Esta tarde he estado viendo cómo han quedado colgadas las fotos de la exposición mía que se inaugura mañana. Un momento mágico.
19 de Febrero.- Esta mañana, un amigo ha ido al local Vini Per Tutti (Lerchenfelderstrasse 40) y ha ayudado a la dueña a colgar las veinte fotos mías que forman la exposición que se inaugura mañana.
Esta tarde, he ido yo con unos amigos, que querían verlas y ha sido una experiencia muy curiosa. En primer lugar, porque incluso los que hacemos fotos constantemente estamos ya muy poco acostumbrados a ver las fotos impresas, en papel. Uno ve las imágenes como algo volátil, que se almacena en un disco duro externo o en la memoria de un ordenador, pero que raras veces se llega a tocar, como antes se tocaban las fotos físicas, que uno llevaba a revelar (el carrete en la mano, con toda la ilusión) y en las que una parte del placer era, sobre todo, ver la cercanía (o no) que guardaba la realidad tangible de la foto con lo que nosotros nos habíamos imaginado que saldría.
Luego, naturalmente, porque ver las fotos, sobre todo en compañía, despierta indefectiblemente la memoria de lo que estábamos haciendo cuando las hicimos. De dónde estábamos, de en qué sitio nos encontrábamos.
Una de mis fotos favoritas de la exposición, por ejemplo, es un retrato de un vendedor que estaba en la Puerta del Sol de Madrid. Impasible, la mirada puesta en el infinito, el hombre sujeta, en una de las manos flexionadas, un cordel. A mi juicio es un retrato muy clásico, en el mejor sentido del término. En la fotografía no se ve, claro, pero de los extremos del cordel cuelgan los picos de una sábana y en el país blanco de la tela, había un montón de cedés piratas. Un segundo, pero un segundo, de verdad, un segundo más tarde de que yo hiciera la foto, llegó la policía municipal y los vendedores de cedés piratas (o de gafas de sol, o de gorras o de camisetas, qué sé yo) volaron y se dispersaron en las cuatro direcciones de los vientos. Toda esta escena costumbrista se la perdieron unos amigos que estaban inmersos en la tienda de chucherías a precio de oro que el Real Madrid tiene a pocos pasos del Kilómetro Cero.
Otra de mis fotos favoritas es una vista de Almagro (“Soy de Almagro/ Soy de Almagro/ Soy de la rica ribera/donde se hacen los encajes/se guisan las berenjenas”, así dice la canción).
Desde que vivo en Austria, me he dado cuenta de lo poco que los españoles conocemos nuestro país y de lo poco que apreciamos lo hermoso que es. La foto de Almagro muestra una perspectiva geométrica de unas calles vacías, en cuya belleza, elegante y seca, estoy seguro de que los propios habitantes de Almagro no han reparado. Recuerdo que paré en la preciosa localidad manchega cuando iba camino de Madrid (¡Qué contenta se puso mi sobrina cuando me vio llegar!) y que, en Almagro, después de tomarme un café casi sólido bajo los soportales de la plaza mayor (un café que parecía de puchero, como el que hacía mi abuela María cuando yo era pequeño) entré en una tienda de recuerdos en la que había una foto (espantosa, por cierto) del Rey Felipe y de la Reina Letizia cuando todavía eran príncipes. Habían entrado a la tienda a comprarle alguna chuchería a las niñas o, quizá, solo a mirar las figuras de Don Quijote y Sancho (en todo tipo de formatos, incluyendo los imanes para nevera) que había expuestas en el local.
Cada una de las fotos que está expuesta en el Vini Per Tutti lleva mi firma por detrás. Cada una de las fotos, naturalmente, está en venta. Y cada una de las fotos tiene una historia que es una parte de mi misma historia. Mañana, si vienes y me preguntas, estaré encantado de contártela.
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