Eurovision puede tener también un lado muy oscuro. Por suerte, sin embargo, hay mujeres con toda la barba y el corazón en su sitio.
24 de Mayo.- Como todos los lectores de Viena Directo saben (e intuyo que una minúscula minoría, con cierto masoquismo, también sufren) soy un gran defensor de la igualdad gay y, en general, de la tranquilidad y la pacífica convivencia entre las gentes. También soy, sin embargo, un gran desconfiado de los consensos masivos y del anonimato que el hombre (o la mujer) encuentran en la masa. Una cosa no quita la otra. No me gusta la masa berreante (aunque a veces berree por algo que, observado con detalle, sea justo) y odio profundamente la sensación de impunidad que el hombre, borracho de eso que los franceses llaman bonitamente sprit de corps, aprovecha generalmente para acogotar a sus semejantes más desamparados.
La pobre Polina
Ayer, durante las votaciones de Eurovisión, no me gustó ni tanto así la reacción del público contra la cantante rusa. Para su consuelo, a la pobre Polina Gagárina le queda que los abucheos no iban dirigidos contra ella sino contra el presidente ruso, el cual es, con la complacencia y el aplauso de lo más carcamal de la ultraderecha europea, uno de los pocos dirigentes que está en contra de los derechos de los homosexuales y patrocina desde el Kremlin una política represiva y homófoba.
Creo que a los tiparracos como Putin (o algunos representantes religiosos de este lado de los Urales) se les debe combatir oponiendo tolerancia, nobleza y decencia a su intolerancia, bajeza e indecencia.
Por eso, también me pareció fenomenal el gesto de Conchita Wurst –que debe de tener, desgraciadamente, mucha experiencia en el sufrimiento de abucheos- de sentarse junto a la representante rusa durante las votaciones. He estado mirando cómo los medios rusos han informado de la actuación rusa (bueno, como han podido, porque dado el singular concepto que existe de la libertad de prensa en Rusia, los pobres hacen lo que pueden). Curiosamente, el tono de Rusia Today (versión española) ha sido escrupulosamente neutral, apenas cuatro líneas y ninguna referencia a los abucheos (hubieran tenido que explicar el por qué de los abucheos, claro).
El que se arrepintió a tiempo
Curiosamente, el cantante ganador también tuvo, hace un año, un ligero patinazo (lo que pasa es que el Pueblo Elegido no se lo ha tenido en cuenta porque el chaval según opiniones peritas, tiene un revolcón –o dos-).
Durante un programa parecido a lo que, en España, podría ser Master Chef, Mans Zerlmenlow se dejó decir que no le parecía bien que los gays tuvieran los mismos derechos que los heteros, aunque luego, viendo que había metido la pata se apresuró a intentar arreglarlo. La polvareda mediática resultante obligó a Zerlmenlow a desdecirse mediante un comunicado de prensa. El asunto quedó rapidamente olvidado y, así, el cantante sueco hubiera podido decir anoche (con perdón) lo mismo que el personaje de María Barranco en El Rey Pasmado:
-Mi madre también era puta, lo que pasa es que se arrepintió a tiempo.
Por lo demás, Eurovisión solo ha traido a Viena cosas buenas: primero, una semana de tolerancia y de alegría un poquito tontorrona, después, según fuentes de las autoridades económicas austriacas, 38 millones de euracos en actividad económica (un supernegocio) y, los famosos semáforos igualitarios que, no solo se quedan, Maria Vasiliakou lo anunció el otro día, sino que también van a ser copiados por otras ciudades europeas, como Munich, en Baviera, que los instalará con ocasión de su versión local del Orgullo gay.
Los maquemaques, pobres, no se comieron un colín (cosa que también demuestra el poco ojo clínico que yo tengo) y España…Bueno, para los colines que se comió España, mejor no hablamos. A partir de mañana, volverán a sonar por Viena las músicas habituales, los mozartillos sustituirán a las Conchitas y es poco probable que volvamos a escuchar en la plaza del ayuntamiento de Viena cosas como estas.
Por cierto, yo, para el año que viene, ya tengo candidato. Sería un puntazo:
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