Recientemente, falleció Gerhard Hoffmann, brigadista internacional y miembro (entre otras cosas, de la resistencia francesa). Testigo privilegiado del siglo XX, fue entrevistado por mi amigo Ignacio Delgado, excelente periodista y escritor, que vive ahora en El Cairo. Hondamente conmovido por la noticia del fallecimiento de Hoffmann, me ha enviado esta elegía que publico a continuación, la cual es una semblanza de alguien que debió ser una persona extraordinaria.
He perdido a un amigo. Se llamaba Gerhard Hoffmann. Tenía 97 años y, a sus espaldas, una vida intensamente vivida, moldeada por las ideologías que dominaron el pasado siglo. Era vital, curioso, generoso e idealista. Le gustaba bromear y tenía una risa pícara. Parecía inmune a ese cinismo que parece aquejar a todos aquellos que afirman haber sido revolucionarios en su juventud y acaban por presidir el consejo de administración de alguna empresa o alabando aquello que tanto habían denostado. Creía que el ser humano era capaz de cambiar, pero no cerraba los ojos a sus muchos defectos (“las pequeñas y grandes fallas humanas”, solía decir con su acento latinoamericano en un español aprendido a uno y otro lado del charco). Conservaba su fe en el socialismo, aunque admitía estar desencantado con los experimentos realizados en el siglo XX, especialmente en la Unión Soviética y la RDA. Atribuía su longevidad a los diez años de hambre que le había tocado sufrir. Fue brigadista internacional, preso en los campos de prisioneros del sur de Francia y miembro de la Resistencia francesa.
Lo conocí una tarde de Marzo en Markt Piesting (Niederösterreich). Irene Filip, responsable del Spanienarchiv del Dokumentationsarchiv des Österreichischen Widerstandes (fundado por otra brigadista recientemente fallecido, Hans Landauer), nos puso en contacto para una entrevista, mi primera como el periodista que nunca supe si quería ser. Apenas transcurridos unos minutos en el salón de su casa, bien provistos de café y pastel por su esposa Milena (que, sentada en un sofá y aparentemente distraída, seguía el hilo de la conversación y era capaz de intervenir cuando la memoria de Hoffmann flaqueaba apuntando el nombre de algún viejo compañero o haciendo algún oportuno comentario cargado de un escepticismo que equilibraba el idealismo de Hoffman), tuve la sensación de estar conversando con un amigo. Durante cerca de cuatro horas repasamos su biografía: su participación en el levantamiento de Febrero de 1934, sus entradas y salidas de la cárcel bajo el austrofascismo, su partida hacia España para combatir el fascismo, su participación en la batalla del Ebro, la huida hacia Francia, su arresto e internamiento en sucesivos campos de prisioneros (la consabida triada Gurs, Saint Cyprien y Argeles), su ingreso en la Resistencia francesa, las acciones de sabotaje y propaganda contra los nazis, la pérdida de su familia en los campos de exterminio, el regreso a la Austria del hambre, sus estancias como voluntario en la Nicaragua sandinista, la caída del Muro de Berlín, su inquebrantable fe en el ser humano y el socialismo. Entre pregunta y pregunta, recordaba algún artículo que había escrito, algún pasaje de su biografía (que nos regaló), algún email que le había escrito su hija y consideraba pertinente para ilustrar lo que estaba diciendo y se levantaba, rebuscaba en algún cajón y volvía con un manojo de papeles para retomar la conversación donde la había dejado.
Sólo después de tan largo viaje por la memoria y la historia dio síntomas de fatiga, casi disculpándose por ello. Se había hecho tarde. Encendió la televisión. Quería ver si había pasado algo nuevo en Egipto, donde una revuelta popular había acabado no hacía mucho con la dictadura de Hosni Mubarak. Tenía esperanza en las revueltas que entonces se sucedían en el mundo árabe. Creía que en ellas había la semilla de un verdadero cambio, la esperanza de un mejor ser humano. Nos invitó a quedarnos y cenar con ellos. Declinamos la invitación, porque no queríamos abusar de una hospitalidad tan abrumadora. Intercambiamos emails. Me ofrecí para ayudarle con un texto que quería publicar y presentar a un concurso de relatos. Nos despedimos como viejos amigos.
No volvimos a encontrarnos. Planeaba volar a España para asistir a la inauguración de un monumento erigido en honor a las brigadas internacionales en la Ciudad Universitaria de Madrid, pero tuvo que cancelar su participación a última hora por motivos de salud. Nos escribimos varias veces para comentar noticias o contar qué tal nos iba. Edité algunos de sus relatos y artículos. La última vez que le escribí recibí una escueta respuesta en la que se lamentaba de su pobre salud. No supe más de él hasta que recibí noticia de su muerte.
He perdido un amigo que fue testigo de primera mano de un siglo siniestro, pero se negó a perder su humanidad y siguió creyendo en la solidaridad hasta en circunstancias que hubieran justificado el más abyecto egoísmo. He perdido a un amigo que fue lo suficientemente valiente como para abandonar su país para luchar por una causa que no era suya y apechugar con las consecuencias de su compromiso (algo que no está de más recordar en unos tiempos en los que la expresión de nuestro compromisos con distintas causas están al alcance de un like en Facebook y que rara vez tienen consecuencias prácticas en nuestras vidas). He perdido a un amigo que fue un ejemplo de resistencia en la adversidad y generosidad. He perdido a un amigo al que echaré en falta. Descansa en paz, Gerhard Hoffmann.
PARA SABER MÁS: La entrevista original de Ignacio Delgado, a la que se refiere este artículo fue publicada en la web www.periodismohumano.com. Para leerla, no hay más que hacer click en este enlace.
(La foto que ilustra el artículo es de Ignacio Delgado)
Ignacio Delgado es periodista y escritor. Entre otros países ha vivido en Israel, Rumanía y Austria. Actualmente, reside en El Cairo.
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