” eran una imagen perfecta. Un titular lanzado con el mismo conocimiento de cómo funcionan los mecanismos de creación de la opinión pública que un jingle publicitario.
La imagen tenía tanta fuerza por muchos motivos. Conscientes e inconscientes. A los españoles, la imagen de un tronco quemado nos es, desgraciadamente, tremendamente familiar –convivimos desde nuestra infancia más tierna con las noticias anuales de los estragos de pavorosos incendios forestales-. Asimismo, los brotes verdes remiten en castellano a una curiosa sonoridad musical. Las dos palabras “brotes” y “verdes” empiezan con un mismo sonido bilabial oclusivo. Las dos palabras, pronunciadas seguidas, hacen que nuestro cerebro se pirre de gusto, porque no hay nada que más le guste al cerebro que la musicalidad, la repetición.
El que Elena Salgado dijera que habían crecido brotes verdes del maltrecho tronco de la economía española y que lo dijera utilizando aquella imagen estaba buscando que el cerebro de los receptores de la información parase de pensar, de examinar. Aún diría más, el titular era tan perfecto que, incluso cuando la expresión se utilizaba en tertulias contrarias al Gobierno, las imagenes burlescas con las que estas intentaban neutralizar los famosos “brotes verdes” no hacían más que darle fuerza a la expresión.
Esta es una breve exposición de los mecanismos por los que funciona una “narrativa” en el sentido en que la utiliza Kevin Spacey. Una vez explicado el concepto, vamos a analizar dos narrativas tan exitosas como las de los brotes verdes que, últmamente, han barrido ese espacio común de discursos entrecruzados que llamamos “opinión pública”. Una, en España. Otra, en Austria.
Como Pedro está de vacaciones, Zona de Descarga te trae esta semana una selección con las mejores respuestas que, durante estos meses, le hemos dado a nuestros oyentes. REcordar es volver a vivir !No te las pierdas!
Deja una respuesta