Jroña que jroña

banderaEl Gobierno griego y el Gobierno austriaco están viviendo unas jornadas de alta tensión. Analizamos los porqués y los cómos, y la mar de fondo.

25 de Febrero.- Pedro Almodóvar es famoso (o era) por darle los papeles más inverosímiles a actores que, por su físico, nunca hubieran podido hacerlos en películas más convencionales (su madre, doña Paquita, es un ejemplo haciendo de locutora de telediario pero Almodóvar ha tenido siempre debilidad por los físicos no convencionales).

Mis lectores me perdonarán, pero la verdad es que, al ver la foto de la embajadora griega en Viena, Sra. Chryssoula Alifieri, Peeeeeeedro ha sido lo primero que se me ha venido a la cabeza: „Vaya poca pinta de embajadora, o embajatriz, que tiene esta señora“.

En la imagen que publica el Standard, periódico que se edita en esta capital, la señora Alifieri tiene más pinta, qué sé yo, de ser la directora de un colegio, o la jueza encargada de entender sobre un delito frívolo, pero con mucho revuelo mediático (qué sé yo, una querella por un desnudo robado de Interviú o una cosa así).

¿Y por qué, se preguntarán mis lectores, publica el Standard una foto de la señora embajatriz del Gobierno griego? Pues porque, en estos momentos la señora Alifieri ha abandonado Viena, llamada a consultas por su Gobierno, el cual ha adoptado este gesto para protestar por lo que considera una actitud, lindante con el rostro de cemento Portland, del Gobierno austriaco. Al ejecutivo vienés, por su lado, y por lo menos en público, lo que pueda pensar el Gobierno de Atenas le importa lo mismo que a nosotros el motivo del enfado de la vieja del yogur griego.

Que digan „jroña que jroña“, habrán pensado en el Hofburg, que a nosotros nos chupa un pie.

Recordarán mis lectores, y si no se lo digo yo, que el Gobierno austriaco, hace días y como aviso a navegantes (particularmente a los menesterosos navegantes que se ponen en camino desde Oriente Medio hacia Centroeuropa) dijo que, a partir de ya, iba a permitir solo un límite de paso de personas a Austria por día y no más, en cualquier caso, de 80 solicitudes al día de asilo. Naturalmente, semejante decisión no tiene mayor sentido si el número de personas que dejan pasar los Estados fronteros al austriaco no tiene en cuenta este número, llamado la „Obergrenze“, con lo cual ayer se celebró una conferencia en Viena sobre el tema de los refugiados, en la que se reunieron representantes del Gobierno austriaco con los de varios países balcánicos y en la que, llamativamente, se dejó fuera a Grecia. La misión del Gobierno austriaco era, ayer, reclutar adeptos para su teoría de la „Obergrenze“ entre unos países a los que, le da a uno en la nariz, no hace falta comerles mucho la oreja para que se convenzan.

El Gobierno austriaco, por supuesto, ha utilizado como pareja de baile de la más fea al Gobierno griego.

La teoría del Gobierno austriaco es: „señores griegos, ustedes son la frontera exterior de la Unión, y su misión es no permitir que pasen a Europa personas que no deberían pasar; o sea, que ajo y agua, „haber estudiao“, que se decía cuando yo iba al cole“.

El Gobierno griego dice que no se puede echar sobre sus hombros la responsabilidad de controlar las fronteras exteriores de la Unión, ni mucho menos regular el flujo de refugiados, porque no tiene fondos (los griegos, es sabido, llevan desde 2008 quitándose el hambre a guantazos) porque son unos pobrecitos, porque la riada humana es imparable y porque…básicamente porque vaya marrón.

¿Y los países balcánicos? Pues estos se han acogido a la doctrina austriaca (también porque le tienen alergia a los moritos, como todos sabemos) y han dicho que „afeminado el que ocupe la postrera posición“ o sea: maricón el último.

En el resto de Europa, reina un ambiente de funeral, porque todo el mundo tiene la sensación de que cuando llegue el buen tiempo, podemos tener un desmadre a la europea. Cosa que sería, por supuesto, desastrosa a nivel de política interior de los países porque, por un lado, quizá tendrían los de Centroeuropa -Austria, naturalmente- que tomar medidas a la Orbán. O sea chorros de agua a presión contra viejos, mujeres y niños, alambres de espino, etcétera; lo cual les quitaría la adhesión de la parte -decente- de la población europea que está por la solidaridad. Por otro lado, esas mismas escenas llevarían a que la ultraderecha europea se viniera arriba al grito de „ya lo decíamos nosotros“. Cosa que no le conviene a nadie nada más que a las cabezas de las formaciones de ultraderecha.

Estas cuentas se han hecho en Viena y por eso quizá han preferido ponerse una vez colorados que ciento amarillos.

Para este ponerse colorados no se ha ahorrado, ni se ahorra, presión sobre el fragilísimo Gobierno griego -al perro flaco, todo son pulgas- incluyendo lo de dejar caer que, si el Gobierno griego no cumple con su misión de defender las fronteras exteriores de la Unión, dichas fronteras exteriores (y con ellas, los fondos europeos que sirven para mantenerlas) se podrían desplazar „a otros sitios“ (o sea, más hacia el interior) dejando a Grecia en la posición de convertirse en una especie de gigantesco campamento, o andén dejado de la mano de Bruselas.

Hay gente que, aunque parezca mentira, debe de estar frontándose las manos ante la perspectiva.


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