Bien está lo que bien acaba

Tejado
El tejado que Mathilde aprovechó para explorar el mundo

Al más puro estilo del “Joite” (gran periódico) y siguiendo las peticiones multitudinarias de los lectores contamos el feliz final de la historia de ayer.

25 de Junio.- En general, los buenos sentimientos suelen producir mala literatura pero, qué quieren mis lectores que les diga, ahora que la paz ha vuelto a mi hogar, no cambiaría esta situación por nada del mundo.

Retrocedamos: Viena: nueve de la noche de ayer. El bloguero, sin dejar de darle vueltas a la cabeza, plancha.Se ha puesto a hacerlo precisamente para dejar de darle vueltas a la cabeza, pero la verdad es que no funciona demasiado bien. Por si sirviera de ayuda, se ha puesto también un documental de la BBC sobre la conquista del espacio pero, de vez en cuando, inevitablemente, se le escapa la mirada al balcón (y se oye un suspiro). No, no es la plancha: es el bloguero.

Piensa el bloguero en qué más hacer para encontrar a su gata perdida ¿Y si no vuelve? Porque dentro de que la mayoría de los mensajes son de esperanza, alguno también ha habido que no invita a hacerse muchas ilusiones (ays). Mira el bloguero a los cuatro gatos (esta vez en sentido literal) que, pasados los primeros momentos de pánico al no encontrar con los ávidos hociquillos las tetas maternas, están dormidos como troncos. Ha sido un día de mucho trajín de biberones en esta casa en donde no habían entrado hasta ahora.

Justo cuando, en el documental, Werner von Braun les está contando a los americanos que él hace unos cohetes muy hermosos, llaman a la puerta. Es el vecino del bloguero, que le pide por favor que le preste la máquina de taladrar (un hecho, aunque parezca mentira, transcendental para el desenlace de esta historia). El bloguero desenchufa la plancha y baja al keller, en donde tiene dicho aparato taladrador y se lo entrega al vecino, como suele decirse, en un sencillo y emotivo acto.

Resulta que la mujer del vecino (un encanto de muchacha, lo mismo que él) está esperando un vecinito y claro, teme el padre los calores que van a hacer en el presumiblemente tórrido verano vienés (si es que llega algún día) y va a montar una persiana en la terraza, contigua, por cierto, a la terraza del bloguero.

Vuelve el bloguero a su quehacer de dejar las camisas lo más libres de arrugas posibles cuando vuelve a sonar el timbre. Es la vecina:

-¡Que G. está escuchando un gato! –hay que aclarar que la pobre chica estaba preocupadísima por la suerte de los cuatro pequeñuelos de Mathilde.

Vuelve a desenchufar la plancha el bloguero y se lanza en tromba al balcón de los vecinos: llama a Mathilde, Mathilde responde. No hay duda, es ella. En la penumbra del fresco atardecer se la ve recortada contra una de las chimeneas del bloque de al lado. Está claro que Mathilde ha salido a explorar y luego le ha dado miedo volver.

El rescate se consuma en poco tiempo. Mathilde parece que está bien, entra en la casa como un ciclón, buscando principalmente a sus niños que, entretanto, han empezado a corretear por las alfombras. La vecina llora emocionada, el vecino se abraza a la vecina, al bloguero le empieza a doler extrañamente todo el cuerpo (del puro alivio se le bajan los nervios). En cuanto puede, manda a la porra la plancha, pregona la noticia por Facebook y Whatsapp y luego, contento, se coge un libro y se va a la cama. Stanislaus, el padre de las criaturas, ronroneando, se duerme a sus pies.


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