Stefan Zweig: el suicida metódico (y 3)

Terminamos hoy la historia de Stefan Zweig para quien el orden en las cosas de su vida fue importante hasta el final.

22 de Septiembre.- Habíamos dejado a Stefan Zweig a las puertas de la segunda guerra mundial, recién casado con su secretaria y manteniendo una amistad con su ex esposa.

Cuando empezó la contienda general, en Septiembre de 1939, Stefan Zweig adquirió la nacionalidad británica y se mudó con su mujer de Londres a Bath, en donde compró una casa. Allí, empezó su biografía de Honoré de Balzac. En ese mismo año, falleció su amigo, Sigmund Freud, a consecuencia de los horrorosos sufrimientos que le provocó un cancer en la boca (tan horrorosos, que el mismo Freud le pidió a un hombre de confianza que le ayudase a morir mediante una sobredosis de narcóticos, pero esto es otra historia que quizá contemos en otro momento). Stefan Zweig, como más insigne paisano del muerto, pronunció un discurso que se publicó más tarde, con el título de „Palabras junto al ataud de Sigmund Freud“. Quizá por ver cómo iban desapareciendo los últimos vestigios de un pasado que añoraba tanto o por miedo a que los británicos no distinguieran entre alemanes y austriacos y terminasen internándolo (al fin y al cabo, ambas nacionalidades arrastran las erres al hablar en inglés), Stefan Zweig dejó Gran Bretaña apresuradamente y tocó continente americano en Nueva York. A partir de ahí, en un peregrinaje sin descanso, recorrió América del Sur y terminó asentándose en Brasil, un país que le había dispensado en el pasado un recibimiento triunfal y por el que sentía una gran atracción.

Brasil tampoco era una bicoca para un escritor europeo y, además, judío. En aquel momento, regía los destinos del país el dictador Getúlio Vargas, notorio antisemita. A pesar de lo cual y quizá porque su fama le precedía, Stefan Zweig no tuvo ningún problema para conseguir un visado que le permitía residir permanentemente en el país.

Sus dos últimas obras publicadas en vida lo fueron en 1941: una monografía sobre Brasil (titulada precisamente así: Brasil) y la Novela del Ajedrez. En 1942 y de manera póstuma, apareció su aclamadísima obra, El Mundo de Ayer, obligatoria para conocer cómo era la Viena de antes de la primera guerra mundial.

En 1941, los nazis, que controlaban la Universidad de Viena, le quitaron el doctorado que poseía (doctorado que no recuperó, más vale spät als nie, hasta 2013). Quizá fue este el golpe de gracia a una vida que, como la de Michael Jackson al final, se había convertido en un peregrinar sin objeto (salvando las distancias entre Michael Jackson y Stefan Zweig, claro está).

A pesar de que, al contrario de lo que sucedía con otros compañeros de exilio, que habían tenido que salir de Europa por piernas y, como aquel que dice, con una mano detrás y otra delante, Stefan Zweig tenía la existencia asegurada lo cual no quitó para que, harto de peregrinar de un lado para otro y muerto de miedo a que los nazis ganaran la guerra, haciendo desaparecer para siempre el que había sido su mundo „Europa, su patria espiritual, como él la llamó“, Stefan Zweig decidió quitarse la vida.

Lo hizo, junto con su mujer, que le acompañó en el último trance, ingiriendo una sobredosis de Veronal, un potente barbitúrico.

La decisión la tomaron el 16 de Febrero de 1942, día en que las portadas de los periódicos estaban copadas por la rendición de Singapur ante Japón. Zweig y su esposa volvieron a su casa y dedicaron los cinco días siguientes a preparar metódicamente el viaje al otro mundo.

Stefan Zweig escribió numerosas cartas a sus amigos (su mujer, haciendo de secretaria hasta el final, fue la que pegó los sellos), prepararon juntos las instrucciones con lo que debía hacerse con sus cuerpos y con sus pertenencias, apartaron dinero para pagar a los empleados domésticos, clasificaron los papeles y destruyeron lo que sintieron que debía destruirse, las obras inconclusas fueron metidas en sobres y, dato curioso, Stefan Zweig le sacó punta a todos los lápices que había en su escritorio y que ya no iba a usar nunca más.

Stefan Zweig, vástago de una familia de comerciantes amantes del orden hasta el final, hizo un viaje rápido a Rio de Janeiro para dejar su testamento en casa de su abogado. El día 22, el escritor y su mujer repasaron lo hecho y se dieron cuenta de que todo estaba listo. Cenaron, jugaron una partida de ajedrez y se fueron a morirse a su dormitorio. A las cuatro de la tarde del día siguiente, el servicio encontró los dos cadáveres, serenos, el uno junto al otro.

A pesar de que la causa de la muerte era evidente, algunas cartas de simpatizantes nazis residentes en Brasil, hicieron durante un momento inclinarse la investigación hacia el suicidio. Sin embargo, pronto se abandonó esta teoría.

Getulio Vargas, el dictador, ordenó funerales de Estado para Stefan Zweig. Fueron multitudinarios.


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