!Que viva el Cementerio Central de Viena!

cementerio centralViena es la ciudad en donde la muerte viene a pasar sus vacaciones. Hoy, pasaremos revista a uno de los sitios en donde la parca se encuentra más agusto.

31 de Octubre.- Tal día como mañana es tradicional –en Austria también- acordarse de los que nos han dejado e ir a arreglar un poquito las tumbas o a dejar unas flores. Por eso hoy vamos a hablar de uno de los monumentos de Viena que a mí me gustan más y que siempre recomiendo cuando alguien me pregunta qué es lo que no debe perderse nunca bajo ningún concepto, cuando visita la ciudad. Se trata del Zentralfriedhof o Cementerio Central de Viena.

El ZF no es, en ningún modo, un lugar macabro o triste (hombre, tampoco es una rave, claramente) se trata sin embargo de un parque muy agradable en donde, aparte de toparse uno con el lugar de descanso de varios genios de la Humanidad y algunos famosos austriacos, puede uno, según las épocas, darse un paseo bajo la arboledad e, incluso (esto lo he visto yo) jugar un poquito al lacrosse entre las tumbas (hay grandes espacios en donde uno puede hacer esto).

El cementerio central vienés fue abierto a sus tranquilos usuarios en 1874.Desde la mitad del siglo XIX, el consistorio vienés ya había visto que, con la prosperidad que había traido la monarquía del emperador Paco Pepe, la población de Viena estaba creciendo a buen ritmo y, si los vivos crecían, naturalmente también crecía el número de difuntos. Los cementerios que había en el extrarradio, en lo que entonces, en su mayoría, eran aún pueblecitos y hoy son barrios de Viena, estaban al límite de su capacidad, con lo cual, en 1863 se convocó un concurso para que se presentara el proyecto de un cementerio de capacidad si no inagotable si por lo menos inagotable en el futuro próximo.

Se barajaron antes diferentes localizaciones, pero se eligió la actual merced a un estudio geológico en el que se valoró la capacidad del suelo de propiciar la descomposición de los cadáveres sin causar mayores problemas de salud pública (sic). Entre 1871 y 1874, en solo tres años, se abrió la necrópolis vienesa.

Y a los vieneses no les gustó nada (ya entonces, se puso de manifiesto la alergia que tienen los habitantes de esta ciudad contra todo lo nuevo).

Pero es que, si bien se mira, no les faltaba razón.

En primer lugar, el Cementerio Central, que ya está, hoy por hoy, muy lejos del centro, en aquella época lo estaba doblemente, porque a nadie se le ocurrió pensar en los deudos que tendrían que ir a ver a los difuntos y que, en aquel tiempo, tenían que emprender una larga excursión. Por otro lado, además, los cementerios antiguos, como el de Sankt Marx –lugar, por cierto, en el que está enterrado y no está enterrado Mozart– fueron cerrados y no se permitieron más enterramientos. Con lo cual, muchas familias se vieron en la tesitura de pasar la eternidad separadas. Y un viaje tan largo, y encima solo, pues qué quieres, da perezón.

En último lugar, y no el menos importante, tratándose de un pueblo como el vienés, la verdad es que el cementerio central debía de ser feo. En aquella época era poco más que un descampado –enorme, eso sí- con una valla.

Los ricos y famosos, en resumen, no querían ir a enterrarse en un sitio con tan poquísimo glamour (ossea) y, por eso, la municipalidad se lanzó a la caza de medidas de marketing para vender el Zentralfriedhof como el lugar de descanso eterno perfecto.

En primer lugar, se instituyó la zona de las tumbas de hombres ilustres (para lo cual se vaciaron las tumbas de los antiguos cementerios de personas célebres, como Beethoven o Schubert, a Mozart no se le encontró y, en 1910, se levantó la iglesia modernista que hoy es la seña de identidad del cementerio. Está bajo la advocación de San Carlos Borromeo, pero durante mucho tiempo se la conoció como la Karl Lueger Kirche, porque allí, en aquella iglesia, está enterrado Karl Lueger –un día de estos tengo que hablar de él, porque menudo bicho-; fue el alcalde favorito de Viena hasta 1910, en que murió, y el alcalde favorito de Hitler.

Finalmente, algunas cifras: el Zentralfriedhof tiene 2.5 Kilómetros cuadrados y 330.000 huesas, lo cual lo convierte en una de las necrópolis más grandes de Europa (La Almudena, en Madrid, es algo más pequeño, con 300.000 huecos). El cementerio es accesible con la línea de tranvías 71, que te deja en la misma puerta (bueno, en varias de sus puertas) y por eso, los vieneses, llaman a morirse “coger el tranvía 71”.

Para despedirnos, dejamos hoy esta canción de Wolfgang Ambros, dedicada al cemenerio central. Uno de los grandes jitazos del Austropop.

 

 


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