Las víctimas, en el Parlamento

parlamentoAyer, en el salón de plenos del parlamento, ocurrieron cosas que no suelen ocurrir ¿Por qué? Abrimos el foco para tratar de averiguarlo.

18 de Noviembre.- Ayer, en el salón de plenos del Parlamento Austriaco, se sucedieron algunas escenas de gran tensión y, en todo caso, infrecuentes en un lugar dedicado a una esgrima dialéctica que suele desarrollarse bajo condiciones muchísimo más contenidas.

Antes de explicar por qué se produjeron, quizá convendría reflexionar un poco sobre nuestro concepto de la Historia.

Con vistas a hacer más fácil nuestra percepción de los hechos, generalmente se suelen nombrar fechas convencionales para marcar los inicios y los finales de las etapas históricas. Por ejemplo, es indudable que la elección del Presidente Trump será utilizada, en el futuro, para marcar un punto de inflexión en la geopolítica mundial (probablemente, un giro brutal hacia la derecha, que es probable también que tenga consecuencias igual de nefastas que el que supuso el reinado siniestro –no se sabe si más siniestro por su inepcia o por su insondable estupidez– de Bush el joven). Asimismo, en España, se suele utilizar la aprobación de la Constitución para marcar el paso de la dictadura a la democracia; y en Austria, la derrota de la Alemania nacionalsocialista o, mejor, el fin de la ocupación por las cuatro potencias en 1955.

Naturalmente, en el mundo real las cosas no son tan sencillas.

Antes de Trump, las nubes ya se veían en el horizonte y hubo signos anunciadores de la victoria del grosero populismo del nuevo presidente norteamericano. En España, al día siguiente de aprobarse la Constitución y aún durante muchos años después, persistió lo que se llamó el “franquismo sociológico” o sea, personas que, a pesar de los nuevos tiempos, aún se identificaban con el sistema de valores que la dictadura se había encargado de grabar a fuego en la mente de los españoles durante cuarenta años, el cual era una amalgama entre lo que sostenía el catolicismo más reaccionario y preconciliar y el propio ideario nazi que los jerarcas franquistas importaron de Alemania (ver, por ejemplo, la Ley de Peligrosidad Social, reformada en los cincuenta, que llevó a tanta pobre gente a campos de concentración, como el situado en la parte más inhóspita de las Canarias, en donde penaron miles de homosexuales cuyo único delito era serlo, y que persistió hasta bien entrados los años sesenta del siglo pasado).

Durante mucho tiempo después de que se acabara legalmente el nacionalsocialismo, en Austria estuvieron en activo personas que, estoy seguro, no se consideraban a sí mismas personas malvadas; solamente pensaban, como muchos que seguían (y siguen, desgraciadamente) defendiendo las supuestas bondades del franquismo y su panoplia de agusanados esquemas morales, que era el resto del mundo el que se había vuelto loco.

Como sucedió en España (esas monjitas que les quitaban los niños a las madres descarriadas –y pobres- para depositarlos en familias que los compraban) muchas de esas personas de moral torcida resistieron en rincones de la administración que les garantizaban una apariencia de respetabilidad o, simplemente, manteniendo un perfil bajo que no llamaba la atención. Llamativamente abundantes fueron los casos de lo que podríamos llamar “criptonazis” camuflados en instituciones eclesiásticas y estatales destinadas a la supuesta “reforma” de menores o en colegios (ya contamos un caso aquí).

Ayer, en el salón de plenos del Parlamento austriaco, sede de la soberanía nacional, se trató de hacer un acto de público desagravio por los miles de casos de malos tratos (violencias de todo tipo, ejercidas sobre menores que no podían quejarse o cuyas quejas no eran atendidas) en instituciones estatales y religiosas austriacas, entre los años 1945 y 1990. Fue una sesión tensa porque, aunque las víctimas estaban presentes, no tuvieron oportunidad de contar ellos mismos, con su propia voz, las atrocidades de las que habían sido objeto. En su lugar, sus testimonios fueron leídos por actores. Se trató de seguir la opinión de los expertos, los cuales habían aconsejado, en bien de las víctimas, que fueran otros los que leyeran sus testimonios. Muchas personas afectadas vieron esto como una nueva humillación y abuchearon a los personajes públicos, como el Cardenal Schönborn, que acudieron al Parlamento a pedir disculpas (Schönborn en nombre de la Iglesia católica austriaca) y pidieron la palabra.

En el caso de España, con cuentagotas, el Estado ha ido indemnizando a las víctimas del penoso sistema represivo franquista y los Gobiernos democráticos han autorizado por ejemplo que se borren los antecedentes penales de aquellas personas que fueron retenidas por delitos que hoy no lo serían. Este acto, en el Parlamento austriaco, ha marcado el acuerdo entre las víctimas y las instituciones a las que les reclaman una reparación. Lo último, el olvido. Cosas así no deben volver a repetirse.


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