Parece que los griegos no son los únicos que quieren salir por piernas de la Casa Común. Un par de centenas de miles de austriacos auch.
1 de Julio.- Cualquiera que haya tenido el gusto de relacionarse con el sano pueblo que habita estas tierras estará en condiciones de saber que, junto a un lado poderosamente sensual –en el sentido más amplio del término-, bulle una tendencia muy anarca que así, de primeras, resulta muy sorprendente.
Una de las dianas de este lado anarca de una minoría bastante ruidosa de los austriacos es la Unión Europea.
De nada sirve indicarles, aunque sea amablemente que, en las condiciones actuales, en Austria, sin la Unión Europea, se viviría bastante peor. Intentar volver a lo de antes sería como intentar devolver la sombra al reloj de sol. O sea, un engorro. Por lo pronto, Austria estaría estrangulada económicamente si decidiese salir de la Unión Europea. Su principal mercado de exportación es la vecina Alemania y, si hubiese aranceles de nuevo entre las fronteras, a nuestros vecinos teutones les saldría más barato comprar los productos en otros sitios y Austria se tendría que comer su leche, sus huevos y sus productos industriales con las proverbiales Kartofeln.
Todo no ha sido óbice ni circunstancia atenuante para que un grupo de habitantes de los mundos de Yupi haya decidido convocar una iniciativa legislativa popular para que en el Parlamento se hable, por lo menos se hable, de convocar a su vez un referendum para preguntarle a la ciudadanía si cree conveniente que Austria salga de la Unión Europea.
La iniciativa, convocada por una señora llamada Inge Rauscher, ha logrado un apoyo bastante respetable para lo que suele suceder con estas cosas. Concretamente, 261.159 personas han firmado para que la iniciativa llegue al augusto edificio de la Ringstrasse (con 100.000 hubiera bastado para que los parlamentarios se pusieran a charlar del tema).
La señora Rauscher refunfuña de todas las cosas que a los austriacos les parecen mal del proyecto de la Casa Común Europea. Esto es: que en la Unión, a pesar de la prohibición que reina en el Estado austriaco, haya energía nuclear; que Austria, en virtud de los tratados que tiene firmados, tenga que ser solidaria con los demás estados miembros, que el Euro sea un proyecto que exija el compromiso de las personas que lo utilizan lo mismo para pagar sus compras que para irse de vacaciones y, en fin, que la Unión Europea decida sobre cosas tan útiles como determinados estándares en la seguridad de productos que ella ve, por ejemplo (curiosas perspectivas de la opinión humana) como imposiciones del exterior hacia un pequeño país que antes lo hacía todo bien.
Personalmente, yo he tenido varios encuentros con estas personas (aunque nunca he hablado con ellas, aclaro). He visto sus estands recogiendo firmas y hoy, en Mariahilferstrasse, he escuchado el pregón machacón de un caballero que decía en bucle que Austria tenía la mayor tasa de paro desde 1945 y que ese paro se debía a la Unión Europea y a la llegada de inmigrantes de los países pobres (España entre ellos, lo que hay que aguantar, señora).
Como digo, la iniciativa se discutirá (los parlamentarios están obligados a ello por ley) pero es poco probable que tenga algún tipo de consecuencia. Ha sido, eso sí, más exitosa que la última. En el año 2000 se pidió la firma a los austriacos para algo parecido y la dieron solamente 193.901 personas. De momento, parece que Austria se queda en la Unión.
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