Las manifestaciones de turcos pro-Erdogan del otro día, dejando aparte la situación concreta, ponen de manifiesto un problema que nos incumbe también a los españoles.
21 de Julio.- Desde antiguo, los filósofos han descrito al animal humano como un ser político. Y quizá sea eso, más que el pulgar abatible, lo que más nos define como especie. En cuanto se reúnen más de cinco bípedos implumes (y más si esos bípedos implumes son argentinos, italianos o españoles, por este orden) casi automáticamente se forman partidos, grupos, corrientes de opinión, que pueden alcanzar una gran complejidad. Desde la Confederación Católica de Padres de Alumnos, a la Peña Madridista de Colmenar de Oreja, pasando por el Klub Kreativ vienés o las asociaciones de afectados por el Pokemon Go.
O sea que, a poco que se mire, parece evidente que los seres humanos necesitamos imperiosamente si no hacer política, cosa para la que no todo el mundo vale, por lo menos sí opinar de política.
Y, en esto, los emigrados, los trasterrados, los desterrados, los transplantados, tenemos una posición muy interesante en este siglo XXI. Una posición que, por cierto, no deja de ser problemática y de mostrar una de las costuras del sistema en el que vivimos sometidas a mayor tensión. Porque, de un lado, tenemos acceso a las noticias de nuestra patria con la cercanía, la exactitud y la puntualidad que da un mundo hipercableado. O sea, que vivimos en la ilusión (y subrayo lo de la ilusión) de que no existe la distancia física con el lugar en que nacimos. Por otro lado, sin embargo, vivimos en sociedades que no son la nuestra, que también tienen un devenir político diferenciado en el que, además, no se nos deja participar más que como espectadores y que no podemos cambiar a menos que renunciemos a nuestra ciudadanía y nos acojamos a la adoptiva.
Y de todo esto se deduce que los emigrados, transplantados o como se nos quiera llamar nos vemos, a la hora de ejercer algo tan humano que casi se diría que obedece a nuestro ser más íntimo, casi a la esencia de nuestra especie, en una tierra de nadie, en un contrapelo que cada uno sobrelleva como puede.
Y no es cuestión que carezca de importancia, porque quizá, en esto de participar de “lo público” de la “res publica” reside quizá eso tan difuso que se llama la identidad, y la identidad es, sin duda, una característica clave de estos tiempos en los que vivimos y un factor clave en la integración.
Como mis lectores saben, quiero pensar que porque lo leyeron en Viena Directo, este fin de semana hubo, a raíz del golpe de estado, cuartelazo, o lo que fuera en Turquía, manifestaciones de partidarios de Erdogan en Viena. Dos. Turquía se encuentra a varios horas de avión de Viena, y es obvio que las manifestaciones vienesas tuvieron un efecto en la política interior turca tendente a cero. Sin embargo, se produjeron igual.
En el transcurso de estas protestas, aparte de gritos sumamente inquietantes para nuestras sociedades laicas,como consignas religiosas, fervorines patrióticos, vivas y mueras, puede decirse que hubo alteraciones del orden de importancia menor. Los manifestantes, en cualquier caso, se sintieron obligados a salir a la calle y a dar su opinión sobre la realidad de su país.
El ministro de asuntos exteriores austriaco, Sr. Kurz, ha sido hoy muy contundente a la hora de valorar esto y ha dicho, poco más o menos que, aquel que viviendo en Austria, quiera participar en la política interior turca, lo tiene fácil: no tiene más que coger un avión en Schwechat y volverse a Ankara.
Yo tengo que reconocer que la política española, como ya he dicho muchas veces, me la refanfinfla (por decirlo de una manera suave). De hecho, tengo la fuerte sospecha de que no tiene arreglo y de que, más pronto que tarde, va a terminar todo fatal.
También soy de la firme opinión de que, desde un punto de vista práctico, lo que hagan los políticos austriacos me afecta mil veces más que lo que pueda hacer, por ejemplo, Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid. Sin embargo, cuando yo expresé esta opinión en este mismo espacio, forma de pensar que me parece que es de cajón, algunos compatriotas me dijeron que yo era una especie de descastado, porque, como los turcos que se manifestaron el otro día, ellos piensan en sus familias residentes en España y en el lazo que les une a una Madre Patria a la que, algún día, por lo visto, piensan volver (o, por lo menos, viven también en la ilusión de que será así, porque nadie puede volver al país del que nació y Ulises se encuentra siempre que Penélope ha tenido en su casa demasiado tiempo a unos señores extraños).
Desde mi punto de vista, el asunto este de Turquía, fuera de que Erdogan sea lo que sea (que es todo lo que mis lectores están pensando y un poco más) y fuera de que las manifestaciones a su favor sean tan espontáneas como las que describía Orwell en 1984, no es más que poner de manifiesto una realidad de la que los que vivimos fuera de nuestros países (que somos legión, y seremos aún más, en un mundo en el que las fronteras tienden a desaparecer) y que es un problema al que se enfrenta una cultura cada vez más global: y es: por un lado, tenemos la sensación de estar próximos al país en que nacimos (y no es verdad, porque desde el minuto en que el emigrante pone pie en el aeropuerto, empieza a dejar de conocer el país en que nació) y por el otro lado se nos prohíbe participar en las sociedades de acogida, se nos excluye por lo tanto de ellas en un aspecto importantísimo (la inmensa mayoría de los turcos que se manifestaron el otro día NO PUEDEN elegir ni siquiera al alcalde de la ciudad en la que viven) y, al mismo tiempo, se nos pide (en el caso austriaco, muchas veces se nos exige) que nos integremos (lo cual, a efectos de muchos inmigrantes y bajo el mundo de vista de muchos austriacos, implica que perdamos todas nuestras señas de identidad que nos delatan como extranjeros). Bajo mi punto de vista, hay un contrasentido evidente ¿Qué pensarán mis lectores?
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