Todos los hombres de Concha

Wien

Ayer, los políticos austriacos estuvieron todo el día empeñados en distanciarse de lo que había pasado en Alemania. Strache, el que más. Veamos por qué.

26 de Septiembre.- Los políticos austriacos (o quienes les asesoran) no han tenido más remedio que advertir las semejanzas entre el panorama del país vecino y la papeleta futura que aquí dibujan las encuestas.

Los titulares son de todos conocidos: amarga victoria de los conservadores, socialismo desteñido y somehow más perdido que un pulpo en un garaje, ascenso de la ultraderecha extremadamente alarmante.

Así pues, durante todo el día de ayer estuvieron en modo „control de daños“ intentando, por diferentes razones, convecer al electorado austriaco de que, a pesar de lo que pudiera parecer, „Austria is different“.

El que más activo se mostró al respecto, como siempre, porque no da puntada sin hilo, fue el líder de la ultraderecha austriaca, Heinz Christian Strache.

La casualidad (o no) hizo que ayer le tocara presentar una nueva oleada de cartelería electoral, en la que se hace hincapié en otra de las ideas-fuerza que más le interesa que quede grabada en las meninges del votante transalpino: „rechace imitaciones“.

O sea: querido votante: no se deje engañar que aquí, el que primero lo pensó y lo dijo todo, fue menda.

Si „xenófogo“, yo, pionero. Si defensor de la viejecita austriaca y su pensión frente a la voracidad del morenito juncal llegado de oriente, nadie como servidora. Y „asín“, como dijo el clásico, sucesivamente. O sea, que es injusto que ahora venga Sebastian Kurz y parezca que ha inventado la pólvora y los condones (bueno, los condones no, que él está muy atento a „nuestros valores“ y es partidario de todos los hijos que Dios nos dé y de la familia tradicional y de la postura del misionero) ¿Es así o no es? Pues eso.

También se concentró Strache en ponerse el parche antes de que la próxima piedra le deje tuerto.

Podría pensarse que al sagaz político, el que sus „hermanos“ de la ultraderecha alemana hayan obtenido un resultado horriblemente bueno, debería alegrarle, haciéndole sentir que va por el buen camino ¿Le alegra, sin embargo? Pues no: no le alegra. Quizá no tanto porque sienta, como nos pasa a los demás, que la AfD tiene en sus filas gente de esa que, cuanto más la conoces, más quieres a los aliens que te van a colonizar tus entrañas y te las van a dejar como si hubiera pasado por ellas un huracán tropical. Lo que a Strache es previsible que le pase es que, por asociación de ideas, pueda haber votantes austriacos que puedan caer en que en las filas del propio partido de Strache hay gente de esa que cuanto más la conoces…Etcétera.

La manera de restarle méritos a Frauke Petry y a su estrafalaria compañía fue, por lo demás, bastante curiosa.

Después de intentar extrapolar las condiciones de la política alemana a la política austriaca (coalición conservadora-socialista desgastada, necesidad de un tiempo nuevo) Strache vino a decir que los ultraderechistas alemanes, comparados con su propio partido (y, sobre todo, con él) eran unos aficionados.

Dijo que la AfD estaba todavía en fase muy temprana (como para invadir Polonia, debe ser) y la comparó, de manera más que llamativa, con uno de los partidos que dio origen al actual FPÖ, la VdU. Para que el lector, según dicen por aquí, „se conozca fuera“, diré que la VdU fue la marca con la que se presentaron los exnazis austriacos a las primeras elecciones a las que les dejaron: las de 1949 (naturalmente, de puertas para afuera por lo menos, tuvieron que abjurar de la fe nacionalsocialista, aunque luego, de puertas para adentro, se les olvidaba y se les sigue olvidando con cierta frecuencia, como tienen comprobado una cierta cantidad de instituciones austriacas, como el comité de Mauthausen.

También en la VdU hubo luchas intestinas, como las que está habiendo en Alternative Für Deutschland, cuya estabilidad es más volátil que un cuenco de arroz en las manos de Kim Jong Il (así está él, de hermosote). Fueron el inicio de la larga travesía del desierto de la ultraderecha austriaca, que terminó cuando, a finales del siglo pasado, un pimpante Jörg Haider la devolvió a la escena pública.

En „El Diablo es Mujer“ una película, por lo demás, más mala que la carne del pescuezo, Marlene Dietrich le decía a su amante (Cesar Romero) algo así como:

-Han hecho falta muchos hombres para cambiar mi nombre por el de Concha.

O sea, que todos tenemos un pasado.

Como si quisiera darle la razón a Strache (o recordarle que se llama Concha, o quitarle efectividad a la rueda de prensa por la que quisó distanciarse de la AfD) la ORF dedicó ayer un espacio generoso a recordar en sus informativos la calaña de algunos miembros del partido que es la estrella ascendente de la política alemana. Y no es de extrañar que Strache quisiera distanciarse de ellos, si uno mira con atención a semejante patulea. Nietos de ministros de Hitler, negacionistas, racistas…Por cierto, poco antes, sacaron a Ulrike Lunacek, de Los Verdes, dándose un garbeo por Salzburgo, sonriente y relajada, como la directora de un instituto que, después de haber diseccionado un mejillón en compañía de sus alumnos más aplicados, estuviera tomándose un par de limonadas en la fiesta de fin de curso. Igual está así de tranquila porque ella no necesita distanciarse de nadie.


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