Facebook, monte del gozo cibernético

Mirando el móvilLas redes sociales permiten a los emigrantes comunicarse más y mejor con sus seres queridos que viven lejos, pero el peligro está también presente en el muro.

27 de Enero.- Querida Ainara (*) : desde que el mundo es mundo y desde la relativamente pequeña fracción de su historia en que el ser humano vive en él, ha habido migraciones. La gente nacía en un sitio y, por lo que fuese (guerras, hambrunas, amoríos, simple curiosidad) la gente liaba el petate y se echaba al camino para establecerse en otras partes. Antiguamente (o sea, hace veinte años más o menos, pero es ya la antigüedad) la gente buscaba maneras de comunicarse con sus parientes de muchas maneras. Los Habsburgo, por ejemplo, tenían un instagram que se llamaba Diego Velázquez. Utilizaban esta aplicación para mandarse fotos los unos a los otros. Cuando la aplicación Diego Velázquez dejó de actualizarse -!Ay, el inevitable hecho biológico!- apareció la aplicación Sánchez Coello, que no era tan buena, pero que hacía el apaño. Luego, andando la historia, vinieron los telegramas -siempre hubo cartas- y un poquito más tarde, a principios del siglo pasado, el teléfono. Yo todavía he conocido los tiempos en que llamar por teléfono dentro del propio país costaba un ojo de la cara. Veías el prefijo de otra provincia y ya te cortabas de llamar, o decías lo que fuera muy deprisa, como con cargo de conciencia. Por fin, claro, vino internet.

Y con internet, las redes sociales, bueno LA red social, y ya sabrás tú a la que me refiero.

Yo tengo muy pocos amigos en Facebook y los amigos que tengo, salvo un par de casos, son personas a las que conozco personalmente. Y a los que no, pues es que llevo tantos años leyéndoles en otros medios (decíamos ayer) que es como si les conociera en carne mortal.

Sucede que, claro, a lo largo de la vida de uno, pues uno tiene ocasión de conocer y de „amigarse“ con muchísimas personas de muy variados intereses. Incluso, uno tiene ocasión de „amigarse“ en Facebook con personas con las que en realidad no tiene mucho en común, pero a las que, por h o por b, no les puede negar la solicitud de amistad (esto, lo del protocolo cibernético, daría para muchas cartas).

Además, dentro de la familia de uno (la misma por cuya ausencia, supuestamente, el emigrante se muere de nostalgia) hay personas con las que uno tiene en común los genes, pero de las que está separado por fosos ideológicos de gran profundidad. Sucede que son precisamente esas personas, con las que uno no está de acuerdo, las que más suelen prodigarse en Facebook y suele ser para decir tonterías o para ponerle a uno del hígado. O, más bien, podría decirse que, lo mismo que en la mente de un ultraderechista, las cosas malas de los extranjeros tienen cien veces más impacto que las cosas buenísimas, cuando vemos el muro del Facebook, a través del cual sabemos de los familiares y amigos, los comentarios sensatos nos parecen indignantemente más escasos que los comentarios de esos que, cuanto más conoces a la persona, más quieres a tu perro.

Facebook, empresa privada al fin y al cabo y, por lo tanto, empresa preocupada por tener un grupo lo más numeroso posible de clientes felices y satisfechos, al notar esto, instaló la posibilidad de dejar de seguir los comentarios de determinadas personas. Una especie de „cállate, pedazo de plasta“ cibernético, que permite reducir los latazos al mínimo.

Vengo observando que hay muchas personas, demasiadas, que utilizan este recurso (hasta para callarmea mí, que ya es mala idea) y la verdad es que me preocupa. Mi preocupación no es nada original, por cierto.

El otro día leí un artículo en el que se decía que Facebook está contribuyendo mucho a radicalizar la sociedad y es precisamente mediante este botón de „dejar de seguir“ porque la gente se hace cada vez menos paciente a la hora de escuchar las opiniones ajenas y, a la larga, los más perezosos (que también suelen ser los más tontucios) terminan recibiendo comentarios de aquellas personas que comparten su manera de pensar y terminan perdiendo el hábito de ponerse en la piel el otro o, simplemente, terminan perdiendo el hábito de escucharle hasta el final sus argumentos o sus opiniones sobre la vida, aunque solo sea para tomar nota de que existen y de que están ahí, aunque a uno le den mucho por estribor. Yo tengo, como todo hijo de Nachbar, mi ramillete de pelmazos en Facebook los cuales, de vez en cuando, publican cosas (noticias falsas, demagógicas, extremistas, etc) que odio sinceramente y con las que yo procuro no atorrar (por lo menos conscientemente) a mis amistades. Sin embargo, no les desactivo, ni los desactivaría nunca, porque también son, de alguna forma, una ventana que me une a mundos de los que, de otra forma, a mí me costaría muchísimo sospechar la existencia. Creo que es necesario mantener las ventanas del espíritu abiertas y codearse con gente de todas las ideologías y de todas las maneras de pensar, dejarse tentar por otras opiniones; dejarse, incluso, cabrear por ellas. Intentar entenderlas.

Es la manera de ser, más y mejor, un ser humano completo.

Besos de tu tío.

(*) Ainara es la sobrina del autor


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