A partir de ya, entra en vigor en Austria una nueva regulación en el etiquetado de alimentos que tiene en pie de guerra a la hostelería local.
12 de Diciembre.- Hablábamos ayer de la relación de amor-odio que los austriacos tienen con la Unión Europea. En muchos círculos, sobre todo entre personas de una cierta edad (digamos que los nacidos antes de 1980), a poco que se habla de la Unión, sale a relucir el antiguo bloque socialista. Que si esto es un sindiós de burocracia, que si lo único que hacen los “bonzos” de Burselas es estar sentados en el Parlamento discutiendo de cosas que no le interesan a nadie (o peor, rascándose los pelenguendegues) que si pin y que si pan.
A estas personas críticas les da igual que a ti se te caiga la lengua de decir algo innegable y es que la Unión Europea nos ha mejorado a todos la vida hasta extremos que, hace treinta años, hubieran sido inconcebibles. Y no me refiero solamente a la comodidad que supone poder viajar dentro de los Estados que la componen de una manera tan poco problemática y utilizando ese gran invento que es la moneda común, sino, por ejemplo, en el etiquetado de los productos que compramos todos los días. Por ejemplo, los electrodomésticos.
Naturalmente, en un pueblo tan y tan y tan resistente a cualquier cambio como son los austriacos medios en general (cuanto más mayores peor) este tipo de argumentos caen en saco roto, pero lo cierto es que, por ejemplo, es un placer ir a comprar un electrodoméstico, como hice yo el otro día, y que exista un etiquetado unificado y de lo más intuitivo para saber la cantidad de energía que gasta el chisme del que se trate y así, gracias a Dios, con todo.
El último encontronazo que ha tenido la pereza austriaca contra las demandas de la Unión ha sido, cómo no, en el ramo de la hostelería (de la batalla del tabaco no hablamos todavía, que para eso Austria está aún en el pleistoceno). A partir de ya y siguiendo una normativa europea de reciente aprobación, en todos los lugares en que se sirva comida ha de estar indicada la presencia en dicha comida de catorce productos susceptibles de producir alergias en quien los ingiera (gluten, por ejemplo, o sulfitos). Como los estados tienen la capacidad de modificar las directivas europeas hasta un cierto punto, el Estado austriaco se ha inclinado, en esto como en otras cosas, por una versión ligera del asunto y, si bien en la mayoría de los países de la Unión deben obligatoriamente estar indicados en el menú la presencia de estos productos, en Austria se ha acordado que exista un cartel en cada local con la información y que, para lo demás, con que los camareros o el personal sean capaces de responder a las preguntas de la clientela basta y sobra.
Esta medida tan sencilla, pero de tanta utilidad para grandes grupos de población (¡Quién no conoce a alguien que padezca intolerancia al gluten!) ha puesto en pie de guerra a los hosteleros austriacos que han puesto todos sus medios a su alcance para que se escuchen sus protestas y sus argumentos en contra (que no son más que pereza combinada con la poca gana que da el tener que darle al cliente información que, quizá, puede no ser de su agrado, como por ejemplo un hostelero que el otro día, en la ORF, hablaba de que, de toda la vida, en las cocinas de los restaurantes se había sido “creativo” con la mantequilla y otros productos para hacer aparecer más jugosas las viandas).
Sea como fuere, lo cierto es que, con esto, pasará como con todo (con el cambio de Mariahilferstrasse, por ejemplo). Al principio, gruñirán, pero luego ellos, los hosteleros, y nosotros, los clientes, nos acostumbraremos y nuestra vida, la de todos, será más fácil y más saludable.
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