Amigos, compañeros, amantes (y Féisbul)

GritoLupercio Currelantez, español residente en Linz, descubrió pronto que estaba metido en una trampa (un post tremebundamente divertido basado en hechos reales).

13 de Junio.- Lupercio Currelantez conoció a su novia austriaca en el concurso de gritos de Colmenar de Oreja. Desde el primer momento, siguieron punto por punto el manual de rituales de apareamiento de la especie humana.

Durante las primeras semanas Lupercio se concentró en demostrarle a su novia, Walburga Musterfrau, que era capaz de orinar y bajar la tapa del wáter y que también poseía las destrezas necesarias para

a) garantizar un nivel de vida aceptable para la pareja y la futura camada –si Dúrex quisiera que la hubiere– y

b) procurar al hogar conyugal un nivel de felicidad sostenible en el tiempo basado en la modesta dósis de inteligencia emocional que todo macho de la especie humana posee.

Por su parte, Walburga se concentró en demostrar que poseía la visión compleja y rica del mundo que a su novio, preso en las limitaciones que impone la masculinidad, le faltaba (por ejemplo, que era capaz de distinguir el “rojo teja” del “rosa palo”) circunstancia esta que conllevó finalmente la decisión de Lupercio y Walburga de buscar un hogar común para, como dice Antonio Gala, poner la tentación lo más cerca posible de las ocasiones de caer en ella.

Durante la negociación subsiguiente, el macho de la especie (como suele suceder) estuvo convencido en todo momento de que él era el que partía el bacalao. Sin embargo, como suele suceder también, fue la hembra la que finalmente decidió en qué país iban a estar almacenados sus útiles depilatorios.

Así pues, Lupercio se mudó a Austria, más concretamente a las cercanías de Linz –castillo famoso-. No tardó mucho en encontrar un trabajo en una multinacional del sector de la alimentación, GCG, o sea: Guten Chistorren Güenen GmbH, en donde pronto tuvo ocasión de demostrar que pertenecía por derecho propio a la generación de españoles mejor formada de la historia (de España).

No pasó mucho tiempo antes de que Lupercio tuviera que afrontar algunas situaciones incómodas. Por ejemplo: en GCG (GmbH) trabajaba como jefe de proyectos otro español, Adalberto Pelotillez (de segundo apellido Trepadórez) el cual, basándose en la nacionalidad común y utilizando arteramente un par de chistes de José Mota, se las apañó para agregar a Lupercio como amigo en la conocida red social de Marquitos Montaña de Azúcar.

Pronto, descubrió Lupercio que Adalberto era una peste bíblica comparable a cualquiera de las del Antiguo Testamento.

Way to wonderland

El problema principal era que, entre la vida privada de Pelotillez y su vida “pública” (o sea, laboral, para los efectos) no había una separación auténtica, de modo que Pelotillez no hacía más que atorrar a sus amistades virtuales con fotos en las que aparecía ufano rodeado de clientes que llevaban en la mano sendas chistorras, posteaba todo tipo de eslóganes –algunos, para más inri, copias de las chorradas que escribe Paulo Coelho- y se hacía lenguas de lo guay que era trabajar en Guten Chistorren Güenen. Por supuesto, a cualquier hora del día o de la noche, utilizaba el chat privado para preguntarle a Lupercio cosas de trabajo.

Nuestro hombre no se atrevía a dejar de seguir a semejante cataplasma de hombre, porque Pelotillez se las apañaba (con plena connivencia de sus jefes) para que, cada vez más, asuntos laborales fueran decididos Caralibro mediante y en horario fuera de la jornada regida por contratos y convenios colectivos.

Currelantez, desesperado, se confesaba con su novia Walburga, pero esta le decía que estaba paranoico y que, en todas las empresas, una cierta “eigen Initiavive” era de buen tono. Quizá Pelotillez –decía ella- estaba exagerando un poquito la nota con el tono eufórico (y más pesado que una vaca sagrada del Ganges en brazos) pero con no hacerle caso ya valía.

Ella, austriaca hasta las últimas consecuencias, trataba de explicarle a su novio que, en el mundo laboral austriaco, desde antiguo, se aprecia mucho lo personal. O sea, lo de entregar el currículum en mano, lo de ir a preguntar si hay trabajo a las empresas, lo de dar la cara para huir de la imagen burocrática que ningún jefe quisiera para sus empleados. Lupercio Currelantez no estaba muy convencido pero, al mismo tiempo, le daba pavor que sus jefes, si no contestaba los mensajes de Pelotillez fuera de sus horarios de trabajo, pensaran que era un vago o, peor, que no estaba identificado con el objetivo de que Guten Chistorren Güenen fuera líder mundial en la fabricación de sabrosos embutidos.

El problema, sigue sin resolverse, por cierto.

(NOTA DEL AUTOR: Por supuesto, Lupercio Currelantez y Adalberto Pelotillez son seres ficticios salidos de la imaginación del autor; cualquier parecido con la realidad de personas exitentes es pura coincidencia; lo que sí existe es la problemática expuesta, claro).

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Una respuesta a «Amigos, compañeros, amantes (y Féisbul)»

  1. […] 26 de Junio.- Habíamos dejado a nuestro amigo Lupercio Currelantez trabajando en Guten Chistorren GmbH, una mult… […]

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