Elecciones 2017: Amores que matan

Mientras el canciller más joven de la Historia de EPR se retoca el maquillaje y recoge felicitaciones, tras él la maquinaria del Estado se ha puesto a funcionar.

17 de Octubre.- La victoria en las elecciones del domingo de Sebastian Kurz ha producido la lógica perplejidad a nivel internacional. No pasa todos los días que una persona tan joven, al que se podría calificar como un autodidacta de la política (por edad, no le ha dado tiempo material en la vida para más) pueda llegar a ser el segundo hombre en el escalafón del Estado austriaco. País que pasa por ser una democracia sólida, asentada, en uno de los países más tradicionales y antiguos del mundo.

De todas fomas, si yo hubiera sido Sebastian Kurz, quizá hubiera habido felicitaciones que no me hubiera apetecido recibir nunca. Y es que hay amores que matan.

Por ejemplo: ayer, el Ministro de Exteriores de Hungría, miembro de un Gobierno desgraciadamente famoso por sus atropellos de todo género contra las libertades, su integrismo religioso, su homofobia, por su racismo envuelto en toneladas de cinismo, y por tantas otras cosas que recuerdan a tiempos muchísimo peores de la Historia europea, emitió un comunicado para felicitar a Sebastian Kurz por su victoria, en el que decía que se alegraba infinito de que un dirigente de “un partido hermano” (aunque quizá habría que leer como en esas pelis de espías del KGB, “una parrtida hermana”) hubiera ganado los comicios austriacos, sobre todo teniendo en cuenta que, tanto Kurz como Orbán, según el Sr. Ministro húngaro “tienen la misma opinión sobre inmigrantes y refugiados” (mátame, camión).

Cuando uno leyó el papel, no supo si el texto se debía a un fino sentido de la ironía peculiar al carácter húngaro o escondía una amenaza velada o si era de verdad sincero, y ninguna de las tres posibilidades le pareció demasiado tranquilizadora. Un poco como si el jefe del ISIS hubiera felicitado a Donald Trump por su elección presidencial argumentando que “por fin hay alguien en la Casa Blanca que defiende los mismos valores que nosotros”.

A los ojos de cualquier observador curioso resulta también sumamente interesante la falta de alharacas, casi se diría la precaución con la que el FPÖ ha celebrado lo que, con toda probabilidad, significará su entrada en el Gobierno y el final de una travesía del desierto que ya dura desde el principio de la década pasada. Solo cabe una posibilidad: en una organización como el FPÖ que controla la comunicación al máximo, está claro que la consigna es “perfil bajo”. El domingo, en un local vienés algo desangelado, en Sankt Marx, no lejos de donde descansan, mezclados con la tierra, los huesos de Mozart, los “deréchers” celebraron entre salchichas, cervezas y el chunda chunda de costumbre un tercer puesto que hubiera debido saberles (más) a victoria y, por lo mismo, producirles señales más evidentes de júbilo. Sin embargo todo sonaba como a trámite, como a repetición algo cansada de un ritual y en la televisión se veía pasar a unos cuantos viejos pasados de alcohol y sorpresas desagradables, a unos cuantos jóvenes de mirada torva y vestimenta prematuramente adulta y a una señora enardecida que repitió lo de que Strache es para muchos austriacos “canciller de los corazones” (kill me again, truck) y remachó que el político “derécher” se merecía el primer lugar, y que lo hubiera conseguido si Kurz no le hubiera copiado todas las ideas (ahí, quizá, las cosas como habría que darle la razón).

Resulta muy sintomático que el periodista de la ORF que transmitió las primeras impresiones desde el lugar en donde se habían reunido los “deréchers”, fue el único que no tuvo dificultades para hacer llegar a la redacción sus impresiones. La organización de campaña del FPÖ no había considerado necesario, como en los otros partidos, obstaculizar la labor del informador con fanes y fanas histéricos/as coreando eslóganes.

Quizá esta tranquilidad reine porque en el FPÖ llevan ya tanto tiempo con la lista de la compra esperando número que ni ellos se creen que alguna vez vaya a pasar lo que parece bastante seguro que vaya a pasar; o porque, ahora que rozan con las yemas de los dedos los valiosos recursos del erario público, alguien con cabeza tenga miedo de ir a fastidiarla mediante alguna declaración extemporánea del tipo de las que, cíclicamente, aterrizan en los titulares de la prensa austriaca. De todos modos, algunos medios ya se han hecho eco de lo que, al parecer, sueña Strache cada noche cuando, en camisón y gorro de dormir, después de haberse cepillado los dientes con mucha pastita y agua corriente, cierra sus ojos de gran estadista y se entrega a fantasías en las que, por fin, se revela como una fuerza transformadora de esta Europa en la que vive (y en la que todos vivimos con él, algunos deseando que les transforme de arrriba abajo y otros menos deseosos de un cambio radical). Según dicen los más informados, en un gobierno de Sebastian Kurz y los “deréchers”, Strache seguramente sería vicecanciller (es lógico, es un uso tradicional ) pero se hacen cábalas de qué cartera se pediría.

Históricamente, as preferencias de los “deréchers” han ido normalmente por Interior, Justicia o Asuntos Exteriores. La cartera de Asuntos Exteriores sería, junto con la de Interior, la más deseada y para ella el nombre que más suena es el de Hofer (el candidato tróspido de las últimas elecciones presidenciales). Es lógico que Asuntos Exteriores sea uno de los objetos de deseo “derécher”. De todos los puestos de un Gobierno, Asuntos Exteriores el que sin duda mejor permite lavar la imagen de cualquiera, bien sea partido o persona que ocupe la cartera (y si no, que se lo digan a Sebastian Kurz, parte de cuyo brillo proviene de haberse pasado los últimos seis meses de cumbre en cumbre y de reunión bilateral en reunión bilateral, sin tener que desgastarse lidiando con enojosos asuntos domésticos).

!Qué no darían nuestros protagonistas de mañana por estar ocupados en estas cábalas! Pero no, no lo están. Y mañana veremos por qué, o “purcuá”.


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