Egon Schiele, el Pepe Gáfez de la Viena de entresiglos (1)

TullnEmpezamos con el Titanic y tirando del hilo, tirando del hilo, llegamos a Hitler ¿Quién hubiera creido que sus vidas tuvieron un nexo? Pues lo tuvieron.

5 de Octubre.- Hay imagenes que leemos en los libros y que nos quedan en el fondo de alma, sugestionándonos por quién sabe qué motivos.

Cuando yo tenía diez o doce años, cogí prestado en la biblioteca de mi pueblo un lujoso volumen (los he tenido más lujosos después, pero a mí me parecía aquel un libro de una gran calidad). Era un tomazo sobre el Titanic, sobre su hundimiento y su posterior descubrimiento por el oceanógrafo Ballard.

La segunda parte del libro se dedicaba principalmente a mostrar fotos, mejor o peor compuestas, de la montaña de chatarra en la que se ha convertido el que quizá sea el pecio más famoso de todos los tiempos. Pero a mí me gustaba leer y releer, una y otra vez, la historia del hundimiento.

Había dos personajes, uno de ellos creo que fue el ingeniero que diseñó el buque, los cuales, al ver inevitable el momento de su propia muerte, se sentaban a cogerse la que estaba destinada a ser la última borrachera de sus vidas.

Me gustaba (me gusta aún) imaginarme a aquellos dos señores, impertérritos, bebiéndose sendas botellas de un güiski hurtado al océano, sintiendo cómo el sueño del alcohol era la frontera del sueño definitivo.

Es una imagen que enseña mucho sobre la naturaleza humana, y también, aunque parezca mentira, sobre Viena.

Hoy, un amigo me ha pasado por Facebook un link a un ensayo interesantísimo que se ha publicado en la revisa mexicana Nexos, sobre la Viena de entresiglos y era inevitable, al leerlo, pensar en aquellos dos caballeros (los vieneses, se enterarían de la catástrofe del barco como el resto de los europeos, en aquellos días de abril de 1912 cuando su vida de esplendor y aparente calma, aunque muchos no lo supieran, estaba ya herida de muerte).

Durante aquella época en la que la mierda y el oro no conocían fronteras y parecían incluso mezclarse a veces de manera inextricable, el arte, la persecución de la belleza convertida en meta de la vida de una manera que ahora puede antojársenos descabellada, era una competición entre cruel y loca, que emborrachaba a la gente lo mismo que el güiski a los dos pasajeros del Titanic.

Y uno de los que más aventajados competidores en aquella carrera insensata por ser parte del último resplandor de un mundo que se moría fue nuestro protagonista de hoy (y de varios artículos que se irán publicando): el pintor austriaco Egon Schiele, un genio perseguido por la muerte y un hombre, digámoslo ya, pertinazmente gafe.

Wiedner hauptstrasse

El hijo más ilustre de Tulln

Egon Schiele nació en la hermosa ciudad de Tulln, en donde sucede uno de los episodios de la saga de los Nibelungos (Krimhilde se encuentra con Etzl). Schiele padre tenía, sin embargo, un oficio mucho más prosaico: era el director de la estación de ferrocarril.

Cuando Egon nació, el matrimonio Schiele tenía ya dos hijas (Elvira, que murió a los diez años, y Melanie). La menor, Gertrude, nacida después de Schiele, se casó con un amigo del pintor, asimismo artista, Anton Peschka. Pero eso es otra historia.

La muerte de Elvira no fue el único cimiento del cenizo general que reinó en la vida de Egon Schiele.

En 1905, el probo jefe de estación (que no debía de serlo tanto) murió de sífilis. El padrino de Egon, Leipold Czihacek, que terminó sobreviviéndole, se convirtió en su tutor y tuvo una influencia definitiva sobre su vida artística.

Egon fue a la escuela en Tulln y luego fue al instituto en Krems y en Klosterneuburg. Fue allí en donde su profesor de dibujo, Ludwig Karl Strauch se dio cuenta de que el muchacho tenía facultades fuera de lo común entre sus condiscípulos y el que le animó y le respaldó en su candidatura a la Escuela de Bellas Artes de Viena. Lo intentó, por cierto, en 1906, un año antes que otro famoso aspirante, Adolf Hitler.

A Hitler, como todos sabemos, le rechazaron y Egon Schiele se convirtió en uno de los alumnos aventajados de la institución. Durante los dos primeros años en la Academia, curiosamente, Egon Schiele se hizo muy amigo del profesor que rechazó la candidatura del de Braunau, Christian Griepenkel, el cual era famoso por ser un profesor muy competente en lo técnico y un auténtico muermo en el aspecto artístico.

Quizá fue por esto por lo que Egon Schiele se terminó aburriendo de la Academia y, en aquella Viena efervescente, empezó a buscar otros caminos.

El verano de 1909, tierno verano de lujurias y azoteas vienesas, fue fundamental en esta búsqueda. En el siguiente capítulo de esta serie, si mis lectores tienen paciencia, verán por qué.


Publicado

en

por

Etiquetas:

Comentarios

2 respuestas a «Egon Schiele, el Pepe Gáfez de la Viena de entresiglos (1)»

  1. […] de una manera extraña y querer hacer ver a los demás la realidad como uno la ve? (pasaba con Egón Schiele, que era un hombre que, a la vista está, leía la realidad de una manera diferente?) ¿En dónde […]

  2. […] que los cuadros más famosos del artista vienés me dejan un tanto frío y que, si me dan a elegir, me quedo con Schiele, quizá porque me da la sensación de que Klimt tenía una propensión (comercial, desde muy […]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.