Viena, 23 de Junio de 1900

Viena 1900En 1900, recién nacido el siglo, se publicaba „La interpretación de los sueños“ en una Viena no muy distinta de la actual.

23 de Junio.- Hace seis meses, en Enero de 1900, se publica en Viena un libro fundamental, un auténtico terremoto intelectual que va a tener consecuencias transcendentales en nuestra manera de entendernos a nosotros mismos como especie y, por supuesto, una definitiva influencia en el arte de este siglo XX que acaba de empezar: me refiero a La Interpretación de los Sueños.

Su autor, ese señor que el lector está viendo ahora mismo, con su terno de verano, paseando por la Ringstrasse (en este momento se ha parado delante del Parlamento, a observar un detalle de la diosa Atenea) ha cumplido en mayo 44 años, es padre de una familia numerosa y se dirige a pie hasta su casa en la que le espera la cena, muy ajeno a la idea de que, algún día, se vaya a convertir en un museo (y muy ajeno, también, naturalmente, a que algún día tendrá que abandonar Viena por ser judío y por ser un intelectual, pecados ambos que no le perdonarán los nazis).

Sigmund Freud y el entonces niño Adolf Hitler no van a tener oportunidad de encontrarse por la calle hasta dentro de seis años, momento en el que el futuro dictador se presentará por primera vez a los exámenes de la escuela de Bellas Artes de Viena.

Hoy, día 23 de Junio de 1900, hace una tarde estupenda. El anciano emperador acaba de partir hacia la Kaiservilla en los bosques de Viena (la misma que los presidentes de la futura República Austriaca, que aún está oculta entre las tinieblas del futuro, utilizarán para sus vacaciones) y Viena luce hermosa.

La calma es solamente aparente y, para un observador atento, ya pueden verse los primeros indicios de las fuerzas desatadas que terminarán con la apacible vida de la capital del Imperio y la desplazarán del centro de la Historia. Viena tiene, en esos momentos, los mismos habitantes que hoy (1,7 millones cienmil arriba o abajo) y, aunque es la cuarta ciudad de Europa (París, Berlín y Londres por delante), se puede decir que, en cuanto a efervescencia cultural no desmerece a ninguna otra capital europea y en algunos aspectos, sobre todo en su pasión por la vanguardia, las supera. Quien quiera estar a la última, debe peregrinar a la ciudad atravesada por el Danubio. Y esto es, principalmente, porque Viena es una ciudad de migrantes que atrae lo mejor del talento de todas partes del imperio y de gran parte del extranjero. Solo un 46% de los habitantes de la ciudad ha nacido en ella y un nueve por ciento de sus habitantes son judíos.

Son ellos, en gran parte, los responsables de que Viena sea ese lugar del mundo en el que hay que estar. Desde antiguo, los judíos procuran que sus hijos aprendan a leer y a escribir (nuestra Santa Teresa, nieta de judíos conversos, es producto, como gran parte de nuestro siglo de oro, de la afición hebrea a las letras, que los cristianos descuidan más). Su religión es una religión mucho más „inquisitiva“ (investigadora) que la cristiana; también tienen el ingenio afilado en el comercio y, ya se sabe, la alta cultura se nutre de los excedentes de los negocios. Se puede decir que el dinero es ese estiercol que hace florecer, a través de los mecenas, las obras de arte.

Naturalmente, en la ciudad en la que vive el doctor Freud no todo es de color de rosa. La inmigración, la diversidad, provoca enormes tensiones que son aprovechadas por los partidos populistas de la época. El que tiene más éxito es, precisamente, el alcalde de Viena, el doctor Karl Lueger,Der schöner Karl“ (Karl el hermoso) cuya bestia negra son los judíos.

Freud´s House

Karl Lueger, que sería reverenciado por Adolf Hitler, es un político hábil de verbo flamígero y sabe que el factor de cohesión fundamental de un grupo es tener un enemigo común. Y si no existe, se crea. Y los judíos son el enemigo ficticio perfecto. Existe ya un fermento antisemita que se puede aprovechar. No se parte, pues, de cero. En el imaginario colectivo, su éxito social y económico los hace envidiables por parte de la mayoría „aria“ y tampoco son tan numerosos como para que, algún día, puedan decidirse a tomarse la justicia por su mano. El doctor Freud, por otra parte, como muchos de los judíos de su época, no se toma demasiado en serio las bravatas de Karl Lueger. Como sucede con los austriacos cultos de hoy, que ven en Strache, en el mejor de los casos, un bocazas ruidoso, vulgar y cervecero, el doctor Freud piensa que el éxito de Lueger es algo pasajero yque solo puede deslumbrar a los incultos que ven en él una versión mejorada de lo que ellos quisieran llegar a ser.

Retrato del joven Karl Lueger

Sin embargo, no todos los judíos son tan ricos como los mecenas de Klimt, o tan cultos como el doctor Freud y sus distinguidos amigos que habitan en confortables y modernos pisos de nueva construcción. También estan los judíos que vienen de lo que es actualmente Polonia y Ucrania, especialmente de Bukovina, que vienen a ser, a la Viena de entonces, lo que son los turcos y sus descendientes a la Viena de hoy en día. Ellos también forman una minoría muy densa, muy metida en sí, muy separada del resto de los vieneses, lumpen, que con sus peculiaridades inquieta a los cristianos. Sobre todo, a los pobres. Con mucho cachondeo los vieneses de entonces los llaman „Bukowiener“.

Pero los judíos no son los únicos a los que Lueger y los populistas de entonces atacan. Entonces, como hoy, la competencia por el chusco diario es dura en las capas más bajas de la sociedad, Lueger lo sabe, y carga contra los imigrantes de Bohemia que, atraidos por las humeantes fábricas han abandonado su tierra, en la que nace el fino cristal que adorna los salones de los vieneses ricos, para trabajar en las industrias a cambio de sueldos de miseria, engolosinados con la engañosa promesa de un ascenso social. La ultraderecha de 1900, como sucede con la ultraderecha de 2016, empapela la ciudad con infundios de todo tipo a propósito de los inmigrantes checos y de sus hijos, a los que lo mismo acusa de vagos y maleantes que de robarle el trabajo a los „nacionales“ a los austriacos de habla alemana. Florece el pangermanismo, el patrioterismo (que Lueger ysus epígonos agitan con tan buenos resultados) y el nacionalismo.

El doctor Freud está llegando a su casa, el sol se oculta tras las torres de la Iglesia Votiva, vuelan los aviones y el aire huele a la for de los tilos. El doctor Freud no lo sabe, pero también está cayendo el sol sobre su Europa. Un lento y fructífero ocaso, pero un ocaso. Quizá como el nuestro. Y con tantas similitudes.


Publicado

en

por

Etiquetas:

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.