Mal de muchos

la-ultima-cenaComo suele suceder ante las grandes catástrofes globales, en la victoria de Trump también han florecido los expertos en elecciones. Observémosles.

10 de Noviembre.- Resulta bastante entretenida la observación de las diferentes reacciones en torno a la victoria de Ronald McDonald Trump (por fin, como dicen en el Perú, hemos conocido al dueño del circo).

Ya que la victoria ha sido incontestable, a pesar de que la buena de Hilaria haya conseguido, en números absolutos, más votos –merde, avec le systeme americain– la reacción de los opinadores de todos los medios europeos (los austriacos también) no ha tenido más cáscaras que producirse en dos tiempos:

Tiempo número uno: rasgado de vestiduras, mirada al cielo y pregunta con voz lastimera ¿Cómo ha sido posible que se nos hayan comido la merienda de este modo?

Tiempo número dos: minimización de la catástrofe, a base de hacer malabarismos con los números. También un poco para aliviarse del escozor que produce haber comprado los datos de las encuestas como si fueran resultados definitivos y haberse dado cuenta del timo demasiado tarde.

Que si Ronald McDonald no ha ganado más que en los pueblos de cabras, que si no le han votado más que las piltrafillas sin estudios, las beatas y las viejas, que si de los que han votado a Ronald McDonald solo hay un dieciocho por ciento que sea igual de bestiajo que el mencionado caballero y que el resto ha debido de sufrir alguna especie de enajenación mental transitoria (reversible, por lo tanto), que si de ese dieciocho por ciento solo un tres coma siete por ciento sabe lo que es un libro y piensan que es un artilugio destinado a almacenar papel higiénico…Quién da más.

Ninguno de estos repartidores de premios de consolación, sin embargo, se detienen a examinar lo que a mí, y a cualquiera que tenga dos ojos en la cara, le parece que es el problema de verdad y es the following: señores: sí: vale que todo eso es verdad. Pero los del orgullo cazurro están ahí, y no se van a ir. Y algo habrá que hacer con ellos. Y algo constructivo. O sea, que hay que traerles de vuelta al futuro desde el siglo XV, antes de que sea demasiado tarde y alguien decida por nosotros que el pardo is the new black.

En Austria las reacciones en los compañeros de profesión del nuevo inquilino de la Casa Blanca han estado divididas.

Naturalmente, la ultraderecha ha corrido “a sus redes sociales” a felicitar calurosamente al ganador de las elecciones americanas. Lo consideran un presagio de las futuras victorias que ellos piensan obtener (“Expect us”, que dicen los de Anonymous o, como decía mi madre cuando éramos niños, “cuando me quite la zapatilla va a venir Paco con la rebaja”).

Sebastian Kurz

La gente con más de un dedo de frente (o sea, los que se hacen cargo de que el nuevo presidente de los Estados Unidos es un trilero con el que nadie en su sano juicio saldría ni a la puerta de la calle) se han mantenido llamativamente prudentes en sus manifestaciones públicas. El canciller, Sr. Kern, se ha congratulado de que se haya celebrado de nuevo “la fiesta de la democracia”, como suele decirse pero, como Sebastian Kurz, ministro de exteriores de EPR y, al fin, al que le tocará lidiar con las salidas de pata de banco de la administración Trump, ha pedido mantener la cabeza fría en estos días inciertos y esperar y ver por dónde sale el nuevo presidente, del cual todo (lo malo) puede esperarse.

Entre la progresía austriaca ha cundido el desánimo, porque todo el mundo piensa que no hay dos sin tres y que después del Brexit y del gatillazo de Hilaria (la pobre) los turrones nos van a saber amargos tras la victoria del candidato tróspido. Man kocht Bohnen überal, que suele decirse y mal de muchos consuelo de todos.


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