Hoy en el Instituto Cervantes de Viena ha sucedido una cosa muy especial. No estaba prevista, pero era previsible. En cualquier caso, muy agradable.
Para L., F., J., A. y G. (y D. aunque no haya estado)
29 de Enero.- Todos nosotros, aunque no lo queramos reconocer, estamos bastante encantados de habernos conocido.
Todos nosotros, prácticamente sin excepción, consideramos por lo tanto que la manera de ser nuestra es la manera „normal“ o sea, que todos pensamos que la manera que nosotros tenemos de ser es aquella que todo el mundo debería tener.
Aunque parezca una obviedad decirlo, a todos nos parece un supremo acto de generosidad (nuestra) los esfuerzos (generalmente pocos) que nosotros hacemos para acercarnos a maneras de ser o de pensar que no son la nuestra, y no nos damos cuenta, o pasamos por alto, o damos por supuestos, los gestos de acercamiento o de tolerancia que otros tienen hacia nosotros. Al fin y al cabo, pensamos (o damos por supuesto) las otras personas están abandonando posturas „extrañas“ o „raras“ para acercarse a las nuestras, que son, naturalmente -eso pensamos nosotros- las „normales“.
Por eso es conveniente, de vez en cuando, estar rodeados de personas con una manera de ver la vida diferente de la nuestra. Sobre todo para darse cuenta del esfuerzo que esas personas hacen por comprendernos a nosotros, por tratar de entender la manera de la que nosotros somos y, sobre todo, para aprender que nosotros les debemos también ese esfuerzo de comprensión, sin prejuicios, sin ideas preconcebidas, sin defensas, con el corazón abierto y en la mano. Con la curiosidad inocente que los niños usan y ejercen.
No es fácil. Es quizá la tarea más difícil que puede emprender un ser humano adulto (con los años, nuestros prejuicios „cuajan“ y es muy complicado librarse de ellos).
Emprender ese viaje hacia el corazón de los otros es una tarea apasionante, que es preciso abordar con valentía, sobre todo porque hay que librarse del lastre de la vanidad que, en mayor o menor medida, todos llevamos con nosotros. Quizá porque, al mismo tiempo que nos enseña lo limitados que somos, también nos ayuda, de alguna manera, a ensancharnos.
Este año hará doce que abrí Viena Directo. A lo largo de estos años se ha ido formando alrededor del blog un grupo, lo que sus integrantes llamamos „El círculo“ (espejo, aunque solo sea nominal) de aquel círculo de Viena que se hizo famoso en el mundo de la filosofía. Somos un grupo de hombres que no nos parecemos más que en una cosa: en que cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre.
Entre nosotros hay -hoy se ha demostrado- diferencias grandes a la hora de ver la vida, pero si algo tenemos en común -y es algo de lo que me siento muy orgulloso- es que, precisamente el círculo, delimita en su zona central una zona común en la que se exige el máximo respeto por el otro y se demuestra que dicho respeto, junto con el humor, es un pilar fundamental de nuestra amistad. Un pilar tan vital como el cariño que nos podamos tener los unos a los otros (un cariño que, lo digo ya, es mucho).
Hoy, gran parte del círculo ha estado en el Instituto Cervantes, en la Schwarzembegplatz, en la presentación de un libro que uno de nosotros ha escrito y un libro que, por su temática, está muy distante de la manera de pensar de muchos de nosotros.
Gonzalo Moreno, que es uno de los integrantes, es el autor de la traducción de una biografía de la beata Hildergard Burjan, una figura interesantísima -aunque solo fuera porque es raro que los políticos, no austriacos, sino los de cualquier nación, suban a los altares- la fundadora de Caritas Socialis.
En el acto no solo ha estado la autora del libro original, sino también Othmar Karas -eurodiputado del ÖVP-, una hermana de Caritas Socialis, un representante de la Asociación de Propagandistas -que ha financiado la edición española del libro- y una político del Partido Popular austriaco. A priori, personas con las que uno, personalmente, no se iría a tomar un café (bueno, quizá con la hermana sí, y con la autora, porque en las dos ha podido ver una gran verdad interior, y un gran sentido del humor). Y sin embargo, ha habido un momento en que lo que podríamos llamar „la magia del círculo“ se ha manifestado y los hombres que lo formamos, que en principio, probablemente, fuera de Viena, hubiéramos llevado vidas paralelas, sin ningún punto en común, hemos sido lo que de verdad somos: una fraternidad.
A lo largo de estos años se ha formado el círculo. Un círculo que es como la red de seguridad de los trapecistas. Solo verla, ya tranquiliza. Espero y deseo que mis lectores también cuenten con una.
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